Te acordarás de ellas cuando estés atascado en la AP7, la A3 o la Mudéjar sin nada que hacer. Sé previsor, lleva siempre un botiquín de primeros auxilios y una bolsa de Duso
VALÈNCIA. Poco ha cambiado la cosa en el aceitoso universo de las papas desde que hace casi un lustro Vicent Molins pasara revista a las grandes marcas valencianas de patatas fritas (Vicent, te voy a fusilar el artículo, te lo pagaré con tu peso en papas). Mismo receta, mismo porcentaje de colesterol, mismo packaging del pasado responsable de que cientos de diseñadores tengan que emigrar a tierras inhóspitas. Naciones productoras de chips que, bajo el eufemismo de ‘papas gourmet’, seducen al consumidor con sus paquetes de colorines y sus falsas promesas de sabores internacionales que abrirán tu mente (o sea, glutamato) y te trasportarán a una aldea remota de indígenas aimaras, en la que seleccionan las patatas óptimas para la fritura entre 3.000 variedades distintas.
Regresando de los Andes a Alberic, nos topamos con el centro de alto rendimiento tecnológico de una de las mejores papas de la Comunitat, las Duso -que no ‘Dusó’, así con tilde, aunque le pega bastante-. Esta marca fue alumbrada por Lorenzo Duato y Julia Soriano en el ecuador de los 80, entre hombreras y cardados. Y sí, son las primeras sílabas de sus apellidos de donde nace el nombre sobreimpreso en amarillo y azul en un paquete que no ha variado ni un ápice desde sus años mozos.
¿Y cómo son estos copos dorados? Pues maravillosos, humildes y demasiado fáciles de ingerir. Las reinas de las panaderías y gasolineras de la Ribera Alta, Baja y la Safor, las que cuando haces una paradita para comprar pan, coca salá (¿team botifarra, llonganissa i cansalá o team sardinas?) y cacaos, se apuntan a la bacanal.
Pero las Duso no están solas, si subimos a Castellón entraremos en el territorio de las J. García, el retoño de Juan García y Yolanda Cosin. Unas papas finas y exquisitas, claro objeto de deseo y filia de algún indeseable y especulador que las está comprando todas en València ciudad, porque para este artículo, a cinco puntos de venta de J. García he ido, y de los cinco me he ido con las manos vacías e insultantemente limpias, con lo bueno que es el aceite vegetal y la sal para la dermis.
Cuando estés en el Aeropuerto de Manises, entre la caterva propia de los vuelos low cost, aliviando el síndrome con un doble mal tirado, un sándwich envasado y una bolsa de aire y patatas fritas de marca mainstream -a precio de uranio enriquecido- te acordarás de las Papas Lolita, oriundas de Bellreguard y creadas por Pascual Escrivá, que las bautizó así en nombre de su hija. Su packaging, cuanto menos inquietante -aunque no menos que el original-, encierra unas papas así suavecitas, que si te pillan con el día tonto y resacoso, te comes el paquete tú solo. En el otro extremo, las Bretana y su modalidad de onduladas. Corte grueso, tono saturado y un combinado de tipografías setenteras que me embelesa. Encuéntralas en Alcoi y aledaños.
Y ahora no me vengáis oliendo a Lay’s Campesinas.