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EL CUDOLET / OPINIÓN

Pedro Rodrigo Méndez, el maestro de Vilaboa que caricaturizó Ruzafa

5/02/2022 - 

Recurrir a la memoria familiar, siempre en gratitud con los más mayores de la heráldica, sirve a veces hasta para destapar vergüenzas. Asumir nuestro propio rol en la vida. Una de ellas, la Guerra Civil. Escribir sobre el olvido de las víctimas es reconfortarte. Responsable. Saldas una de tantas y tantas deudas con tus antepasados, víctimas de un bando o del otro, vencedores y vencidos de la contienda militar. Ventajas y desventajas, los verdugos, en posición dominante, pudieron soterrar en paz a los suyos. Los vencidos sufrieron el ostracismo de una sepultura digna. Prometí a mi vieja en vida, Carmela, no pudo ser, articular algo sobre el asunto. Se cumplen dos años más un día de su huída hasta el infinito. Es el momento de retratarlo. La España de hoy no puede solo rebanarse de las victorias de Rafa Nadal, la España del mañana debe cicatrizar viejas heridas del pasado. Cerrar filas.

Soy militante gallego. Corre por mis venas. Por mis letras. Galicia tira mucho. Santiago de Compostela más. El botafumeiro nubla, y el camino es una experiencia victoriosa para llevarte al otro barrio. La empanada, los grelos, las filloas y el caldo forman parte de mi cultura familiar. Mi abuelo Pedro Rodrigo, llevo el nombre por él, nació en Quiroga (Lugo). En el mismo año que España dejó de ser una potencia colonizadora. Su padre Joaquín, oriundo de Teruel, aterrizó en la Galicia rural con la obligación de cumplir el servicio militar. No volvió salvo para llevar a sus hijos a conocer su patria chica. En Galicia conoció a Consuelo y terminaron como los personajes de La casa de Troya.

 

Del matrimonio nacieron cuatro féminas y dos varones, Elisa, Vicenta, Ramona, Felicitas, Pedro y Alfonso. En aquellos tiempos en las familias modestas de Galicia casi todos acababan cursando los estudios superiores de magisterio. Mi bisabuelo, mi abuelo, abuela y algún pariente más. El tío Alfonso, maestro, fue perseguido por el chivatazo de un compañero que quería amasar su plaza, acabando paseado, atado de pies y manos y tirado a la ría por ser rojo durante la guerra. Me lo refrescaba Chelito, prima de mi madre. Inhumano final. Los Méndez eran anticlericales. Los Rodrigo clericales. A mi abuelo no lo conocí. Murió cuando yo apenas tenía dos años de edad. Sé que ejerció con maestría la profesión de maestro nacional en Cangas y Villagarcía de Arosa, y estoy seguro que fue depurado por la dictadura franquista por apellidarse Méndez.

Mi vieja siempre ocultó la filiación política de mi abuelo, a la pregunta, salía por peteneras. Una tarde en la cocina apareció con una carpeta azul de grandes dimensiones, mientras contaba la mujer el triste final de su tío Alfonso. En casa apenas se hablaba de la República, y eso que mi viejo, declarado de derechas era republicano. En aquella carpeta, el contenido era un tesoro. Gran cantidad de caricaturas y recortes de prensa firmados y dibujados de puño y letra por mi abuelo Pedro.


Aquel día descubrí que mi añorado abuelo fue un genio del dibujo de la caricatura y que colaboró retratando a la sociedad civil y política gallega en las páginas de diarios como el Faro de Vigo, el Pueblo Gallego entre otros tabloides. Al casarse mis viejos, Pedro pidió el traslado a València por mitad de los años sesenta junto Amelia, su mujer, viviendo en el carrer del Pintor Salvador Abril 44. Aquí en el barrio de Ruzafa por pocos años siguió con la docencia en una escuela pública hasta su paso definitivo a la reserva. En sus últimos años de vida, Pedro se dedicó a atender a sus nietos, a jugar al dominó, a leer, y a seguir dibujando. Pedro Rodrigo fue un gran maestro de la caricatura, un hombre que caricaturizó el barrio de Ruzafa con su modestia y saber estar. Carmela lo prometido es deuda.

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