VALÈNCIA. A diferencia de otras tendencias políticas, si alguien quiere conocer la historia de la València megalómana, tan solo tiene que acudir a la Ciutat de les Arts i les Ciències, donde los endoesqueletos de Calatrava son especialmente elocuentes. El terreno que se pisa cuenta una historia: la del dinero, la del relato político, la de las aspiraciones de la ciudad, la de la sociedad de entonces y, en contraste, lo de todo lo anterior mirado desde el presente.
La semana que viene se inaugura el nuevo centro cultural CaixaForum en el edificio Ágora, el epílogo del proyecto monumental de la Ciutat: “iba a ser la joya de la corona, y se acabó convirtiendo en el símbolo del estancamiento, del cambio de ciclo”. Estas son palabras de Chema Segovia, arquitecto y experto en desarrollo urbano, que junto a LUCE, ha activado la cara B de ese edificio, la de sus ausencias.
En concreto, a unos cientos de metros del que será el flamante punto caliente cultural de la ciudad, se encuentra una parcela, la M3, comida por la vegetación. Se ubica donde acaba la Ciutat, pasando el Oceanogràfic y el Centro de Investigación Príncipe Felipe. Y sobre ella, descansan 163 lamas que se construyeron como la guinda del Ágora y cuyo destino se aleja cada vez más del edificio. Se trata de unas piezas de gran tamaño que iban a colocarse en lo alto del edificio y que, con un sistema hidráulico, se podrían mover. Toda una hazaña arquitectónica, habitual en los proyectos de Calatrava, que quedó en nada.
Como los retrasos de la obra no permitieron hacer la gran inauguración del edificio para la Copa América, lo intentaron para el Open de Tenis de València. Llegaron a duras penas, y el coste fue renunciar a las lamas. “Dejaron las lamas a la vista, como si inminentemente las fueran a colocar, y fueron pasando los años hasta que las trasladaron a la parcela actual”. La Fundación "la Caixa” puso como condición para reactivar el Ágora no hacerse cargo de las lamas. Ahora ya no tienen horizonte de vida útil.
Las piezas llevan una década ocupando el espacio que se suponía que también iba a ser urbanizado por Calatrava. La parcela M3 pretendía acoger tres edificios residenciales de lujo, un proyecto que no trascendió más allá de una maqueta perdida entre almacenes de la Generalitat. Un solar “maldito” cuyo destino ha acabado siendo el de un cementerio de piezas de metal.
El artista urbano LUCE se encontró con ese espacio en una de aquellas derivas rutinarias. Entonces, había un señor que custodiaba que no se pasara ni se hiciera fotos al espacio. Años después, con el gobierno cambiado de color, la parcela se desbrozó y quedaron más visibles las lamas. Fue entonces cuando, sin guardián, LUCE empezó a frecuentar el espacio con Chema Segovia. “Acudíamos y pasábamos un rato explorando el lugar, viendo qué sensaciones nos transmitía, sin intención de hacer una intervención o un proyecto concreto”, explica el arquitecto.
Pasó el tiempo y la parcela empezaba a hablar por sí sola. No solo tiene un relato político (“es un símbolo incluso de lo que ha ocurrido y el tiempo que ha pasado: lo que antes estaba oculto por la vegetación, ahora se puede ver, y representa toda una manera de entender la ciudad”, opina LUCE), sino que ha devenido en una arquitectura que, a ras de suelo, interactúa de otra manera con el cuerpo humano.
Los dos empezaron a percibir el espacio como un playground, un recreo no pretendido, creado a partir de la disposición de las lamas. Caminar entre ellas, o sobre ellas —no sin cierto riesgo— “es un acto con una connotación política”. La que iba a ser la corona de los años de poner València en el mapa es ahora un juego en un descampado abandonado.
La siguiente fase fue la de crear un juguete, una reproducción a escala de las 163 lamas en madera que formara casi un mikado. Una caja con piezas que, con la posibilidad de ser manipuladas con la mano por su tamaño, pudiera sugerir qué hacer con las vertebras de ese esqueleto. “Eso nos obligó a medir cada una de las lamas, porque cada una tiene un tamaño diferente. Lo hicimos en precario, y empezamos a utilizar medidas humanas y a ver las proporciones de las piezas de metal con nuestro cuerpo”, desarrolla Segovia.
Y el juego llevó, inevitablemente, a la necesidad de descubrir a la gente ese espacio: “Es toda una experiencia descubrirlo, encontrarse con las lamas, verse dentro de la parcela”. Diseñaron entonces, junto a Ivan Santana, unas rutas que recorren de lo más visible -el paso de los turistas con bicicleta asombrados por el Ágora- hasta la parcela M3, que acoge lo repudiado. Entre medias, un paseo por los restos del circuito de Fórmula 1, y una València que, muerta de éxito, quedó abandonada, creando un purgatorio entre la postal futurista de la Ciutat de les Arts i les Ciències y La Marina, uno de los símbolos más reivindicados por la nueva gestión política.
El trío de ases lo completaron Gemma, Irene, Jorge y Cecilia, que a propuesta de LUCE, completaron la ruta con una acción performativa en la parcela. “Estábamos buscando explorar cómo nos sentíamos en un espacio y desarrollar algo, y nos llegó esta oportunidad. Fuimos visitando el terreno y explorando qué sensaciones nos transmitían, cómo se relacionaba con nuestro cuerpo, qué nos sugería”, explica una de las actrices. Finalmente, hicieron una parodia en la que gestores políticas le buscaban un nuevo uso, y luego proponían jugar con el espacio de diferentes maneras: “había veces que las lamas nos sugerían algo más poético, pero no podemos desligar las sensaciones del relato político”.
Las rutas tuvieron lugar durante los primeros meses de 2022, y explican tanto LUCE como Chema Segovia que “la gente se asombraba al descubrir aquello”. El artista matiza que a él le “alucinaba el hecho de que vieran muchas de las zonas de la ruta por primera vez”. Un paseo por los límites de la ciudad, que de tan definidos que están, no se suelen bordear. La propuesta de las rutas y del proyecto Parcela M3 propone, por el contrario, zambullirse en ellos.