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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Paloma Chamorro, trazando el límite entre la edad de la inocencia y la edad de oro

5/02/2017 - 

VALENCIA. Paloma Chamorro fue una periodista experta en arte y cultura que se hizo popular gracias a un programa de televisión. La edad de oro se convirtió en el escaparate de un tiempo nuevo en un país que quería dejar de ser viejo. Su muerte el pasado 30 de enero ha puesto de relieve una vez más la importancia de su trabajo. Chamorro era mucho más que la movida pero la movida no sería recordada del mismo modo sin ella.

Durante el periodo como recluta del servicio militar te adjudicaban un número y se referían a ti por ese número hasta que jurabas bandera. Una vez jurabas lealtad a la patria, tus superiores ya se dirigían a ti por tu apellido. Durante esos dos primeros meses de servicio militar en Pontevedra me tocó ser el 71. Vinculé la cifra al año en cuestión, pero no era un año importante para mí. El 72, , el 73, el 75, el 77 me hubiesen parecido mucho más adecuados, por ser los años del glam, Berlin, Ramones, Patti Smith, el punk… Pero me tocó un año musicalmente insulso para mí. 71, haz esto, 71 ven aquí, 71 limpia aquello.

La carta

Mi madre me contó por teléfono que había llegado a casa una carta de TVE. En ella decían que estaban en contacto con Bauhaus para llevarlos a actuar a La Edad de Oro. La misiva venía de allí, estaba firmada por Luis Marquina, componentes del equipo de Paloma Chamorro. Les contesté explicándoles que, con toda mi frustración, no podía aceptar su invitación porque estaba sirviendo a la patria. Después pasé semanas enteras rabiando antes la posibilidad perdida. Había perdido la oportunidad de ir a La Edad de Oro a hablar de Bauhaus. De comparecer en el programa fetiche de la modernidad española. Todo por estar atrapado allí, en lo más recóndito de España, vestido de verde, secuestrado de manera legal. Gran tragedia que solo se alivió cuando supe que el citado monográfico nunca tuvo lugar. El grupo se separó antes.

Retrato del entrevistador adolescente

Meses más tarde, cuando ya faltaba menos para terminar con aquel calvario (alguna vez contaré cómo fue el primer y último día que lancé una granada de mano en unas prácticas, o como se llamara aquello que los aprendices de soldado hacíamos para parecer jóvenes espartanos), conocí a Paloma. En aquella época, 1983 y 1984, un viaje en tren podía llevarte un día o más. Pontevedra está casi a 1000 kilómetros de Valencia. Volver a casa un fin de semana o un puente era inviable. Así que lo que hacía era irme a Madrid y pasar allí, acogido por mis amigos Gema y Tito, un par de días en la ciudad a la que deseaba irme a vivir en cuanto me licenciara. Paloma me citó en su casa de la calle Castelló, un domingo por la tarde. Allí estaban dos de sus mejores amigas, la cantante Rubi y Elena Gabriel, que también era parte del equipo del programa. Entrevisté a Paloma para Estricnina y me cedió una serie de fotos que fotocopié para reproducir en el fanzine y que ojalá no hubiese acabado perdiendo con el transcurso de los años.

Genio, figura y fuerza

Paloma tenía carácter y era fascinante. Por la determinación con la que hablaba y hacía las cosas, por la gran cultura que tenía y por el esfuerzo titánico que llevaba a cabo para sacar adelante aquel programa. No era habitual ver a una mujer al frente de semejante tarea. Porque hacer La Edad de Oro (tal y como me contaría muchos años después cuando hablamos para un libro que estaba escribiendo sobre Alaska y la movida) era extenuante a todo los niveles. Mientras redactaba el primer borrador de este artículo la estaban llorando cientos de personas a través de las redes sociales y de los medios, lo cual me alegra porque siempre ha merecido todo eso y muchas otras cosas más. Pero que no se nos olvide que su trabajo nunca fue fácil. La historia ha terminado por hacer justicia a su labor, pero en su momento también fue objeto de inflamadas críticas. Al programa se le llegó a llamar despectivamente La edad del morro, porque aquella exaltación de la modernidad, especialmente de la madrileña, no sentaba nada bien en algunos sectores muy auténticos que miraban don desconfianza aquella celebración nocturna en un plató televisivo de Prado del Rey.

No puedes separar una cosa de la otra

No le perdonaban su entusiasmo a la hora de presentar (en una entrevista con Almodóvar que se publicó en mi libro, éste calificaba sus intervenciones como ditirámbicas); y tampoco que ejerciera como entrevistadora. Le criticaban que llevase a artistas amigos. Ella defendía que cuando un artista le gustaba hacía lo posible para llegar a ser su amiga. Pero por encima de todo, era imposible disociar a Paloma de Dinarama, Bernardo Bonezzi, Almodóvar, Radio Futura, Guillermo Pérez Villalta, Aviador Dro, La Mode, Parálisis Permanente, Ceesepe, Jesús Ordovás, El Hortelano, Derribos Arias, Miguel Trillo… Ella formaba parte de aquello conocido como la movida y de la misma manera que unos la fotografiaron, otros la pintaron y otros le pusieron música, ella la llevó hasta esa ventana universal que es la televisión para darle carta de naturaleza a todo aquello que estaba pasando entonces, que no era poco.


Deseo carnal en su pequeña pantalla

Cuando acabé la mili en septiembre de 1984 no me fui a vivir a Madrid tal como deseaba. Me quedé en Valencia trabajando en la radio que dirigía mi hermano Esteban Leivas, que fue quien fichó a Jorge Albi y lo trajo a Valencia, consciente de que esa voz era una mina. Estricnina no salió nunca más a pesar de que había mucho material para un cuarto número. La entrevista con Paloma quedó inédita para siempre. Pero mantuve el contacto telefónico con el equipo a través de Luis. Un día me propusieron escribir un guión para un documental sobre Dinarama, que iban a actuar en el programa. El documental jamás se hizo y, para compensar el trabajo, Paloma pidió que me llevaran a hablar sobre ellos al plató el día de su actuación. Allí estuve, con una fan valenciana que se llamaba Susana, Bibiana Fernández y el productor de Deseo carnal, Nick Patrick.

Nuevas caras

Una de las cosas que hice al acabar con el servicio militar fue teñirme el pelo de rubio, un acto de rebeldía tras haber pasado 14 meses de mi vida retenido en contra de mi voluntad en un cuartel y sin poder ir a hablar sobre Bauhaus. La mili te partía la vida para nada. Me teñí el pelo y me lo cardé (en realidad de eso se encargaba mi madre) y de esa guisa fui a La edad de oro un día de noviembre de 1984. Estar en programa en una ocasión como aquella fue crucial para mí por muchos motivos. Yo era un crío, me gustaba muchísimo la música y Paloma me dio (como a muchos otros futuros periodistas musicales, pienso en el caso de mi amigo Félix Suárez, del fanzine Editorial del Futuro Método, o en Javier Astudillo, de Banana Split la oportunidad de lucirme y de brillar en un espectáculo hecho a mi medida y a la medida de otros como yo. Aquello, que era pura ilusión para mí, se convertiría, tres décadas más tarde, en un pedazo de historia, irrepetible, además.


El contacto neoyorquino

Volvería a visitar el programa en marzo de 1985 para hablar sobre John Cale. Esta vez, la invitación fue para compensar algún encargo que yo aceptaba encantado, como recoger documentación para preparar la entrevista de algún músico extranjero. En otras ocasiones era yo el que tomaba la iniciativa y, tras la consulta pertinente, escribía a artistas que me parecían fascinantes para ver si estarían dispuestos a aparecer en La edad de oro. Escribí a Glenn Branca, buscando contacto con Sonic Youth, que entonces grababan para su sello Neutral. Escribí al poeta Gerard Malanga, que había sido asistente de Warhol, porque quería hacer un documental sobre Velvet Underground para el programa. También le mandé una carta a Lydia Lunch y otra a Sterling Morrison, que sí me contestó aunque al final no se llegara a hacer nada con él. El contacto sirvió al menos para que Ignacio Julià le escribiera y éste le entrevistara para que contase su versión de la historia de los Velvet.

Los pelos de punta

Unos días más tarde de que se emitiera el programa de Dinarama, me llamó a casa un compañero del servicio militar. Rubén era de un reemplazo posterior, fue uno de los pocos amigos que tuve durante aquellos meses (estábamos unidos por la música, lógicamente) me contó que me había visto en la tele. En realidad, dijo, me vio de refilón en la camareta de los suboficiales, que cada noche se reunían para cenar y ver la tele. Estaban viendo La edad de oro –para ponerse enfermos con el rumbo que estaba tomando España, imagino- y entonces me reconocieron. Rubén me trasladó algunas de las cosas que les oyó decir Acerca del antiguo recluta valenciano “¡Mira, si ese de ahí es el 71!” “Ahora va de rubio” “¡Menudo maricón!” Fue uno de esos instantes en el que algo cobra sentido. Una epifanía. Estaba en camino correcto. No sabía hacia donde me llevaría y aún hoy sigo sin saberlo. Pero era el correcto, porque era el mío. Permitiendo que formara, aunque fuese muy coyunturalmente, parte de su trabajo, Paloma me dio la oportunidad de mostrárselo al mundo. De mostrar lo que era y también lo que no era. Le estoy inmensamente agradecido por ello.

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