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cómic

Paco Roca: clásico por fuera, rompedor por dentro

| 14/04/2019 | 5 min, 15 seg

VALÈNCIA.-Se puede resumir el perfil de Paco Roca (València, 1969) con sencillez: es el dibujante español de cómics más importante de la última década. Simple y contundente afirmación, desde luego, pero lo que no es tán fácil es sintetizar en el espacio de unos pocos párrafos cómo ha llegado Roca a ese estatus intocable de estrella. Se puede hacer un recorrido acelerado por una carrera caracterizada por una envidiable solidez y puntualidad (una novedad anual en las estanterías de las librerías no está al alcance de todos), que debería comenzar por su paso por las revistas El Víbora y Kiss Comix, pero que pronto nos llevará a Arrugas (2007), una obra que sorprendió por su temática y por la eficacia narrativa que demostraba el dibujante, avalada por la crítica y el público, y encumbrada a fenómeno de masas tras ganar el Premio Nacional del Cómic (2008).

A partir de ahí, Roca ha consolidado una trayectoria impecable a golpe de obras de calidad ascendente.Las calles de arena (2009), El invierno del dibujante (2010), Memorias de un hombre en pijama (2011),  Los surcos del azar (2013), La casa (2015) o El tesoro del Cisne Negro (2018) conforman un catálogo de lo mejor que se ha publicado en la última década en el cómic nacional, una afirmación avalada por un reguero interminable de premios nacionales e internacionales.

Pero es todavía más interesante analizar la figura que hay detrás de estos hechos incontestables: un creador que se ha formado desde un academicismo clásico, de Escuela de Artes y Oficios, que ha ido perfilando un estilo personal en lo gráfico, reconocible, pero que quizás no destaca especialmente en ninguna particularidad más allá de su sobriedad y sencillez dentro de un canon naturalista. Un estilo que le ha permitido dedicarse precisamente al gran misterio del lenguaje del cómic, a ese 'arte invisible' que definió Will Eisner y que hace de los tebeos una creación incontenible: la narrativa.

Roca se ha ido formando con cada obra como un soberbio contador de historias, que ha ido asimilando recursos y posibilidades para aprender a narrar cualquier historia en dibujos. En Arrugas sorprendía con esa magistral página final en blanco, símbolo demoledor de la memoria borrada, que demostraba que la narración gráfica debe utilizar hasta el mínimo detalle de la página. En Las calles de arena y El invierno del dibujante, comenzó a experimentar con el cromatismo para que el color abandonara la función decorativa y ejerciera de protagonista narrativo. En sus historias cortas de Hombre en pijama, incorpora la diagramática y el juego simbólico, para poder contar conceptos abstractos y reflexionar casi desde el ensayo.

Posteriormente, consiguió dominar el juego de realidad y ficción a la perfección en el juego de espejos que constituye la estructura narrativa de Los surcos del azar y, en La casa, llevaba la capacidad evocadora del dibujo hasta extremos de perfección, trasladando al lector sensaciones y sentimientos con eficacia narrativa, colocándolo en el porche de ese chalet de la Calderona para sentir la brisa y el dolor, pero también la alegría y la luz del sol inundándolo todo.

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Sobrio y sencillo

Magisterio narrativo que casi pasa desapercibido, pero impregna cada viñeta: solo Paco Roca es capaz de llenar páginas de conversaciones entre dos personas sin que se resienta el cómic como hace en El tesoro del Cisne Negro. Dejen por un momento la historia y deléitense con la lección que da el autor de narración en esta obra, esos pequeños detalles que cambian de una viñeta a otra que mantienen la atención de la lectura sin apenas contaminarla, impulsándola sin que el lector sea consciente de cómo el autor le acompaña y dirige.

Es posible encontrar ejes temáticos en las obras que conforman su currículum, como pueda ser la memoria, desde aproximaciones tan variadas como la memoria colectiva que cultiva con la reivindicación de la historia olvidada de La Nueve (o División Leclerc, la compañía de soldados españoles que liberó París) a la reflexión íntima del recuerdo de su padre, siempre desde ese apacible sentido común que contagia todas las creaciones del dibujante. Pero si algo conecta toda la obra del autor valenciano es la búsqueda constante de nuevos retos: no hay dos trabajos iguales en su obra; siempre explorando nuevas experiencias que le permitan sacar el máximo de las posibilidades de la historieta.

Sus retos que se impregnan de riesgo, como el que corrió al llevar al cómic un tema tan ajeno en aquellos momentos como el Alzheimer, ahora ya casi común gracias a la pujanza de todo un género como la medicina gráfica nacido alrededor de iniciativas como la de Roca; o el que asume al atreverse con el periodismo gráfico disfrazado de género aventurero en su última obra, dotando al conjunto del aroma reconocible de los clásicos de Hergé sin renunciar a una rigurosa labor de investigación periodística.

Son ejemplos con los que llega al desafío más importante de su carrera: abandonar el papel para convertirse en objeto de museo. No era nueva la experiencia expositiva del autor (su excelente antológica Dibujante en pijama llevó su obra a las paredes del MuVIM), pero con El Dibuixat, la obra realizada para el IVAM, rompe toda limitación impuesta por el papel para encontrar nuevos caminos expresivos para el cómic, dejando el papel para crear una novedosa experiencia en la que el lector formará parte necesaria del espacio de la viñeta, de una sala de museo reconvertida en un cómic en el que lector, autor y creación conversan de tú a tú. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 54 de la revista Plaza

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