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El muro / OPINIÓN

Palabra de ciclista

Foto: KIKE TABERNER
2/01/2022 - 

Sucedió una mañana. Hace más de una década. Un amigo paralelo se tomó el viernes libre para organizar la fiesta de cumpleaños de su hija. Era fecha clave. Los dos patitos. Antes de comenzar los preparativos, decidió salir a primera hora en bicicleta. Su idea, llegar al mercado del Cabanyal utilizando el tramo del Jardín de Turia y el carril bici que lleva a la playa. A la altura de un importante centro comercial, y en verde, cruzó la avenida. Había un hotel en construcción. Fue arremetido sin escrúpulos por una camioneta que salía contra dirección a toda máquina con la música desatada. El resultado, un siete de treinta centímetros en su pierna derecha. Samur, policía, algarabía popular, atestado, más de un centenar de puntos de sutura en el quirófano… Nadie dio parte a nadie. Ni a la fiscalía. Según dijeron había tanto bulo, espanto y timo que ya no actuaba de oficio. El pobre conductor era un inmigrante sin papeles ni carnet de conducir que le habían puesto en suerte una máquina descontrolada. Sólo pedía que no le denunciaran. Su apellido era Avero.

Desde entonces, mi paralelo decidió que jamás volvería a utilizar la bicicleta en espacios urbanos. Sólo en jardines tranquilos y autorizados. Fue un momento de locura colectiva, tanto personal como profesional. Se saldó con días de baja, amenaza de insensibilidad nerviosa, necrosis y hasta afección de partes sensibles. Total, 6.000 euros de indemnización que hubo que demostrar como si se tratara de un mangante. Los tenía negros zainos. Una ruina para el tiempo perdido y las circunstancias vividas. Psicológicamente, no regresó a la normalidad hasta volver a cruzar la misma calle como experiencia mental. Después, nadie se dirigió a él. Ni para preguntar. Sanidad le remitió una factura para que supiera el coste de la atención. Como si fuera un impostor. Tuvo que demostrarlo ante un forense. Con su par zaino.

Sirva esta reflexión ante el caos en que se está convirtiendo circular o simplemente caminar en una ciudad en la que la bicicleta y los patinetes se han convertido en agentes externos y amenazantes cuando antes era todo lo contrario. Sí, esos que incluso insultan si pisas su carril, pero no avisan que van a atizarte como te descuides. No son todos. Pero insultar, mira que lo hacen en una ciudad sin leyes ni controles. Y ahí ya hay de todo, menos “bonico que voy con prisa”.

Foto: KIKE TABERNER

Escribía esto para corroborar unas afirmaciones realizadas estos días por el Catedrático de Seguridad Vial Luis Montoro a Las Provincias muy interesantes:

-En las ciudades el aumento de la siniestralidad en general es espectacular. Se han convertido en un territorio tremendamente anárquico y sin el control que hay en las carreteras. El nivel de sanciones es muy bajo y hay una alta tolerancia con la infracción y el riesgo.

-La accidentalidad es muy importante y el número de policías para controlar su volumen de tráfico es ridículo.

-Es evidente que hacía falta un cambio -movilidad municipal-, pero me da la impresión de que están habiendo muchas transformaciones sin estudios muy sólidos que los justifiquen. A nuestro instituto no ha venido nadie a consultarnos. Yo hubiera hecho los cambios con más prudencia, tiempo y prospectiva de futuro.

-Improvisación y rapidez. Por ejemplo, había que hacer más carril bici, vale, pero también pensar que venían otros vehículos como el patinete que ha llegado para quedarse.

Foto: AYUNTAMIENTO DE VALÈNCIA

-Análisis de dónde, cómo, cuándo y por qué se están produciendo los accidentes y los problemas de movilidad. Además, el conocimiento de las normas por parte del usuario del patinete es prácticamente nulo. Los ciclistas algo más, pero sucede algo parecido. El conocimiento de las leyes es muy bajo y falta mucha formación. Lo que sucede con los carriles bicis es como hacer un gran aeropuerto sin que el piloto sepa lo que tiene que hacer.

En fin, es sólo un extracto, pero dice mucho de una ciudad que ha crecido sin normas y a base de improvisaciones. O lo que es lo mismo, primero hacemos y después ya veremos, que es lo que le pone a algunos ediles de locuras inmediatas y réditos absolutos. Algo así como las plazas públicas de Sandra Gómez, mucha innovación pero no se sabe bien de que qué tipo. O como cuando nuestro actual alcalde, en tiempos de edil suplente, cruzaba la puerta de mi casa camino de Patraix en contra dirección del sentido del tráfico, sobre la acera y en plan Induraín. Aún no usaba el coche oficial.

Esta ciudad ya es un sin vivir en algunos aspectos. Claro que da miedo salir por la ciudad. Los ciclistas, no todos, jamás avisan. El carril bici es su territorio. Propio. ¡Claro que da estrés circular por la ciudad! Más aún sin seguro, casco, voluntariedad de intercambio, respeto… Ni normas conocidas. Ni siquiera normalidad ¿O no? Esta misma mañana un tipo ha cruzado a lo loco y mi vecino alquila patinetes que estampan los visitantes de fin de semana a media tarde cargaditos de ron. Sin papeles, ni seguro. El aparcamiento reservado para motos en mi esquina ha aparecido esta mañana completo de motos de alquiler. ¿Y nosotros, qué?

Foto: KIKE TABERNER

Ahora nos sale la Generalitat anunciado 55.000 plazas de aparcamiento de bicicletas en estaciones de metro y cercanías. Habrá que estar preparado ante la invasión. Tendrán hasta controles de seguridad e incluso consignas para guardar objetos personales. O sea, el riesgo de seguridad en caso de emergencia va a ser de risa. ¿Y los demás, qué? No podemos circular por la ciudad aunque paguemos impuestos de circulación nada baratos, tasas, vados,  seguros e incluso multas por doquier. Pero del resto, esto es, motos de alquiler y patinetes que circulan como locos nadie dice nada. Y de escuchar, aún menos. Si esto es modernidad vial, vamos apañados. El futuro va a ser caótico y sin regulación objetiva. Lo observan los técnicos. Algo así como las sonrisas sin mascarilla. Un día sí, otro no. Y en función del resultado, ya decidiremos.

Se nos avecina una de mucho nivel si alguien no pone algo de orden. Es nuestro sino. La decadente historia de un cambio sin planificación a manos de la imperante improvisación que algunos llaman modernidad europea o ecológica.

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