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tribuna libre / OPINIÓN

Óscar 2024 o una lógica truncada y sin augurios

14/03/2024 - 

Una noche es previsible cuando uno puede anticipar el resultado. Que una noche sea previsible sólo indica que ha sido una noche sin sorpresas. Una noche previsible puede ser salvaje o anodina, o puede ser los casi cien matices que entre uno y otro se podrían describir, tantos como ejemplos -previsibles- de las casi cien ceremonias de los Óscar que llevamos hasta la fecha. Que la noche de los Óscar sea previsible es un hecho, pero si la noche de hace un año fue polémica, la presente ha transitado por lo anodino.  

Hace un año muchos lamentaban -otros no- la victoria del trasunto filogamer Todo a la vez en todas partes, premio que sembraba el caos en torno a usos, estructuras y conceptos de la cinematografía del futuro. Este año he recibido con desdén la noticia de Oppenheimer como triunfadora de la noche. Todo premio -el Óscar no es sino su ejemplo más plausible- erige a la obra galardonada en paradigma, pero a veces se producen excepciones. La victoria en 2023 de una película disruptiva -obsérvese el cariño forzado del apelativo- auguraba la victoria de las Pobres criaturas de este año, y sin embargo, no.

La película de Lanthimos -un coloso y esto es cierto- ha fallado en el relato. Pobres criaturas es un canto a la experiencia, a lo intangible y a la libertad -un concepto discutible de libertad, desde luego-. En apariencia, estos tres aspectos no debieran ser incompatibles, pero en realidad son excluyentes si es que aspiras a la gloria. Lanthimos, como fiel representante de aquello que alguien se dignó a llamar generación X, es un tipo que en el film se aferra a la vitalidad del individuo como salvator mundis, un élan que se refleja en la experiencia, en la defensa del conócete a ti mismo de los -también griegos- clásicos, del que asume el placer de la gnosis y lo carnal de la experiencia. No obstante, esta cinta ha sido aplaudida con mayor vehemencia por generaciones posteriores, principalmente la Z. Más allá del crecimiento personal en base a lo empírico, la generación con letra Z glosa en un concepto todo aquello a lo que aspira el individuo: libertad. Y es que en Pobres criaturas hay mucha libertad. Libertad formal, extensiva y grotesca. Una libertad que se sustancia en un haz-lo-que-te-dé-la-gana-sin-importar-cómo-ello-afecte-a-los-demás, una libertad en tanto que boutade inconsistente, algo tan radical como atractivo para muchos Z. Experiencia y libertad coexisten en el film, y coexisten sin problemas, pero mientras a los X no les ha llegado el mensaje de Lanthimos, a los Z les ha seducido.

Hasta aquí todo normal, pero ¿qué sucede cuando enfrentas a los Z con la envejecida Academia del cine norteamericana? Por motivos que merecen un ensayo, los de la X son una generación individualista, al contrario de la Z, más gregarios, colectivos y conscientes de su supuesta especificidad. Si el sujeto activo de los X es un yo, y el otro -el diferente- es cualquier individuo que no sea él mismo, el sujeto activo de los Z es el colectivo y en su consciencia grupal se distancian del resto, y no lo hacen en aras del enfrentamiento sino en la búsqueda de su reafirmación, y si el sujeto activo es la generación, el sujeto pasivo (u otro) es otra generación. Una película que sea defendida únicamente por una generación -que se distancia voluntariamente de los otras- no encontrará jamás una acogida por parte de un colectivo tan distante -no sólo en edad- como el de la Academia. A pesar de que el nuevo paradigma indicaba que las criaturas de Lanthimos se alzarían con el Óscar, la defensa de valores Z por los Z en oposición a lo que consideran posiciones trasnochadas sobre el mundo y sus resacas, provocó la oposición de la Academia en su sector más edadista y numeroso.

Foto: EFE/ CAROLINE BREHMAN

Además de todo esto, Pobres criaturas se enfrentaba a otro elemento fundamental, algo con lo que contaban unos pocos, casi nadie: una atmósfera prebélica. Tras el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941 Estados Unidos respondió a Japón participando en una guerra cuyo escenario quedó primero circunscrito al Pacífico y al Norte de África. Mientras Washington apoyaba material y financieramente a los aliados, mantenía a las tropas alejadas de Europa hasta la invasión de Sicilia en julio de 1943.

Unos meses antes, la historia de una familia británica durante la II Guerra Mundial, La señora Miniver, conseguía el máximo galardón de la Academia. Un año después, meses antes del desembarco de Normandía, Casablanca -cuyo belicismo es indudable- se alzaba con el Óscar. La invasión rusa de Ucrania comenzó en febrero de 2022. Dos años después de que el esfuerzo bélico de Washington se haya centrado en un apoyo financiero y material, Oppenheimer se proclama victoriosa en la noche de los Óscar.

Las películas bélicas pueden ser proclives o contrarias al conflicto. Las primeras suelen presentar esquemas narrativos similares al western, a la hagiografía o a la propaganda patriótica en tiempos de paz. Las segundas son rodadas con carácter posterior a la contienda y ni estas -por supuesto- ni las otras -las primeras- son ejemplos de películas belicistas. Belicista es toda cinta que se implica en el apoyo, difusión o planteamiento de postulados favorables a una intervención militar. En este sentido, La señora Miniver es belicista, tanto como Casablanca u Oppenheimer. Tres ejemplos de que el marketing probélico se esconde en cintas que se alejan visualmente del frente y se centran en el heroísmo de individuos que se ocupan de su día a día y de otras cuitas en favor de la sociedad. Oppenheimer tiene tanto de alegato pacifista como un sueño adolescente de George Patton. Las escasas referencias a lo sucedido en Hiroshima y Nagasaki -una anécdota banal- y los discursos relativos al esfuerzo individual y colectivo de un equipo y una nación se asemejan más al café de Rick que a una manifestación hippy en Berkeley.

La victoria de Oppenheimer es demérito sin duda de su adversaria principal, pero es también la consecuencia de la situación conflictual que nos rodea. ¿Cuál es la razón, si no, de un galardón tan anodino? Lo inquietante en este asunto no es tanto el cine sino el augurio. Que si todo se repite como antaño estaríamos a unos meses de una intervención stricto sensu en Kiev. No es que quiera que suceda. Por querer me gustaría que el conflicto permaneciera en lo generacional y ensayístico. Que frente a un escenario bélico defendería muchos años con más galas previsibles y anodinas. Que el problema principal sea la abulia o como dijo también Goethe, que nuestra preocupación no fuera tanto recordar males pasados sino "hacer más soportable un presente anodino".

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