Con la llegada del manga y la crisis de las revistas tradicionales de cómics, en los 90 muchos autores españoles tuvieron que o trabajar para el extranjero o crear proyectos autogesionados. Paté de Marrano, que luego se convirtió en Cretino, fue uno de los más exitosos dentro del underground, llegó a tirar miles de copias. Si algo causaba sensación, eran sus regalos, que podían ir de semillas de marihuana a tripis, o de petardos a hostias de misa. Por sus páginas pasaron las grandes celebridades, Mauro, Ata, Rabo...
VALÈNCIA. Esta semana he estado recordando el fanzine de Subterfuge. En los primeros 90 era como un soplo de aire fresco. Hablaba de lo verdaderamente interesante: cómic, gilipolleces varias y cine de Serie B. Las películas gore, por lo que fuera, en aquel entonces eran la quintaesencia de la diversión. Recuerdo hacer pases del VHS de Mal gusto para amigos con una rotación que ni la filmoteca nacional. Los grupos que abanderaba el fanzine eran españoles, pero no lo parecían, lo cual, estúpidamente, tras la resaca de la Movida, a la generación adolescente de aquellos años nos parecía bien.
Como es sabido, los fanzines servían para tener acceso a lo que no aparecía en los medios convencionales, que entonces eran lo único y la verdad revelada. La información de actualidad social y política y la cultura era totalmente vertical. No obstante, tampoco era tan distinta y tan poco democrática en comparación con lo actual. Estaban los circuitos comerciales con sus códigos y luego un universo underground donde, al menos en el mundo de la música, te podías ahogar buceando.
Tirando de maquetas tuve mi primer grupo en catalán, Pixamandurries, a los que llegué atraído paradójicamente porque tenían una canción en árabe que me chiflaba. Ahora cualquiera puede encontrar hardcore o punk en árabe, solo tiene que hacer cuatro clicks. Entonces, era como un tesoro. La poníamos en el radiocasete en el parque y la cantábamos a gritos. De hecho, me ha costado encontrarla porque la llamábamos "Obdula", que es lo primero que dice la letra y creí que se titulaba así. En la maqueta, que conservo, lo que pone es Posa-lí tu el títol. De València recuerdo a Aberrunto y su DEP (déjame en paz), canción que no llegaba al medio minuto y era un himno recurrente. Lo cantábamos cada vez que alguien nos daba la chapa: "¡no creo en nada, no sigo a nadie! ¡déjame en paz!". También recuerdo el primer grupo netamente feminista que escuché, Makia Subversiva, de Almería, cuyo discurso no ha cambiado nada con los años, no suena anticuado. Concretamente, nos fascinaba la intro, una derivación del Con las manos en la masa (que ya era feminista).
Al mismo tiempo, por estos circuitos, también me entró el metal extremo. Grupos de temática gore, otros satánica, pero la mayoría imposibles de poner en la radio y ni mucho menos en la televisión. Solo había que moverse un poco o tener los amigos adecuados, pero la verticalidad cultural se podía romper y el todo es posible estaba ahí, aunque fuera en formato físico y no en cantidades industriales, pero existir, existía, que había otros mundos y otras posibilidades, lo sabíamos.
En todo esto hubo un fanzine que se convirtió en un acontecimiento, Paté de marrano. Yo ya me había enganchado al TMEO por aquel entonces conquistado por la portada de ¡Conductor, no le toques la bocina a los ciclistas! que en esa época ya era un número antiguo con el que logré dar en la librería El aventurero de la Plaza Mayor. Sin embargo, Paté de marrano tenía algo más; algo tan sencillo como incluir un obsequio para los lectores en cada ejemplar.
El que me hizo enloquecer fue el que regalaba semillas de marihuana. Las planté en la maceta de mi ventana, pero no salieron. Siendo un tierno adolescente, la posibilidad de cultivar mi propia marihuana me pareció el chollo del siglo. Fue un fracaso, no reuní las condiciones necesarias que precisa la planta, pero la emoción era mayor que con unos fascículos coleccionables de Salvat, no me cabe duda. Otros regalos que se hicieron eran también un puntazo, como un par de hostias, no sé si consagradas o no, un tripi o, en su número dedicado a la revolución, un petardo.
En el número dedicado a la droga, concretamente, repasado ahora, los chistes pueden parecer algo naif y demagógicos, pero en muchos había cargas de profundidad. Hasta se adjuntaba una columna de Manuel Vicent en El País por la legalización de las drogas que, aunque no fuera desencaminada, razonaba como si la desigualdad no existiese y no fuese la causa de los problemas relacionados con la prohibición. Eran otros tiempos.
Estéticamente, era fascinante una historieta de Raíz sobre un camello que sueña con la legalización de las drogas en un bajón de tensión. En una página estaba toda la plana mayor de Malasaña patrocinando el fanzine: El Agapo, Tupper Ware, La vaca austera, La Vía Láctea, el Louie Louie... Al lado, una columna de César Strawberry. El estilo paja-río era muy frecuente por esos tiempos y esta columna, sobre un yonqui que cambia la heroína por los padrastros, era un buen ejemplo. Si algo se notaba, de todos modos y en perspectiva, es que la sustancia marrón que otrora tuvo glamur rockero y contracultural, aquí se consideraba ya sinónimo de degradación y marginalidad absoluta.
En la nómina de dibujantes, con María Colino, Ata, Mauro, Tamayo, incluso algún Rabo, estaban los grandes nombres de aquellos años y los venideros. Leyendo una conferencia de Gerardo Vílchez publicada en Cuadernos de Cómic nº9 de diciembre de 2017, la explosión del manga a principios de los 90, con el éxito de Akira y Dragon Ball, los autores españoles se quedaron en una situación muy comprometida con la desaparición de revistas donde publicar sus series. Muchos se fueron a Francia o Estados Unidos y otros hicieron sus propios proyectos, pero minoritarios y autogestionados, como este Paté de marrano.
En el blog de Javierre, hay un texto que da cuenta del ambiente y de la importancia de este proyecto: "Javi Raiz que siempre ha sido muy dadivoso, me regaló un ejemplar del LOCURA, aunque eso sí, sin Tripi. Lo de ese número fue magistral, un fin de fiesta difícil de igualar. Aún recuerdo un concierto de Potato que hubo en la Okupa del Laboratorio donde la gente iba con uno o varios Patés recién comprados y una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos, también de oreja a oreja que para qué. El Paté de Marrano murió como fue su vida, dando el ejemplo de un fanzine que no solo era unos cuantos pliegos de papel impresos con los dibujos de cuatro mataos, sino que su autenticidad trascendía más allá del propio fanzine, convirtiéndose en una forma de hacer y vivir los tebeos y que no en balde se convirtió en un referente y en un fanzine mítico que aun hoy nos siguen pidiendo en las ferias de comic".
Hay que recordar, de todos modos, que Paté de Marrano venía de Pota G, cómic nacido en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, y se convirtió, en 1998, en Cretino, que duró bastante más, aunque en 2011 se tuvo que transformar en Cretino Digital. Javier Herraiz declaró en El País que el objetivo del fanzine era ser minoría de minorías: "Nuestra intención era sacar un fanzine de comics que no gustase a los comiqueros, sino a los que no leen tebeos habitualmente". Ahora el acceso a todo es igual para todos, pero la hipertrofia de oferta quizá nos mantenga a los mismos interesados por lo mismo en similares proporciones.