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anagrama publica el primer tomo de sus diarios

Orgullo de Chirbes

La intimidad del escritor lo revela como un lector y un cinéfilo lúcido y sensible, pero también descubre su tendencia a la melancolía

1/11/2021 - 

VALÈNCIA. La memoria de Chirbes no deja de crecer, de escritor “maldito” a lo largo de su carrera a ser reivindicado como un autor esencial en los últimos años de esta y tras su fallecimiento. La sombra que proyecta se va alargando poco a poco, boca a oreja, cuando pasas de una novela a otra. Una sombra que ha construido a base de poner sobre papel otras tantas de personajes ajenos. Como una “voladura controlada”, según define Marta Sanz en el prólogo, Anagrama publica ahora el primer tomo de sus cuadernos-diarios, A ratos perdidos, un dietario de reflexiones y lecturas que sin duda pone al escritor de Tavernes de la Valldigna donde le corresponde, en el olimpo de los humildes.

Tras una vida de ficción, el papel que adopta Chirbes en estos diarios, que empiezan en 1985 y llegan hasta 2005, es casi el de el columnista que no fue. Conscientemente cansado de esas voces que se quejan diariamente por todo, el autor de Crematorio, parece haber esperado hasta ahora -seis años después de su muerte- para contar cómo ve el mundo. Lo hace a través de sus lecturas y su cinefilia, pero también con la influencia de su época como crítico gastronómico y reportero de viajes.

A lo largo de los cuadernos, el escritor demuestra que además de crear historias, también las lee con una lucidez envidiable. Lo hizo con El novelista perplejo y con Por cuenta propia: leer y escribir, dos ensayos en los que proponía una manera fresca de adentrarse a la trastienda del escritos, dos libros que se conversan con otro de uno de sus refugios Carmen Martín Gaite, La búsqueda del interlocutor. En A ratos perdidos, Chirbes se permite ser más socarrón y menos académico, una lectura despreocupada que cruza con su propio ánimo.

Y ese ánimo también es otro descubrimiento de estos diarios: la tendencia inevitable a la melancolía, la demostración que la vida del escritor no es la épica que dibujan los columnistas que dicen haber hecho tanto que ya saben de todo. Chirbes reivindica el espacio que se esforzó en ocupar: el de la periferia del sistema literario con preocupación de no ser echado. Ese difícil equilibrio es en realidad una actitud vital, y contrasta la desazón por los días aburridos que pasan o sus problemas con la inspiración, incluso algún pensamiento intrusivo de desaparecer, con una lectura entusiasta de libros y películas, y de miles de preguntas sobre el oficio de escribir y la tarea de leer.

Algunas reseñas no se alargan más que una decena de palabras. Otras lecturas le inundan páginas y páginas de reflexiones. Recoge citas, les da vueltas, se pregunta qué le dicen como lector. En cuanto se publicó el volumen, la atención la acaparó sus críticas a Pérez Reverte, lúcidas y clarividentes, pero también habla de otros tantos, amigos, enemigos y los demás, intentando no cegarse nunca desde su posición, sino leer con a corazón abierto. 

El 23 de noviembre de 2002, hablando de la crítica literaria, espera recoger un consejo de cómo llevarla a cabo: “huir de la pasión, diversificar el amor para ahuyentar la pena”. Y por eso, estos diarios que el propio escritor preparó para su publicación (es decir, que no desvelan ninguna intimidad initencionada, sino todo lo contrario, es un legado seleccionado en primera persona) no son crítica literaria, sino que toman ese consejo para huir de él.

Desde su refugio de Beniarbeig al que se trasladó en 2000, también en los diarios Chirbes habla de su relación con la cultura valenciana, que quedan como retazos y nombres propios que no acabó de asumir como propios. También se purga de sus propios defectos, de sus manías, de su machismo. Y en vez de correr a la contra de los tiempos modernos, en vez de construir una caverna a su alrededor, simplemente asume que la nostalgia y la melancolía son inevitables en lo personal y eludible en la visión que traslada del mundo a los demás.

Es por ello que A ratos perdidos habla de un nuevo Chirbes. Un nuevo descubrimiento del que sentirse igual de orgulloso como al que estábamos acostumbrados. Un Chirbes que es exactamente el mismo que se pensaba. Un Chirbes que demuestra que la empatía y la sensibilidad casi nunca son impostados, y la valentía y la gallardía sí. La literatura, como una comunidad extensísima de personas y no tanto como sistema industrial, pone a cada uno en su sitio; y Chirbes parece ser que no se mueve del trono humilde que ocupó.

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