(Homenaje al subinspector del grupo de Homicidios de la Policía Nacional de València Blas Gámez, asesinado este martes)
VALÈNCIA. El 23 de abril de 2007 entré en la sección de sucesos y tribunales del periódico La Razón. Cuando empecé, Blas no estaba, nunca le pregunté si estaba de baja o excedencia, pero tiempo después le conocí gracias a la jefa de Sucesos y Tribunales de Levante, Teresa Domínguez, maestra del oficio, amiga del alma e íntima de Blas.
Quien no conozca el negociado no sabrá que a veces los mandos policiales se ponen duros, y mandan firmes, a aquellos policías que se atreven a interactuar con nosotros. Pero siempre está la excepción que confirma la regla y Blas era esa excepción.
Gente como Blas, como Epi, como Santiago, como Esther, como Leila, como Leo que jamás me han girado la cara, y siempre han tenido una sonrisa o una explicación bondadosa al por qué no me iban a contar algo. Gente, la del grupo de Homicidios de la Policía Nacional de València, que le han devuelto la esperanza a cientos de familias que habían perdido a un familiar de la forma más horrible que se puede perder.
No sé si Blas intervino en el caso de Celeste, creo que no, pero da lo mismo. La placa de agradecimiento que cuelga en vuestro despacho de los padres de Celeste, unos padres que habían perdido a una hija de la peor forma imaginable, es una prueba más de vuestro trabajo diario. Ese trabajo que tantas veces pasa desapercibido y del que Blas era el máximo exponente. No me salen las palabras. No quiero hacer un texto lacrimógeno. Simplemente quiero que aquel que lea estas líneas sepa, sin ningún género de dudas, que vosotros y solo vosotros sois capaces de humanizar lo peor del género humano.
Parece fácil lo que hacéis, series como CSI ayudan a ello, pero aquellos que hemos tenido la suerte de veros trabajar sabemos la verdad. Sabemos de las horas de tronchas infructuosas (vigilancias para los neófitos), de la paciencia del Santo Job que hay que tener, de los encontronazos con quién haga falta para sacar un asunto o de las broncas que tenéis con nosotros por algún detalle que publicamos. Sabemos hasta de las sentencias absolutorias que ninguno, yo la primera, hemos llegado a entender.
Este martes quedará grabado para siempre como un día triste, muy triste. Pero yo quiero recordar al Blas divertido, al que se sentaba a tomar café conmigo y me tomaba el pelo con Santi hablando del decapitado que yo no sabía. Al tercer decapitado supe que me tomaban el pelo. Quiero acordarme de ese Blas que aunque las cosas se pusieran duras en Jefatura, muy duras, con respecto a la prensa, se seguía sentando con su sonrisa a mi lado y al lado de Teresa. Ese Blas que supo ver más allá de nuestros oficios. Ese Blas al que todos queremos.
Hoy escribo estas líneas para su grupo, sus amigos, sus hermanos. Aquellos que se ríen hasta de su sombra y que, como dije antes, son capaces de humanizar lo peor del género humano. No os voy a llamar héroes porque como bien sabéis, las obviedades no van conmigo.
Simplemente diré: Hasta luego Blas. Tómate una copa a nuestra salud allá donde estés, que aquí siempre estarás en nuestros corazones. Siempre fuiste un luchador y luchando te fuiste. Buen viaje, maestro.