no tengo hijos, pero...

Oda a ser tío (pero no padre)

Permítanme que hoy escriba algo personal, más aún, que de costumbre. Pero es que soy tío por primera vez

| 10/11/2017 | 3 min, 51 seg

Mi sobrino se parece a mí. La boquita así como en un beso constante, bien de mofletes. Si mi hermano no fuera un clon de The Rock y trescientas cincuenta y cinco mil veces más guapo que yo alguien en casa debería estar preocupado. Pero imagino que se parece tanto a mí como a nuestro padre, así que la broma es de corto recorrido. No tengo hijos pero tengo un sobrino. Mi madre decía por el barrio que iba a ser abuela y la gente me felicitaba a mí porque cómo no iba a ser yo, el hermano mayor, el cabal. Ya.

Comienza a ser complicado explicar, cuando se tiene ya esa edad que empieza a agriarse, que no eres padre. El mundo se cae a pedazos pero hay creencias galvanizadas: uno tiene que ser padre o, como mínimo, no tiene que no querer serlo. Es más, tienes que ser padre y, después, ser buen padre. El último paso es ser el padre del padre de un tercero. Se dice poco, pero hay hombres que no somos como se supone que deberíamos ser. Me acuso a mí mismo de esto. No soy como el Umbral (qué más quisiera yo) de ‘Mortal y Rosa’ que encontró la verdad en un hijo. “Si algún día no estuviera del todo, niño, cómo sería eso”, escribió. Lo siento, aún no.

Mi hermano sí. Aunque mi hermano también pensaba que te daban al niño ya sin cordón umbilical. Que podías elegir color, acabado y llantas. Luego le dijeron que tenía que limpiarle el ombligo y entonces llenó los cajones de clorhexidina. Cinco botes, sin miseria. Y sé que lo ha curado como si aquello fuera un botón nuclear, como el tipo aquel de Perdidos introducía el código mortífero en el búnker. Si alguien se acercaba a la Cristalmina, lo mataba. Le ha pedido a mi padre una camiseta de la Volta a Peu para ponérsela cuando el otro le vomite, y así que vomite cuanto quiera; un gesto de amor enorme. Su madre tiene ojos de unicornio. Muy azules, como el mar, azules. Madre que le sirve besos para el desayuno.

Vemos al bebé, que es un embaucador rellenito, los domingos en los que nos juntamos a comer. Qué raros rituales gastronómicos tenemos, excusas para compartir momentos junto a una mesa. Mi madre compra un pollo ya hecho junto al mercado de El Cabanyal y una tarta de manzana que hacen en un horno junto a la playa. No comemos nada porque el pequeño tete se lleva todo nuestro tiempo. Así cada comida semanal se ha convertido en una cita con él. Y sí, lo reconozco, esta va a ser la única referencia a la gastronomía que encontrarán en este texto. Esta semana al menos, y casi siempre.

Se llama Pepe y su ropa es muy pequeña. ¡Es que es tan pequeña! Si la pones sobre la cama e intentas doblarla, comienzas a oler a lavanda. Yo quiero comprarle una chaqueta vaquera con cuello de borreguito y un smiley en el bolsillo. Y una camiseta de Comme des Garçons con un corazón negro. Pepe es del mes de septiembre, el mismo mes que Jason Statham, lo que garantiza que le gustarán, como a su tío, las películas de venganza, las de chinos karatekas y los deportes donde se pelea. La Coca-Cola de vainilla, quizá. No aspiro a mucho más como tío. Celebrar un títulito menor del Valencia y enseñarle un par de canciones de The Cure aunque me ponga caras raras.

Aunque con él cerquita aspiro también a intentar querer uno como él pero para mí. Saldría precioso como su futura madre. ¿Les ha pasado eso de que una canción no te guste demasiado pero al escuchar un verso concreto, pum, te ponga el estómago blandito? Tengo suerte y la tonada al menos no es de Luis Miguel, es de Cat Stevens. Llega un momento en ‘Father and son’ que dice: “mírame a mí, estoy viejo, pero feliz”. Se lo dice el padre al hijo. Mi hermano ya ha conseguido reservarse el momentazo. Y demonios, supongo que sería bonito  también para mí decir algo así alguna vez.

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