Al parecer la censura no ha terminado. Ni aquí ni allí. Ahora es en la Diputación de Valencia donde un libro del historiador Javier Paniagua sobre los socialistas valencianos desapareció del plano institucional
VALÈNCIA. La mordaza siempre ha sido un asunto muy preocupante. Sobre todo si se practica en la esfera pública. Más aún, dentro de un sistema democrático. Durante el franquismo se sufrió lo nunca escrito, aunque resultara hasta divertido intentar quitársela de encima y saltarla con fábulas. En ese tipo de regímenes dictatoriales, como los estalinistas, si te pillaban o pillan vas apañado.
A nosotros, como sociedad democrática supuestamente consolidada, la censura no nos ha abandonado todavía. Poco a poco, eso sí, comienza a desaparecer la autocensura que definían los británicos como selfcontrol ya que existían asuntos tabúes en los que mejor no entrar, como ha sucedido en este país durante décadas en temas relacionados con la monarquía o el establishment.
La derecha política de estas tierras intentó censurar una exposición en la sala Parpalló de Larry Clark allá en los noventa porque mostraba niños callejeros sin rumbo. Acalló también una muestra inocente de abuelos y nietos porque aparecían semidesnudos como representación metafórica del paso del tiempo, esto es, de la niñez a la vejez. Menuda barbaridad para las mentes más retorcidas. El caso reciente más ruidoso fue cuando la Diputación de València, a manos de Alfonso Rus, censuró una exposición de periodistas gráficos en el MuVIM. Salían algunos políticos de la derecha no muy bien favorecidos en las instantáneas. Fue una decisión de esas que adoptan “pelotas” para quedar bien con el de arriba y anotarse un tanto de pleitesía y sumisión.
La izquierda, en todos esos casos, aunque han existido más, cargó contra los elementos y enarboló en su momento la bandera de la libertad de expresión, ese artículo 20 de la Constitución española que dice: Se reconocen y protegen los derechos:
En fin. Esto de la censura, aún no lo hemos superado. El sector privado lo tiene más fácil, dice que lo interesa un libro, un artículo o una fotografía y no tiene porqué correr con los gastos, salvo si existe un contrato firmado con lo que el asunto alcanza un estadio llamado judicial. Pero el público…qué quieren que les diga.
En los últimos meses hemos asistido a una nueva denuncia de 'censura', en este caso institucional, en el que ni se escuchado apenas a la derecha y por supuesto menos a la izquierda, el ala progre de las libertades mientras no me afecten. Ni siquiera a esa Consellería de Cultura que hace meses anunció que su intención era quedarse con la Institución Alfons el Magnànim (AM) para convertirla en un ente autonómico de “estudio e investigación”, hoy censora por lo visto. Aún no entiendo a estas alturas por qué las instituciones públicas se han de convertir en editoras. Salvo si se trata de complacencia y favores de militancia, pero sin atisbo de promoción ni venta.
Esa última caso afectó curiosamente también al Magnànim, que depende todavía de la Diputación de Valencia y dirige, de momento, Vicent Flor -Compromís- quien tumbó o sirvió de correa de transmisión contra un proyecto editorial de Javier Paniagua, Catedrático de Historia Social, exdirector de la UNED Valencia, exdiputado nacional por el PSOE y ciscarista reconocido, titulado “Nosotros, los socialistas valencianos, 1977-1995”. Existía un contrato. Pero ni por eso.
Para tal asalto, la dirección argumentó su discrepancia hacia ciertos comentarios en la introducción de la obra ya que narraba episodios de la Universitat de València.
El libro no deja de ser un ensayo socio-histórico sobre el “acceso a la modernidad” a través del PSPV-PSOE. Leído, es un divertimento para cualquiera que desee acercarse a esos años de inicial democracia por alguien que está de vuelta. A mi entender, es un libro blanco, pero contundente en fondo para el que sabe o ha conocido la madeja y pomada del asunto. Entre líneas muchos verán o creerán ver ajustes de cuentas cuando, en el fondo, es una narración de hechos, sucesos y protagonistas. No exento de cargas de profundidad, que es lo que toca, que aclaran situaciones, singularidades, vergüenzas y logros de nuestros socialistas de aldea común, sindicalistas, familias, mundo económico y otros adláteres del poder y sus ventajas. Un poco de lío, que es lo que nos falta.
Para los periodistas resulta un texto muy divertido, repleto de negritas y nombres propios en el que un historiador pone sus puntos e íes sobre su experiencia política. Estaba claro que no iba a gustar a muchos. La Historia no se escribe para contentar a nadie, salvo si se redacta al dictado de un Régimen. Sirve para dejar constancia tras el prisma de un historiador. En este caso, su contenido molestó a la coalición PSPV-Compromís-Podemos, esos progres de nuevo cuño que al parecer prefieren tapar vergüenzas con pactos internos para mantenerse en el sillón antes que sacar colores o crear una nueva realidad.
Tras su lectura, lo bien cierto, es que no me ha asustado. Al contrario. Quiero más. Y en caso si entre sus páginas existiera manipulación o tergiversaciones siempre quedaban otros escalones judiciales. Pero claro, retratar un momento de la historia reciente desde una institución que se define modélica, libre y libertaria, pero sin ganas de molestar, no estaba bien, aunque hablemos de una narración/interpretación histórica y sociológica.
En todo este asunto, que si algo ha hecho ha sido darle más publicidad a la publicación editada ahora en la colección Historia Social de la UNED- Valencia, tiene muchos más culpable que el director en sí del Magnànim que no deja de ser por lo visto un peón de una estructura mayor, como es la corporación provincial.
Hay que subir peldaños porque si como cuenta Paniagua las altas esferas de la Diputación, en este caso su presidente, Toni Gaspar (PSPV), estaba al corriente de la queja y no hizo nada para remediarlo o no le dejaron los grupos de apoyo, simplemente, lo/s convierte en cómplices, junto al resto de su cúpula presidencial
Casualmente, el PP en la diputación, a través de su diputado Juan Giner, presentó una propuesta para crear una comisión de investigación al respecto y se aclararan criterios de selección sobre las publicaciones del Magnànim. Como es lógico no prosperó
Y eso sí que es más serio porque pone en entredicho el funcionamiento democrático, el papel de nuestras instituciones y su rigor intelectual. En este caso del Ayuntamiento de Ayuntamientos.
Corran a por el libro. Se lo van a pasar en grande entre intrigas, conspiraciones, nombres propios, maniobras y mediocridades de tantos años empaladas por el poder de turno, comarcal o provincial. Es un buen regalo de Navidad; ejemplo de la actual situación política y sus actuales responsables locales, ahora ya parte también de esta siniestra historia de nuestra realidad política.
Ay, estos 'rojos' tan modernos.