VALÈNCIA. “Aquí sin mito ni rito/ Abandonados al tiempo/ Arropados por el lodo/ Cerca de alguna urbanización/ 45 cerebros y 1 corazón”. La música tiene el poder de abrir compartimentos que creemos adormecidos o que, sencillamente, están esperando al momento perfecto para presentarse ante uno mismo. Fueron los versos de Maria Arnal y Marcel Bagés durante su concierto en La Rambleta que sirvieron de detonante para la nueva aventura de la creadora Nuria Riaza (Albacete, 1990), La memoria de las piedras, que se puede ver a partir de este viernes en la galería Pepita Lumier (C/Segorbe, 7). “Se me movió todo dentro”, explica. El proyecto musical nació tras el hallazgo de una fosa común en un pueblo de Burgos, una memoria hecha música a la que Riaza era especialmente sensible por su propia historia familiar. “Siempre he mirado mucho a mis raíces, mi familia. Tanto el padre de mi abuela materna como el de mi abuela paterna murió en la guerra. Me centré en las historias que me contaron, de ahí parto, de su sufrimiento. No saben dónde están sus padres”.
Con esto, a través del trazo de su inseparable bolígrafo azul, quiso enfrentarse a un tema “tabú”, una memoria histórica sobre la que “hay un silencio muy grande”. Este es el punto de partida de La memoria de las piedras, un acercamiento a esta cuestión a través de un lenguaje poético en el que la información va por capas, desvelando poco a poco las historias que hay detrás de cada una de las piezas. Aunque empezó a trabajar en el proyecto hace aproximadamente dos años –de hecho, algunas de las primeras obras se pudieron ver en su exposición Aquelarre- su discurso en torno a la memoria histórica y, también, la reivindicación del papel de la mujer cobra una especial relevancia ante el auge de la extrema derecha tanto en España como en el panorama internacional. “Es doloroso”, explica la artista al respecto del actual contexto político. “Es importante que los artistas empecemos a valorar un poco, más que la estética, querer contar algo y hacer reflexionar sobre cosas de las que no se habla”.
Riaza, formada en la Universitat Politècnica de València aunque natural de Albacete, fue una de la numerosas firmas que formaron parte de la muestra Ocultas e ilustradas, un gran proyecto expositivo que acogió La Nau con el objetivo de poner en valor a las ilustradoras locales de gran proyección y, al mismo tiempo, aquellas que no han tenido el lugar que merecían. En este sentido, de una forma transversal, es también el papel de la mujer uno de los puntos que trabaja la autora en su nuevo proyecto, especialmente de aquellas que se quedaron en casa cuidando de sus familias. “En general, cuando se piensa en la guerra, todo se dirige a los hombres. Más allá de Las trece rosas, se ha borrado su historia totalmente”. Para representar esto, distintos retratos se muestran con bordados que ocultan parte de su rostro. De igual forma, también representa en algunas de las obras a milicianas, también con los rostros ‘en blanco’, en un trabajo basado en distintas fotografías de archivo de la guerra civil.
Entre los distintos retratos, que también incluyen a sus bisabuelos, se encuentra un gato negro expectante, que vigila la sala expositiva, salpicada de esas piedras que todo lo ocultan. Se trata de una referencia directa al poeta granadino Federico García Lorca, cuyos restos, como los de tantos, continúan todavía desaparecidos. En este sentido, en uno de los muros de la galería se expone una copia de Así que pasen cinco años, una obra de teatro concluida por el autor en agosto de 1931, cinco años antes de que el creador fuera asesinado. Como este libro son otros los objetos que componen la muestra, piezas cargadas de simbolismo, en un recorrido expositivo que concluye con un mapa 'empedrado' que señala las 'vergüenzas' del país.
Con La memoria de las piedras, Nuria Riaza se confirma como uno de los nombres a tener en cuenta en la nueva hornada de dibujantes de la Comunitat Valenciana, un lugar al que llegó para formarse y en el que ha encontrado el contexto donde desarrollarse. “Hay muchos ilustradores, con mucho buen rollo entre nosotros. No sé si es gracias a las redes, pero siento mucho la hermandad”. Comenzó utilizando el bolígrafo, como el resto de estudiantes, para fijarse tanto en sus aciertos y errores, una relación que alargó más de lo prevista como resultado del precio de los materiales de pintura y el ajustado presupuesto del alumno. Hizo de la necesidad, virtud, convirtiendo así la tinta azul en ‘marca de la casa’. Es esa marca la que impregna tanto sus trabajos personales como sus encargos, que la han llevado a colaborar con eventos como Truenorayo Fest o artistas como Jorge Drexler, un sello al que -al menos hasta ahora- siempre ha estado ligada.
Es esta marca la que, en tiempos de ‘like’, también triunfa a pesar y gracias a las redes sociales. Como otros tantos de su generación, navega un contexto digital que ni es la panacea ni todo humo. Confiesa que gracias a Instagram ha conseguido gran parte de sus encargos, especialmente aquellos internacionales, no así con Facebook, que ha abandonado. La batalla se encuentra, en este sentido, en el peso que uno pone en unas herramientas digitales que son un medio y no un fin. “Puedes acabar pasando más tiempo haciendo un buen perfil en redes que trabajando realmente. Me ha pasado, a veces, estar perdida mirando más el feedback que produciendo. Por eso me aleje un poco de las redes”, explica Riaza. Pero no solo cambia el contexto profesional, sino también el de espectador, generando una experiencia totalmente distinta a la de hace veinte años. "Estoy viendo que la gente sale cada vez menos de su casa y consume arte a través de sus pantallas. Da un poco de penita. Espero que no llegue a un punto en el que solo nos comuniquemos por pantalla". Por lo pronto, a partir del viernes, Nuria Riaza en vivo y en papel.