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tribuna libre / OPINIÓN

Otro 'dejà vu' con la AP-7

1/08/2018 - 

Resulta fascinante cómo en esta tierra se reabren alegremente debates que parecían su­pe­rados. Porque el derivado del fin de la concesión de la AP-7 era uno de ésos temas que sólo ge­ne­raban consenso. Hasta no hace mucho, nadie se hubiera aven­turado a de­fen­­der un futuro más allá del 31 de di­ciem­bre de 2019 con algún tipo de peaje para esta au­to­pista: ni blando, ni du­ro, ni en sombra o re­ba­jado. Con Euroviñeta o sin ella, peaje -sin más- era un término tabú, im­per­ti­nen­te casi. Ya habíamos pagado bastante du­­rante casi me­­dio siglo para transitar de sur a norte de esta Comunitat y para llevar nuestros pro­ductos a Eu­­ro­pa –mien­tras otros dis­fru­ta­ban de una red de autovías y auto­pis­tas gratuitas pa­gadas, eso sí, con los im­pues­tos de todos como para aceptar una factura más, por muy li­via­­na que és­ta fue­ra. 

La polémica se había repetido cíclicamente, como las crecidas del Guadiana, con cada una de las tres renovaciones de la concesión: las que Aumar logró pactar sucesivamente con Go­bier­­nos de la UCD (en 1982, una prórroga de 6 y 4 años más, hasta 2004), del PSOE (en 1986, hasta 2006) y del PP (en 1997, hasta 2019). En cada uno de estos pro­­­ce­sos negociadores se reabrió el melón de la discordia, se ofrecieron obras de mejora y des­­­­cuen­tos por unos años que después se diluían entre los beneficios astronómicos de la con­ce­­sio­naria y se re­­pitieron mu­chos de los ar­­­gu­men­tos que hoy vuel­ven a martillearnos. La cues­tión se ha invertido ahora de tal manera que se ha llegado al punto de recurrir a ti­tu­la­res ses­gados, del tipo "Los empresarios no ven viable la eliminación del peaje de la AP-7" (sic). Na­da más lejos de la realidad. El sentir del em­pre­­­­sa­ria­do valenciano, al menos por parte de los asociados a la pa­tronal que presido y en ge­ne­ral el de cualquier exportador que dependa del ca­mión –como es el caso de los citrícolas y de tantos otros, en mayor o menor medida es obvio que es el mismo que el del ciudadano que durante tanto tiempo fue discriminado cuando pagaba el peaje o rehusaba hacerlo y era cas­tigado con atascos o retenciones. 

Pero, dado lo pro­lon­ga­do del periodo con­ce­dido en la última renovación, uno daba por sen­ta­do que ya no podía haber más es­pa­­cio para la dis­cusión. Más aún cuando, con ma­cabra ca­den­cia, se han venido re­pi­tiendo los accidentes en las precarias vías alternativas exis­tentes –la N-340 y la N-332-, saturadas desde hace muchos años. Les Corts Va­len­cianes, de hecho, han te­ni­do tiempo para de­­batirlo en más de 30 oca­sio­nes y en las tres úl­ti­mas se su­ma­ron las dos for­maciones que se alternan en el go­bierno central –socialistas y populares- ha­cien­do úna­ni­­me la postura sobre que no habría mar­­gen pa­ra más castigo. La más re­ciente de estas mo­cio­nes salió ade­­lan­te tan le­jos como en marzo de este año. Pero la memoria es flaca.

El vértigo del compromiso

Llegado el momento de tomar decisiones, el vértigo se ha apoderado de quien debía asumir sus compromisos y lo que antes era verdad absoluta hoy ya exi­ge matices. Nadie se atre­ve a ponerle el cascabel al gato y a hablar claro: sí, la de­ci­sión está tomada y tanto el Eje­cu­­tivo del PP hace escasos meses como el del PSOE ahora, han anunciado que no se re­no­vará la conce­sión pero unos y otros añaden latiguillos para po­der au­to-enmendarse la plana, para en el fu­tu­ro poder salir con aquello de "ya lo ad­ver­tí". Tanta in­­de­­­­cisión ha dado alas, otra vez, a los viejos ar­gu­men­tos del pasado. Vivimos otro dejà vú más con la AP-7.

Protesta contra el peaje en la AP-7. Foto: Compromís

En 2013 el Gobierno ya avanzó sus intenciones. En 2015, se aclaró lo que ello sig­ni­ficaba. Lo anunció primero la ex consellera de Infraestructuras, Isabel Bonig –ahora lideresa de la opo­si­ción autonómica y lo confirmó después la entonces ministra de Fomento, Ana Pastor. Le pre­gun­­taron en aquel año a la hoy presidenta del Congreso de los Diputados hasta violentarla por tanta in­­­sis­ten­cia y siempre confirmó la primera decisión: no habría una cuarta pró­rro­ga, se aca­­ba­ría el peaje en la AP-7, sin más y su uso sería gratis. Fácil de entender, ¿no?

Pero su sucesor en el cargo, Íñigo de la Serna, comenzó a sembrar las dudas en 2016 y 2017, a ha­­blar de los necesarios estudios previos y de los condicionantes sobre la dis­po­ni­bi­li­dad de fondos en la Administración llegado el fin de la contrata. Como si no hubiera ha­bido tiem­­po an­tes para hacerlos, para planificar y presupuestar el previsible gasto. Tras dé­cadas de peajes sin al­ter­­nativas no congestionadas, irrumpió entonces en el es­ce­­nario una pri­­mera opción dis­tin­ta al ansiado ‘gratis total’. Volvió en­ton­ces a sugerirse, nun­ca a confirmarse porque eso cuesta vo­tos, otra suerte de peaje pero –tran­­qui­li­dad, venían a repetir aplacando su mala con­cien­cia que será de los ‘blan­­dos’, de los que ya no penalizan por los costes de construcción y amor­­tización de la in­­­­fraes­­­tructura sino que se li­mi­tan a repercutir los derivados de su man­te­ni­miento. ¿Quién de­be­ría pa­garlos? ¿Los usuarios (to­dos)? ¿Sólo los turistas? ¿Se exceptuaría a los residentes? ¿Se pe­na­li­zaría o se bo­ni­ficaría a los trans­por­tistas?... Para qué dar respuestas cuan­do uno te­me tanto a una réplica cons­truida sobre dé­cadas de agravio com­parativo y cuando, ade­más, hay tantas elec­­ciones –o mo­ciones de cen­su­ra de por medio con las que poder manipular a la opinión pública y aplazar (otra vez) la decisión. 

Tan lejos como el año pasado, desde Madrid se insistía en tratar de ha­cer­nos caer en la cuenta de que liberar la AP-7 iba en el paquete de otras decisiones pa­ra­le­las con ésa misma o parecida fecha de caducidad de la concesión (entre noviembre de 2019 y agosto de 2021). Y ni el listado era corto, ni menos aún lo eran los dígitos de la millonaria factura a asumir por el Estado. Cuan­­do Pastor prometió la ansiada reversión de la AP-7 sin con­tra­par­ti­das se ve que no co­no­cía los vencimientos de los contratos de las otras concesiones, que al­gún fun­cionario de Fo­mento debió encontrar meses más tarde en un insospechado cajón . 

Y entre tanta indecisión e improvisación cuando no opacidad, saltó en 2016 el pu­­­­fo de las ra­dia­les de Madrid, concesionarias de peaje sí, pero construidas bajo la responsa­bi­li­­dad pa­tri­mo­nial de la Administración: otros 5.000 millones para rescatar a las con­ce­­sio­narias del mal negocio emprendido y hacerlo a cargo del presupuesto de Fomento. 

Frente a la indefinición, ‘empatía’

La indefinición del Gobierno de Mariano Rajoy con respecto al futuro de este vial ha ali­men­ta­do en los últimos meses las es­­­­peculaciones y la toma de posiciones, tan interesadas como par­cia­les. Sectores tan di­rec­ta­men­te concernidos –que guar­da­ron prudente silencio durante dé­ca­das de beneficios propios acumulados por el agravio cau­sado a otros han co­men­za­do a pro­nun­ciarse abiertamente so­bre la imposible reversión de la AP-7. Ante tanta am­bi­güe­dad ofi­cial, patronales –como la del sector hotelero de Be­ni­dorm, Hosbec o la de los con­tra­tis­tas de obra pú­blica y conviene no ol­vi­darlo, también de las concesionarias, Seopan o la Cámara de Con­tra­tis­tas de la Comunitat han aprovechado para realimentar aquel debate tan apa­ren­te­mente su­­perado. Lo hicieron para la AP-7 y desafortunadamente para el resto de infraes­truc­tu­­ras en pa­­recida situación, como si la del Mediterráneo no mereciera ser considerada de for­ma sin­gu­lar.

Foto: CGC

En pocas ocasiones sectores como los citados se habrán mostrado tan empáticos, tan con­cer­nidos con el control del déficit de las cuentas del Es­tado, co­mo lo han hecho du­rante los úl­ti­mos meses para pronunciarse al respecto de la AP-7. La con­clusión del estudio encargado a INECA por los hoteleros de Benidorm para desa­cre­di­tar la posi­bi­lidad del fin del peaje en lo que a ellos concierne (para el tramo de 70 km entre On­da­ra y San Juan) no tiene desperdicio: la autopista se saturaría, los costes de man­te­ni­mien­to se dis­pa­ra­rían y los tendría que asumir el Estado y en tales condiciones no ha­bría dinero pa­ra las ne­ce­sa­rias obras de mejora de la N-332. Vamos, que después de medio si­­glo pagando por cir­cu­lar en Ali­cante por una autopista decente y/o sufrir las penurias de ha­cer­lo por las na­cio­na­les al­ternativas que tampoco el Estado ha ade­cen­tado nunca, después de ver con re­ce­lo có­­mo todo ello sucedía mientras otros sí disfrutan de autovías públicas, la solución pro­puesta en e­s­te ‘se­su­do’ in­forme para re­vertir tal agravio pasa por seguir castigando a quien lo ha su­frido, al usua­­rio. To­do sea, como des­pués declaró de forma mucho más gráfica el presidente de Hos­bec, Antonio Ma­yor, por evitar "un mal invento (eliminar el peaje) para la co­modidad y el ac­ce­so de los tu­ristas". Si el futuro en este tramo pasa por mantener el peaje para así no con­ges­tionar la vía con ésos camiones que tanto molestan, ¿por qué no aplicarlo sólo a los tu­ristas cuando llegan en verano? (sin demasiados camiones, por cierto, porque la campaña citrícola ha aca­bado)

No es ésa su opción. La solución de INECA/Hosbec para este tramo alicantino –retomar un pea­je con descuentos de entre el 40 y el 60% y ven­ta­jas para los resi­den­tes es involucionista, es de naturaleza similar a la que plantea la Cá­ma­ra de Con­tra­tis­tas de la Comunitat Va­len­ciana para el conjunto de la AP-7. Los grandes cons­truc­tores de esta pa­tronal autonómica –casi los mis­mos que com­po­nen Seopan parecen querer también re­si­tuar el de­ba­te en los términos que ya se dieron cuan­do Eduar­­do Zaplana cerró aquella renovación de la que du­­ran­te tanto tiempo nos he­mos la­men­ta­do (casi todos): ante las insuficiencias pre­su­pues­ta­rias para asumir el man­­te­nimiento de la au­topista y/o para acondicionar las nacionales al­ter­na­tivas y sus co­ne­xio­nes con aquélla, con­ven­dría que el ministerio se dé un "baño de realidad" (dicen tex­tual­men­te) y, bien relicite la in­fraestructura con un descuento del 50%, bien lo haga asu­miendo el nuevo con­ce­sionario con cargo a tales ingresos –quizá reducidos en un 25% "todas o parte de las interconexiones entre AP‐7 y N‐332 y N‐340". 

Esto es, tras medio siglo, su solución pasa vol­vernos a hacer pagar lo que para otros ha sido gra­tis, por li­citar o por licitar, sin concretar más compromisos de gasto para que el servicio siga así, cómo no, en ma­nos privadas, en sus manos. Está claro: ‘No conviene morder la ma­no que a uno le da de comer’, tan pron­to ha­cien­do ‘cómoda’ la visita de los ingleses a la capital de los ras­cacielos a través de la au­topista del Mediterráneo, tan pronto defendiendo el man­te­ni­mien­to del negocio pro­pio o facilitando que el Estado tenga recursos para asumir los riesgos de la quie­bra de otros fallidos, como el de las radiales de la ca­pital. 

Ábalos: entre la cordura y la advertencia

Pero la sorpresiva moción de censura situó en la Moncloa a una de las formaciones políticas que durante los últimos tiempos había tratado de capitalizar tanto descontento ciudadano –y em­­­­presarial, por supuesto acumulado. Un valenciano, para más inri, fue nombrado al frente de Fomento y José Luis Ábalos hizo lo que estaba obligado a hacer. Así, en una entrevista con­ce­­dida a El País el 16 de junio, el ministro defendió lo mismo que había venido reclamando des­­­­­­de la opo­­­­­sición: liberar los peajes de las autopistas (todas) cuya concesión de 50 años ter­mi­­­na entre 2019 y 2021. Y acompañó tal medida de una reflexión, hecha en clave va­len­­­ciana pero de Justicia (escrita con mayúsculas): "No tiene sentido que haya territorios pe­na­li­­­­zados y otros ab­so­lu­ta­mente liberados (…) Esto es también vertebrar y hacer igualdad", dijo elocuentemente días después en sede parlamentaria el político nacido en Torren­te. 

Foto: CGC

Pese a la inusual dosis de sentido común evidenciada –que desde una asociación empresarial na­cional pero con ascendencia valenciana, como el CGC, no podemos más que aplaudir las pa­la­­bras de Ábalos tampoco han acabado por aportar la certidumbre necesaria sobre el futuro de esta infraestructura "vertebral", como dijo el propio ministro. El debate continúa abierto y bue­na muestra de ello es el brillante artículo que el director de esta cabecera, Javier Alfonso, sus­­cribió el pasado 15 de julio. Porque, en la línea de lo reiterado por su predecesor, en cada oca­­sión que ha tenido que afrontar la cuestión, el ministro ha añadido la preocupante coletilla de la necesidad de reflexionar "sobre la viabilidad y sostenibilidad de la red pública". "El con­cep­­to de gratuidad es muy relativo, la di­­ferencia está en quién paga. O las pagan los usuarios o las pa­­gan los contribuyentes, alguien tie­ne que pagar", ha re­petido machaconamente el titular de Fomento durante las últimas se­ma­nas.

‘El peaje blando’, otra vez

Sin citarlo, el ministro es consciente de que cada vez que repite esta cantinela, más allá de so­nar a perogrullada, está revitalizando la posibilidad cierta de introducir el mismo o parecido ‘peaje blando’ que ya sugería tímidamente su predecesor. No habrá relicitación para la AP-7, se dará la espalda a la iniciativa privada pero parece algo más que probable que un gobierno so­cialista no verá con ma­los ojos que sea lo público quien pase a cobrar por el uso mientras, eso sí, se aplican las nue­vas tecnologías telemáticas para así evitarnos –y hacer más visual el supuesto cum­pli­mien­to del compromiso- las siempre incómodas e impopulares barreras para cobrar ése nuevo pea­je ‘blando’. 

Es lo que, de hecho, ha supuesto también la aplicación de la manida directiva de la Euroviñeta, de la que tanto se vuelve a hablar ahora para proyectar la falsa impresión –media verdad, más bien– de que en la Europa central y nórdica el ‘pago por contaminar’ y por el desgaste de las ca­­­­rre­teras lo asumen di­rec­ta­­mente los usuarios. Una regulación comunitaria que, por cierto, Es­­pa­ña trata de evitar desde que fue aprobada –y en esto ha habido también consenso entre PSOE y PP– porque es bien conocido el impacto que tendría sobre la competitividad del sec­tor ex­portador ampliar su aplicación desde los países de tránsito o destino de nuestros productos a las autopistas y autovías de nuestro propio país. 

Porque una cosa es el ‘peaje blando’ (que se apli­caría a turismos y a transporte pesado, du­pli­can­do o más las tarifas por kilómetro recorrido a los segundos) y otra bien distinta la eu­ro­vi­ñe­ta, que es ésa pegatina que esencialmente se obli­ga a colocar sólo a los camiones para iden­ti­fi­car­los y aplicarles una tasa según los ki­lómetros recorridos por in­fraes­tructuras libres de pago, y que normalmente son sensiblemente más caros que las fórmulas hasta ahora plan­tea­das pa­ra el ‘peaje blando’.

Vicente Bordils, presidente del Comité de Gestión de Cítricos. Foto: CGC

Lo cierto, con todo lo dicho, es que en buena parte de Europa, quien ya paga por tales con­cep­tos son los trans­­por­tistas, más concretamente los más pesados y los extranjeros –los es­pañoles en mu­chos casos–. Lo que, por cierto, no es tampoco distinto a lo que también ha venido ocu­rrien­do des­de hace décadas en la AP-7, donde el transporte pesado tiene tarifas sensi­ble­men­te su­­periores a los turismos pero también a lo que se abona en algunos Estados miembros por transitar por vías de alta capacidad ha­cia nuestros clientes europeos (la euroviñeta). 

Lo re­pe­ti­ré por si no ha quedado claro: en la mayor parte de España, cometer el ‘delito’ de exportar a Eu­ropa, mejorar la balanza de pagos, crear empleo y ri­queza o simplemente ir a visitar a un ami­go de otra co­munidad no ha supuesto más gasto que el carburante. En el caso de los ciu­da­danos va­len­cianos, singularmente, hacer tales cosas ha estado penado durante décadas –al me­nos dos, las que se calcula que ha excedido al pe­rio­do de amortización de la construcción de la AP-7– con pea­jes mucho más caros que los blan­dos que ahora se proponen o que la eu­ro­vi­ñeta, que ya se ha venido abonando cuando nues­tros ca­­miones cruzaban Europa. Prolongar el castigo sin mayor consideración, se an­toja pues, inasumible.

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Vicente Bordils es presidente del Comité de Gestión de Cítricos (CGC)

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