El músico y poeta ha hecho una mini-gira por España. En València, presentó Poemas sin libro, que ha editado la editorial Media Vaca
VALÈNCIA. Ha pasado desapercibido por algunas ciudades, pero Pedro Luis Ferrer ha estado haciendo una mini-gira en las últimas semanas por España. Su posicionamiento político, crítico con el gobierno de Fidel Castro, incendió Cuba con una guitarra y unas palabras bien arregladas desde la década de los 70. Sus guarachas han dado la vuelta la isla y más allá de ella. Pero la tradición poética familiar también le ha llevado al terreno de la literatura. Ahora publica, a través de Media Vaca, Poemas sin libro, una primera recopilación que reúne años de trabajo literario bajo el radar. Recitados en sus conciertos o guardados en un cajón, ahora los comparte. Con esa excusa, Culturplaza se sienta con él para hablar de su relación con las palabras y de otros asuntos centrales de su vida y obra, que son fascinantes.
- En un texto tuyo que acompaña el libro, haces una genealogía de dónde te viene el amor por la poesía. Estamos acostumbrados a que la figura más tradicional del poeta se vea como inundado por libros, por la literatura. Tú sin embargo, cuando hablas del amor a la poesía y a las palabras, hablas de tus tíos, de tus abuelos, de tu familia en general…
- Yo nací en un ambiente de poetas y músicos y la poesía se consumía en mi casa cotidianamente. Una buena parte de esa poesía se hacía en la casa. La hacía mi padre, mi tío Raúl Ferrer, mi abuela era hija de poeta (el decimista Eufemio Pérez, a quien yo no llegué a conocer)... Nací en un ambiente de adoración a la poesía, al arte y a la música.
Descubro después la poesía clásica y el mundo de los libros. Poco a poco, pero el incentivo fue precisamente ese: estar en un hogar donde se cultivaba la poesía. No puedo explicar por qué yo tenía esa sensibilidad que otros quizás no tengan, eso ya depende de la vocación de cada quien, pero con la música me pasó igual: la estudié profundamente después de haber tenido mucho contacto directo con la música popular (con los músicos, con los tocadores de son, de guaracha, de tango…).
- También es interesante esa poesía de casa que no está pensada para ser publicada en ningún lugar ni para emocionar a nadie más que a la propia familia. Aquí o ahora tenemos una idea muy mercantilista de tener que publicar aquello que escribimos.
- Y de trascender, porque te empiezan a meter todo eso en la cabeza. A mí un día me entrevistó en la radio alguien que me dijo “¿Tú sabes que ya tienes asegurado un lugar en la música cubana?”, y yo dije “Bueno, sí, ¿y quién da esos lugares?”.
En mi casa la poesía era educación. Una canción que yo canto en Cuba es un poema que escribió mi tío Raúl en 1941, cuando yo no había nacido. Ese poema nació para ayudar a resolver los problemas de una escuelita cuando él era maestro en un central azucarero. Es un enorme poema, pero, sin embargo, nació sencillamente para resolver un asunto y crear sensibilidad en los niños en un aula. El sentido inmediato y práctico de la poesía siempre lo tuve claro. Yo veía improvisar los versos y hacerlos al momento, antes de que llegara alguien y quisieran agasajarlos.
Mi poesía primero se publicó en mis conciertos. Yo hace muchos años que vengo diciendo mis poemas en los conciertos. Me enseñaron, desde que mi familia vio que yo tenía una inquietud por la poesía, que también había cierta diferencia entre la poesía para leer y la poesía oral. Muchos de estos poemas nacieron para ser dichos en conciertos. Otros no; cuando los lees, tienes que releerlos y decirlos en un concierto y no darle tiempo a la persona sería como desperdiciarlos.
La poesía para mí no puede ser adivinanza. Si hay poesía, hay que enseñarla, hay que mostrarla. La poesía está en la percepción de uno en este mundo, que sin uno no existe -existirá otra, como no existe la música de Beethoven sin Beethoven.
- Háblame de esos momentos, en tus conciertos, en los que aparece la poesía. Tus canciones son muy festivas, y la poesía la tenemos como una manifestación solemne.
- En Cuba hemos tenido, a veces, la desgracia de que se hace una caricatura de la música festiva. Y, sin embargo, los grandes cultores de la música festiva fueron muy buenos poetas. Había poesía en sus guarachas. No eran chapucerías ni groserías, había un sentido poético. A mí me enseñaron que en el mundo existen dos cosas nada más: el arte y la chapucería. Esos cultores como Miguel Matamoros, Ñico Saquito o Ignacio Piñeiro, que hacían guarachas en una época en Cuba, eran personas que tenían un sentido de la belleza y del respeto. Buscaban la forma más hermosa de decir cosas que a veces eran de doble sentido y que tenían que ver con la vida cotidiana y con el erotismo.
Muchas canciones de Cuba hablan de frutas y de comida, y al final están hablando de sexo. Ahí hay una poesía popular muy importante, que es el doble sentido, y que a veces se entronca con la política y con los problemas serios y dramáticos de la vida. Detrás de una canción festiva puede haber una tremenda denuncia social. Y muchos dicharachos populares, que en su origen tenían un sentido, el pueblo los va cambiando, y los va transformando, y de pronto significan otra cosa.
El pueblo de Cuba se hizo, desde su origen, con eso que le dicen doble moral y doble percepción de las cosas. Cuando empezó a crecer la política, los africanos fingían que adoraban a los dioses españoles y en realidad lo hacían a sus propios dioses. Por eso muchos dioses católicos tienen equivalencias en el mundo de la deidad africana. Esa es la dialéctica de un pueblo que utilizó todos esos recursos sencillos para decir cosas profundas. Y sobre todo, para trabajar en su liberación.
Yo no desdeño nada de eso. Para mí el arte popular es esencial porque yo me considero pueblo. Me considero pueblo porque soy pueblo. Y aprecio mucho, y siempre estoy buscando, la profundidad en cosas que parecen a veces superficiales y no lo son realmente.
- Ya no solo utilizas las palabras para componer algo que sea bello; juegas con ellas, te divierten.
- Esa sensibilidad me viene de mi abuela Inocencia, la hija de poeta de Eufemio Pérez. Ella siempre tenía un dicharacho o un trabalenguas. Tenía un gran disfrute de eso, de cambiar las palabras, de todo lo que era jugar con ellas y que hubiera detrás un sentido. Nunca era jugar por jugar, y eso ella descubrió que a mí me gustaba mucho.
Antes de hacer poesía tuya tienes que aprender, tienes que leer los clásicos del mundo y de tu país también y aprender. Tuve la suerte de que jamás me aceptaron un ripio que estuviera mal hecho. Cuando al fin le llevé una décima bien hecha a mi tío Raúl, me dijo “Ah, Pedrito, ya sabes hacer décimas. Ahora tienes que aprender a hacer poesía en la décima”. Rimar no es poesía, eso es música. Hay recursos de la música que la poesía usa, pero la poesía no necesita nada de eso para existir.
-Creando música y creando poesía, ¡qué importante es, no solamente ver los puntos en común de esas dos artes, sino precisamente ser consciente de los puntos que las diferencian y abrazarlos!
- Has tocado un punto importante. Yo tengo muchos textos que han nacido como poesía solamente. Es cierto que a cualquier poema se le puede poner música. Puedes coger el periódico y musicalizarlo. La poesía es algo que está en la canción, en la décima, en cualquier tipo de estructura, en cualquier tipo de cosa. La poesía está hasta en las artes plásticas, en lo que te rodea en la vida, en tu percepción. Pero hacer un poema no es lo mismo que hacer una canción.
La canción es una forma y no siempre es efectivo hacerle música a un soneto. La poesía y la música nacieron juntas, y después la poesía tomó su propio camino. Pero las formas musicales determinan las formas poéticas cuando se trata de un texto para una canción.
Yo tengo muchos textos que todavía no tienen música. Sin embargo, en su estructura, han nacido para las estructuras de las canciones. La fórmula de la música es repetir variando y variar repitiendo, y eso no se puede violar, porque entonces las canciones se vuelven amorfas.
A cualquier cosa tú le puedes poner música… Pero que sea una canción, eso es otro asunto. También la música como música me interesa mucho: he escrito obras para guitarra, para sinfónica, cuarteto de cuerda, cello o piano. Ese mundo también me interesa muchísimo, y es un mundo que no es propiamente el de la canción. Yo siempre trato de tener bien claro en qué estoy trabajando, en qué cuerda.
- ¿El humor tuyo, tan característico, es patrimonio personal, familiar, nacional,…?
- Es una mezcla de todo. Pero, indudablemente, si quiero ser un artista, tengo que insistir en dar mi percepción del mundo. Yo conjugo el humor nacional, pero tengo un sentido decantador también. Yo no soy un pasivo de la cultura nacional cubana, soy crítico. Hay cosas que no coinciden con mi sensibilidad, por eso yo siempre digo que soy el cubano que quiero ser, no el cubano que nadie me impone. El cubano era Martí, que no se rió nunca, y era Ñico Saquito, que se pasaba el día riendo. A Martí le tocó vivir una vida muy dramática desde muy joven, y su poesía estaba cargada de dolor, pero también es un monumento, en muchos aspectos, a la alegría. Y Ñico Saquito, en otro sentido, es lo mismo: protestó contra el mundo que le tocó vivir, en un momento dado, e hizo reír y alegrarse a media humanidad en Cuba y al mundo con su guaracha.
Trato de dar mi opinión porque en la música cubana no todo coincide con mi sensibilidad. Yo no soy un un ortodoxo de la tradición. La tradición no es lo viejo, como la gente piensa: la tradición es lo viejo vigente. A mí me gusta mezclar tradiciones, sacar de cierto embotamiento que tienen a ciertas tradiciones y ponerlas en contacto con otras y crear una nueva visión. Mucha música mía parece tradicional y no lo es.
- En la medida en la que te reivindicas como una persona del pueblo (como algo que está en el centro de tu identidad), después de tantas décadas de carrera, ¿tu obra ha evolucionado más por tus circunstancias personales o por el contexto de la realidad cubana que también ha ido evolucionando?
- Por las dos cosas. Yo no soy el mismo hombre que era cuando tenía 30 años. Tenía una visión del mundo determinada. Pero las cosas en Cuba tenían un sentido y con el tiempo fueron tomando otro: ahí había cosas que estaban como gérmenes, y con el tiempo se desarrollaron maliciosamente, pienso yo. Como otras cosas buenas han estado ahí también y lo que pasa es que las tapa el mar de las cosas mal hechas.
La Cuba de hoy, de todas formas, no es la que nos tocó vivir en los años 70: hace unos cuantos años tenía que pedir permiso a las 11.000 vírgenes para salir del país; pedía tres meses y me decían que solo podía 20 días. O quería ir tres meses y me daban un permiso por un año. Si se te acababa ese permiso, no podías entrar. Y si no podías entrar, perdías tu casa y todo. Esas cosas han cambiado. Aún en estas circunstancias turbias y de excesos que han cometido, hoy, por ejemplo, puedo ir por el mundo.
Yo no tengo conciencia de emigrante. Tengo residencia en Estados Unidos, tengo residencia aquí y no tengo conciencia de emigrante. Yo nunca me he ido definitivamente de Cuba y me siento en el derecho de seguir participando de la vida y de respetar e incidir en aquel público.
Decía Spencer -lo citaba Martí- que de mala humanidad no pueden hacerse buenas instituciones. Y nosotros tenemos que ser mejores como personas porque no vamos a poder tener mejores instituciones si no somos mejores como personas. Entonces yo trato de ser mejor persona y de convidar a las personas que me rodean y al público que tengo delante a serlo. Y decir “por aquí la chapucería no pasará. Y no me presto para esto”.
Yo he cambiado por dos cosas: porque Cuba se ido transformando (a veces, lamentablemente, muy en contra de lo que yo he deseado), y por mi persona también. He tratado de transformarme y ser una persona diferente, y aprender y tomar cultura. Decía Martí que ser culto es el único modo de ser libre.
Tampoco el mundo ha ido siempre por donde yo creo que debería ir. No solamente es Cuba. La democracia la usan incluso para anular la democracia. A veces la democracia vende la soga con que la ahorcan. Tengo un sentido crítico con Cuba, pero con el mundo también.
Por el contrario, sigo viendo cosas buenas en Cuba también. En la sociedad, en la gente, en los artistas, en los intelectuales… Aunque la gente se empeña en decir que ahí nadie hace nada, hay muchas personas padeciendo las incomprensiones y los inconvenientes pero tratando de hacer su espacio como la hormiga y haciendo lo suyo.
- ¿Cómo fue la creación artística y crítica dentro de Cuba?
- Yo tengo ahora residencia en Estados Unidos, pero mi obra no es una obra del exilio. Yo soy un hombre de 70 años y casi toda mi carrera la hice en Cuba, contra viento y marea, y la canté allí. A veces me prohibían y después me dejaban un chance, y las volvía a cantar, y me volvían a prohibir y no sé qué… Hasta que un día vi que no me decían nada. Hubo un momento en que yo creí que en Cuba las cosas iban a coger un camino más racional y de apertura. También viví un momento en que todas esas canciones me traían problemas, discusiones, o llegaba a un lugar y me decían,”no me vayas a cantar esa canción” y yo decía “si yo no puedo cantar esa canción, no canto y me voy”. Y me iba. Todo eso en Cuba yo lo viví.
De cualquier manera, está la obra ahí, y de alguna manera el mundo hizo que llegara a la conciencia de la gente. El artista es trueno y el pueblo es viento: yo hacía una canción, la cantaba en el patio de una casa en La Habana, y a los tres días la había oído todo el mundo.
Yo participé en la lucha y me dieron. Pero yo di con mis canciones, y di con mis opiniones, y sigo dando mis opiniones, y sigo diciendo que creo en lo que siempre dije que creí: ni creo en un Estado diseñado en el unipartidismo, ni cosas por el estilo. Creo que ese es el origen de todos nuestros males hoy. Y lo digo clarito.
Tampoco he sido un contrarrevolucionario, porque yo nací en el seno de una familia revolucionaria, y llegué a la crítica no por contrarrevolución, sino porque la revolución misma me empezó a decir que estaban haciendo las cosas mal. Y cuando empezaba a dar mi opinión, me empezaron a dar con el látigo.
- Te quería preguntar precisamente si eso también te hacía ser crítico con lo que entendemos como la voz mediática del exilio cubano.
- No. En el exilio hay mucho dolor y mucha gente que recibieron tratos inadecuados. Si no, sería negar que en la isla de Cuba se han hecho cosas muy mal hechas, incluso.
A partir de la revolución socialista se pudieron haber hecho cosas regulares, buenas o malas. Hubo educación, salud, etc. Pero el mismo proceso se ha encaminado de una manera tal que esas mismas cosas que fueron (en un momento dado) logros, se han destruido.
Dentro de las filas de la isla y dentro de las filas del exilio siempre hay diversidad de criterios, y unos tienen más razón que otros. Pero en sentido general, el exilio merece un respeto porque, entre otras cosas, aportan una remesa a la isla sin la cual mucha gente en Cuba hoy se moriría de hambre. Deberían tener más voz en la realidad de Cuba.
- ¿Escribir o cantar es volver?
- Puede ser volver y también irse. Yo hay canciones que las he hecho como escape a ciertas circunstancias. Hay un poema que dice “de ti volverá todo y de ellos, nada”. Creo que todo lo que pasa queda, y que uno se va de las cosas y las cosas se van de ti. Yo hice una canción que dice “si no me voy de Cuba, no entiendas que me quedo. Transito en una gruta de esperanzas y miedos que conduce a la vez, que conduce a la vez al ruido y al silencio, al pájaro y al pez”. Siempre se dice que tú te vas de Cuba, pero nadie habla de cuando Cuba se va de ti.
Yo he estado viviendo en Cuba y he visto cómo esa realidad se va a mí porque los gobernantes son inconsultos. No consultan conmigo y yo me siento totalmente enajenado porque no me dan ninguna participación en los destinos del país. Y después no se ponen al alcance para que tú los fiscalices y no son transparentes y manejan todo como les da la gana de manejarlo. ¿Eso no es que el país se vaya de ti? A veces uno se queda, pero las cosas son las que se van de ti. Ahí se da una relación dialéctica entre lo que se va y lo que se queda que es infinita.