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el billete / OPINIÓN

Pasión y muerte de Pedro Sánchez

Foto: EFE/Chema Moya

No saber irse a tiempo es uno de los defectos que manchan la trayectoria de los líderes políticos. Sánchez resistió por orgullo, incapaz de ver que su resistencia en nada beneficiaba a su partido

2/10/2016 - 

El antipapa Benedicto XIII murió encastillado en Peñíscola en 1423 sin haber dejado de reclamar ser el único Papa legítimo y habiendo disputado la cabeza de la Iglesia católica con hasta seis pontífices durante casi 40 años. No le faltaban argumentos a Pedro Martínez de Luna, pues su longevidad –murió a los 95 años– le había permitido después de varias décadas de conflicto ser el único cardenal vivo elegido por un Papa anterior al Cisma. El único, por tanto, legitimado para heredar la tiara, pues los demás habían sido nombrados por pontífices en disputa.

Pero las razones del Papa Luna chocaban con la lógica. Había que salvar la institución de la Iglesia y su momento había pasado. La Iglesia había resuelto el Cisma seis años antes de su fallecimiento, en el Concilio de Constanza, al que se llegó con tres papas y donde se eligió a un cuarto de consenso, Martín V, tras la renuncia de dos de ellos y la destitución del inflexible pontífice aragonés. Pedro Martínez de Luna fue declarado antipapa y hereje por no querer pactar una retirada honrosa, por soberbio, por anteponer sus intereses personales a los de la Iglesia. 

Habrá que ver si no es ahora el PP el que hace imposible una investidura porque prefiere las urnas

Años atrás, al principio del Cisma, el entonces cardenal Martínez de Luna se había pasado al bando de Aviñón y había convencido al papa francés, Clemente VII, para que aceptase una propuesta de resolver la disputa mediante su renuncia, la del papa de Roma y la elección de un tercero. Pero murió Clemente VII, sus cardenales nombraron al aragonés nuevo pontífice y Benedicto XIII se vino arriba. Rechazó cualquier acuerdo con Roma y se mantuvo en sus trece de ahí la expresión hasta su muerte, desoyendo a todos los emisarios reales y papales que pasaron por el castillo de Peñíscola para pedirle la renuncia. 

El encastillamiento de Pedro Sánchez en Ferraz hasta su dimisión forzada empezaba a parecerse al del Papa Luna. Sánchez fue víctima de una conjura más que de una traición, porque la traición la cometen los tuyos y los susanistas nunca lo fueron ante la que sólo valía la pena resistir por orgullo.  

El resto de argumentos, por mucho que Sánchez tuviese la misma legitimidad que Martínez de Luna, eran excusas para no buscar una salida a este cisma que no provocó él pero que prolongó de manera inútil. Y lo mismo cabe decir de Susana Díaz, que se ha retratado con un golpe cruento que, a la vista del resultado, era innecesario.

El fondo de la cuestión

El fondo del asunto, o eso dicen los golpistas, es el "No es no" de Sánchez a Rajoy, que abocaba a España a unas terceras elecciones con probable victoria de los populares aún más amplia que la del 26J. A estas alturas y después de lo acontecido en el PSOE, el Sí a Rajoy sería el mal menor para los socialistas, que ya no están en condiciones de exigir nada a cambio de sus abstenciones. De hecho, habrá que ver si no es ahora el PP el que hace imposible una investidura porque prefiere las urnas. 

Lo cierto es que hubo una posibilidad de gobierno de izquierdas y Sánchez la vio, hace dos semanas, cuando planteó un Ejecutivo en solitario del PSOE con apoyo parlamentario de Podemos y la abstención de Ciudadanos en la investidura. Un acuerdo de mínimos para unas reformas básicas, progresistas. También hacía falta el PNV, pero se contaba con él por su necesario entendimiento en el País Vasco que confirmaron las urnas. Los números daban, y sin independentistas.

La propuesta generó un conflicto en Podemos, porque Errejón entendió la jugada pero Pablo Iglesias pensó otra vez que primero es el sorpaso al PSOE y luego el gobierno de izquierdas, aunque haya que esperar cuatro años. 

No obstante, fue Albert Rivera el primero en oler la sangre que manaba de la herida socialista. El líder de Ciudadanos dio con la puerta en la narices a Sánchez, al que en su día apoyó para que gobernase en solitario con 90 diputados, con un argumento de precisión: "No se puede gobernar con 85 diputados".

Iglesias, Rivera y Sánchez no llegaron ni a negociar, pero por si había una remota posibilidad de acuerdo los susanistas hicieron su trabajo antes de las elecciones vascas.

Las formas 

La lanzada la dio Felipe González en la cadena Ser cuando reveló que Pedro Sánchez había accedido a permitir la investidura de Rajoy y afirmó que se sentía engañado. Él. En una actuación memorable, al expresidente se le vio dolido. Le faltó decir que se sentía como los españoles a los que dijo "OTAN, de entrada, no" y luego fue que sí, y en vez de dimitir ganó las elecciones con mayoría absolutísima, y supo que podría seguir engañando porque en la política española engañar es gratis.

La lanzada la dio Felipe, pero la crucifixión había empezado días antes. No el día siguiente a la debacle socialista en Galicia y País Vasco cuando Sánchez se lió la manta a la cabeza, sino la semana anterior. En la recta final de la campaña, demostrando una absoluta falta de respeto hacia sus compañeros gallegos y vascos, García-Page abrió la veda de los barones contra Sánchez. Es imposible saber cuántos votos restó la bronca de última hora del PSOE, lo que es seguro es que no sumó.

La persecución, como todo el mundo sabe, había empezado el mismo día que Sánchez fue elegido secretario general, en verano de 2014, tras la dimisión de un Rubalcaba que había obtenido el hasta entonces peor resultado del PSOE (23%), en las Europeas. Desde ese día, la sombra de Susana Díaz acompañó al después candidato, quien a pesar de sus numerosos errores demostró una capacidad de resistencia muy superior a la de, por ejemplo, Josep Borrell, otro ganador de unas primarias que sufrió la presión del aparato.

Foto: EFE/Fernando Villar

Con Sánchez, es importante recordarlo, el PSOE continuó su cuesta abajo, y aunque resistió en las Municipales de 2015 (25,02%), tocó fondo en las Generales del 20D (22,01% y 90 escaños) y del pasado 26J (22,67% y 85 escaños).

Pero esto ya es historia. Al PSOE le toca ahora decidir si Rajoy gobierna en esta legislatura, con permiso del propio Rajoy, o votamos el 18 de diciembre para que lo haga un poco más tarde con una mayoría un poco más grande. 

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