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'Pachinko', la Historia y la memoria

28/05/2022 - 

VALÈNCIA. Entre las buenas series de las que no ha oído hablar y es una pena, porque sería estupendo que la viera, está la coreana Pachinko (Apple TV). Creada por la guionista y productora Soo Hugh, a partir de la novela homónima de la escritora Min Jin Lee, y coproducida entre Estados Unidos, Corea del Sur y Canadá, Pachinko cuenta la historia de una familia coreana desde los años diez hasta los ochenta del siglo pasado, centrándose esta primera temporada (está concebida para tener cuatro) en el relato de la abuela, desde su juventud a la vejez, y de su nieto. Como es habitual en este tipo de sagas intergeneracionales, a través de la historia íntima de los miembros de la familia descubrimos la Historia con mayúsculas, en este caso una historia desconocida para los espectadores occidentales: la dominación japonesa sobre Corea, la discriminación constante de los coreanos en su propio país y en el país nipón, y la emigración coreana a Japón y a Estados Unidos.


Pero, aun siendo esto interesante, dado nuestro desconocimiento de esos acontecimientos históricos, no es lo relevante de Pachinko ni, por supuesto, lo que la convierte en una gran serie (un buen tema no garantiza nunca que la obra tenga calidad), sino el modo en que esa historia, la íntima y la general, está contada. Desde el principio, la serie mezcla las líneas temporales y va mostrando paralelamente la historia de la abuela Sunja desde su niñez en los años diez, interpretada en la vejez por Youn Yuh-jung, ganadora del Oscar a la mejor actriz de reparto por Minari (2020), y la de Solomon, el nieto, en 1989. Hay una generación intermedia que sí aparece, pero cuya historia no se desarrolla, porque se hará, previsiblemente, en las siguientes temporadas.

Esta convivencia de tiempos diferentes es una aportación de la serie, puesto que el libro cuenta la historia cronológicamente, comenzando en los años diez y avanzando sin saltos temporales. Esta decisión narrativa es crucial, porque no solo mejora la novela original, sino que otorga a la serie su singularidad y todo su sentido. A través del montaje paralelo, el recurso más utilizado en la serie y de forma excelente, y de la fragmentación a la que obligan los constantes saltos en el tiempo, se multiplican los ecos y los hilos entre pasado y presente, las rimas narrativas, emocionales y estéticas.

Ecos, rimas e hilos marcan el precioso trabajo de montaje, que hace saltar la distancia temporal y une en una única emoción a personajes y espectadores. Alguien hace un hatillo con sus pocas pertenencias en el pasado mientras otro hace una maleta en el presente y es el mismo gesto y el mismo impulso, aunque vayan a lugares distintos y la motivación del viaje sea diferente. El bol de arroz que ayer era fruto del amor y del sacrificio hoy constituye un legado familiar, cultural e identitario que es un refugio frente a la soledad y la angustia. El desarraigo une a quien emigró porque no tenía otro remedio y a quien marchó por voluntad propia: desarraigo y emigración son dos de los grandes ejes de la serie.

Pachinko es el nombre de un juego de azar consistente en una máquina con pequeñas bolas, con cierta semejanza al pinball; por extensión, así se llaman los (muchísimos) locales de juego que existen en Japón, Corea del Sur y Taiwan. En la serie, uno de los miembros de la familia tiene uno de esos salones, aunque aparece muy poco en la trama de esta primera temporada; ya le llegará el turno. Donde sí lo hace es en la muy chocante y arrolladora cabecera. Vean.

He dicho chocante porque el tono de estos títulos de crédito, alegre, optimista, expansivo, juguetón, tiene poco que ver con el de la serie, que es un melodrama (la unión de drama y música) bastante canónico en el fondo y en el que hay, sobre todo, tragedia, pérdida y dolor. Y poco azar, a pesar del título. En el pachinko, el juego, se lanzan a la vez un montón de pequeñas bolas, de las cuales la mayoría caen al fondo sin conseguir premio y unas pocas entran en unas pequeñas puertas donde hay gratificación. Parece una buena metáfora de la vida, pero no es eso lo que sucede con los personajes de la serie, cuya trayectoria está, al contrario, bien marcada por los hechos históricos y por el lugar que ocupan en la escala social.

Sí hay un acontecimiento inevitablemente azaroso: nacer aquí o allá, lo que en este caso sería Corea o Japón, o rico o pobre. Y ese azar determina unas circunstancias, marca diferencias y la serie nunca nos deja que lo olvidemos. Pero tras ese acto azaroso del nacimiento, encontrar las puertas es fruto de la búsqueda de una salida, de la perseverancia, de la capacidad de resistir y de sobrevivir incluso en lo más adverso. Así es la historia de Sunja, que comienza en la pobreza y la exclusión, pero también la de su nieto, Solomon, ejecutivo de una gran compañía, un triunfador miembro de la elite y símbolo de la mejora en la escala social de la familia protagonista. Porque esta también es una historia acerca de qué diablos es eso del triunfo y el éxito en una sociedad desigual e injusta.

En Pachinko, la Historia con mayúsculas marca la historia íntima, la individual, y son las decisiones que cada cual toma ante esas circunstancias las que mueven a los personajes y construyen el relato, incluso aunque esa decisión sea dejarse llevar. Decisiones y circunstancias que reverberan en los demás, en las siguientes generaciones. Pero esa no es una relación mecánica ni simple. Lo que el montaje, la fragmentación, las rimas y ecos construyen no trata únicamente de mostrar que lo que sucede ahora nace en el pasado, o que, a veces, las cosas se repiten, sino de revelar algo mucho más importante y profundo: que los seres humanos somos, sobre todo, historia y memoria. 

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