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València a tota virolla 

Ocho propuestas disparatadas para ocupar la pastelería Santa Catalina tras su cierre

18/01/2020 - 

VALÈNCIA. La pastelería Santa Catalina, a la vera de la horchatería Santa Catalina, frente a la torre Santa Catalina, delante de la horchatería el Siglo (que ya no es la horchatería El Siglo sino un trasunto desfigurado), ha cerrado. Ha bajado la persiana. Una pastelería emblemática que desfallece por no poder pagar el incremento del alquiler. Otro comercio tradicional que se extingue. Y entonces los lloros, la melancolía de la defunción, el canto al tempus fugit y unas cuantas apelaciones a la imposibilidad de frenar las acometidas del mercado inmobiliario, no sin sentirnos incluso un poco cuñados.

En consecuencia, esa paradoja estremecedora: cuanto más seducen nuestros centros históricos, menos atractivos resultan. Como el principio de contradicción que estrangula mientras celebramos su abrazo. 

Del cierre del horno escribía Miquel Nadal -uno de los mejores visores de la ciutat- para Las Provincias: “no hay mejor indicador de los pequeños detalles de la vida que iniciar el día comprando el pan (...) no deja de llamar la atención nuestra pasividad frente a la conversión de nuestras calles en un escenario en el que no hay vida, sino simulacro”.

Foto: KIKE TABERNER.

Hecho este centro todo un simulacro, al menos representemos bien la realidad paralela. Tal vez la manera de afrontar la despersonalización es yendo más deprisa que ella. Esto es, caricaturizándola a los pies del propio proceso.

Por eso estas ocho propuestas para una actuación artística, urgente, imposible y necesaria para la pastelería de Santa Catalina.

Uno. Intervención tipográfica de LUCE. 

O cómo recubrir el exterior de la fachada de Santa Catalina de un hilo tipográfico con el que plasmar el nombre de boticas y comercios tradicionales abocados al cierre en los últimos años. Una suerte de lápida de la desaparición que, al pasar por delante, al menos nos hiciera crujir los pensamientos.

El artista valenciano LUCE sería el canalizador perfecto por su capacidad para sintetizar palabras al vuelo y convertirlas en un discurso definitivo, empleando materiales inverosímiles para fabricar las letras que ponen voz a aquello que no se escucha.

Dos. Un bunker anti franquicia de Lebrel

Eficaz en encontrar uso a cualquier rendija urbana, el creador Lebrel sería la opción idónea para imaginar y trasladar un bunker anti franquicia. Una cámara conceptualmente acorazada desde la que poder vivir en pleno kilómetro cero ajeno a la amenaza franquiciada.

Un comportimento incompatible con los cucuruchos de patatas fritas, los pegotes de jamón, las carcasas de móvil o el yogur helado.

Tres. Una pastelería bordada por Raquel Rodrigo

El fenómeno del arte bordado por Raquel Rodrigo y su Arquicostura podría, qué sueño, recrear a golpe de agujas aquellas empanadillas, merengues o los roscones que este enero no pudieron comandarse. La instalación definitiva con la que echarle una carcajada rebelde a la caída del comercio tradicional. 

Museificar aquello perdido será nuestra manera de construir fósiles con los que conservar señales de actividades ya inexistentes.

Cuatro. Una pastelería hinchable, por Abel Iglesias

Porque todo esto, hijo, antes eran comercios singulares. Tras su intervención en la T2 ‘Enter the gap’, “un paisaje contemporáneo momentáneo”, desearíamos que Abel Iglesias convirtiera su arte hinchable de colores en una reproducción de la pastelería Santa Catalina, paseada a modo de féretro colorido por todo el centro histórico. Hinchar un poco más la burbuja. 

Cinco. La exposición de un horno que no sobrevivió

Alquilar el local por crowdfunding. Convertirlo en una sala efímera de exposiciones donde mostrar la historia del propio lugar, aquella finca de principios de siglo que ya llevaba horno incorporado. Sería poner ante el espejo nuestra propia contradicción: admirar cuando es tarde aquello que no miramos lo suficiente cuando pudimos.

Seis. El escaparate inexistente por Colectivo TAV

El colectivo TAV, que hace de las cintas adhesivas un material narrativo, podría trazar la fachada escaparate, silueteando aquello que estuvo y ya no está. La vitrinas que, como la programación de un cine desaparecido, siguen aspirando a albergar vida. Los letreros de las últimas novedades dulces. 

Foto: KIKE TABERNER.

Siete. Souvenirs de un negocio que ya no está, por Atypical Valencia

Urge una colección de souvenirs de aquellas tiendas tradicionales que desaparecieron. La pastelería Santa Catalina hecha imán de nevera. Reducir a la mínima expresión el desvarío. ‘No pude visitar un comercio prefabricado y me acordé de ti’.

Ocho. Abrir una pastelería vintage

Aunque, claro, lo mejor de todo sería abrir una pastelería vintage de una cadena de hornos con tartas de manzana de garrofón y una estética vintage. Un alegre recordatorio a las pastelerías de toda la vida. 

Descanse en paz. 

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