VALÈNCIA. El poder de una simple línea. Fue cuando Theo van Doesburg, pintor, escritor y arquitecto holandés fundó junto al también artista Piet Mondrian la revista "De stijl" en 1917, que abogaba por el uso del ángulo recto y de los colores primarios introdujo aquella maldita diagonal en sus composiciones. Ello desencadenó la furia y la ruptura definitiva con Mondrian. Si, la batalla de las ideas en el mundo del arte puede ser una lucha encarnizada aunque no se derrame ni una gota de sangre, lo cual a veces es incluso peor.
A veces la opinión que se tiene sobre un artista se vomita con escasa diplomacia. Un ejemplo algo extremo, que recordaba recientemente el comisario y filósofo Fernando Castro, fue cuando Margaret Thatcher fue informada de que el gran pintor inglés Francis Bacon iba a exponer sus cuadros en el Museo Tretiakov de Moscú. En lugar de alegrarse por el compatriota comentó “Bacon… ¿no será ese hombre horrible que pinta esos cuadros tan espantosos?”. Bacon despierta controversia, de eso no hay duda. Siguiendo con el gran artista británico, a colación de la magnifica exposición de dibujos, comisariada precisamente por Castro, cuya visita recomiendo a todo el mundo y especialmente a los muy “baconianos” y que se celebra en Bancaja, un amigo cuyo criterio aprecio y que además admira al pintor me manifestó, ante mi sorpresa, su contrariedad ante una muestra “impropia del gran artista que es”. Dado el pequeño debate generado quedamos en verla, esta vez juntos, de nuevo.
Aunque parezca que estamos en un mundo en que reina cierta politesse, las discrepancias y disputas en el arte tienen, sin embargo, difícil solución. Si a alguien le repugna un artista, difícilmente va a llegar a un acuerdo con su oponente, que lo admira, para pasar a repugnarlo sólo un poco, por mucho que los debates sean constructivos, largos y acalorados. Hablar se habla, pero para reafirmarse en las posiciones, muy difícilmente se convierte al otro.
Desde hace más de medio siglo existe un debate permanente sobre la definición de arte, una cuestión que no se ponía sobre la mesa hasta el urinario de Marcel Duchamp, y en consecuencia sobre la consideración o no de obra de arte a determinadas actuaciones, intervenciones, objetos etc. El arte conceptual, en el que la idea puesta de manifiesto por el artista suele ser una parte de la obra abrumadoramente más importante que la técnica de ejecución empleada (en muchos casos, incluso esta última tiende a desaparecer), constituye uno de los puntos álgidos de este combate pugilístico. Una de las personas más polémicas de la actualidad en relación con esto, si dejamos a un lado los propios artistas, agentes generadores de polémica per se, es la crítica y comisaría mexicana Avelina Lésper, cuya buena parte de su labor profesional consiste en elaborar un discurso dirigido a desacreditar, hasta su invalidación, a una parte importante de lo que llama arte “VIP” (video, instalación y performance). Lésper pone su empeño en convencernos de que “el rey va desnudo”, y a lo que en estas ocasiones se le llama arte no es ni más ni menos que una estafa intelectual. Las reacciones a las afirmaciones de Lésper suelen ser pasionales y polarizadas: se le odia o se le ama, y cualquier video en youtube o publicación de esta genera una cantidad de comentarios enorme.
Aquí entramos en el pantanoso terreno en que el arte se confunde indisolublemente con el poderoso caballero. Imaginen lo que supone en términos económicos la bendición por los especialistas de la atribución a un importante maestro antiguo de una obra de arte aparecida y de la que no se tenía conocimiento. De igual forma, ocurre en sentido contrario. La controversia, el cuestionamiento de una atribución y esa palabra maldita, la duda, en la autoría puede acabar arrinconando una obra a la que con el tiempo vemos migrar de una casa de subasta a otra sin que tenga postor que se atreva a desembolsar una cantidad por algo que no está claro. El dinero es miedoso aquí también. Los debates sobre atribuciones también son más o menos encarnizados, aunque se mueven en el terreno de los gabinetes de los museos, despachos de las universidades y los estudios de los especialistas con auctoritas. Suelen venir revestidos de las formalidades requeridas por las publicaciones especializadas, lo que les resta la espontaneidad del debate en la plaza pública.
El aprecio o la repulsión por un artista entre dos interlocutores enfrentados puede desatar también las más virulentas hostilidades. Es cuestión del carácter de cada uno, pero cuando te espetan con cierta teatralización, que interpretas como hostil, que uno de tus pintores favoritos, no es, sino, un mediocre artista cuya supuesta originalidad es ni más ni menos la copia mala de otro pintor, el cuerpo empieza a parecerse a una olla a presión porque, aquí ya no se debate de arte, sino del gusto personal. Juzgar el gusto de uno es algo así como juzgar a la persona misma.
Parlem de arte
Soy consciente de que a estas alturas no soy muy original en esto, pero creo que no estaría mal que el debate saliera un tanto de las redes y volviera a la calle, a los cafés o las librerías, a las galerías y los museos. Me hallo estos días tratando de formar un grupo de lectura sobre arte, para eso: leer y hablar de arte y creo que no me seduce demasiado que en el ambiente reine en todo momento el buenrollismo amenizado con música de Handel e infusiones. Toca arremangarse y cuando toque, discrepar amistosamente. La conversación es parte del juego del arte. Como me decía un amigo profesional del vino “no hay nada más triste que beberse un gran vino a solas, sin poderlo comentar con otros, aunque sea para discrepar”. La experiencia del arte tiene su lado solitario, de introspección personal incluso a través de la observación, pero no hay que olvidar la parte sociabilizadora, incluso lúdica a través del intercambio de pareceres, la tertulia. Ya está bien de que todas las tertulias de este país sean políticas. No tengamos tanto pudor, incluso temor, a expresar nuestra opinión sobre arte y artistas, y dejemos de autocensurarnos por temor a meter la pata, a ser avasallados por un erudito.