En 2012, el entonces president de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, decidió subirse a la marea independentista, que ya entonces había aflorado con muchísima fuerza, y adelantó las elecciones en busca de la mayoría absoluta. Mas había recuperado la Generalitat para CiU en 2010, con un muy buen resultado, pero alejado de la mayoría absoluta: 62 escaños, a seis de los 68 que marcan esa frontera en el Parlament de Cataluña.
La maniobra de Mas adquirió tintes mesiánicos, con un cartel en el que el candidato abría los brazos para abarcar un mar de banderas catalanas y con el slogan "La voluntat d'un poble". La comunión de un líder con su pueblo, que le pedía libertad de acción (mayoría absoluta) para emprender el camino a Ítaca (la independencia), dio como resultado una victoria pírrica: 50 escaños, doce menos que en 2010, mientras que ERC recuperaba posiciones y se constituía en alternativa por el liderazgo del independentismo. Tres años después, en 2015, Mas subsumió a CiU en una coalición con ERC, JuntsxSí, que obtuvo 62 escaños. Es decir: lo mismo que consiguió CiU en 2010. La CUP, imprescindible para lograr la investidura, pidió la cabeza de Mas, que optó por proponer a Carles Puigdemont, alcalde de Girona, como candidato alternativo.
El adelanto de Mas de 2012 fue, indudablemente, un error, vistos los resultados, aunque había circunstancias que lo aconsejaban o justificaban. Mas hizo de aprendiz de brujo y se quemó. Mucho menos justificada parece, sin duda, la repetición electoral del diez de noviembre, de convocatoria inminente (este lunes), tras cinco meses estériles de pérdida de tiempo y apariencia de negociación para crear relato, por parte del PSOE y del presidente en funciones, Pedro Sánchez.
Ya conocemos el mencionado relato: Sánchez y el PSOE han intentado, por todos los medios, encontrar una fórmula de investidura, mediante acuerdo con Unidas Podemos o vía abstención de PP y Ciudadanos, que les permita gobernar sin ataduras. Pero no ha sido posible, por el empecinamiento de Unidas Podemos en formar un gobierno de coalición y por la rigidez e irresponsabilidad de PP y Ciudadanos.
El paso del tiempo ha convertido este relato en una historia más y más inverosímil, pues sus inconsistencias son múltiples y de variada índole, como ya hemos analizado aquí en diversas ocasiones. Pero la cuestión que me interesa aquí es determinar si la situación política que nos encontraremos en noviembre será sustancialmente diferente a la de abril, y según qué parámetros. La respuesta haría las delicias de una constructora de relatos tan avezada como Carmen Calvo, especialista en defender una cosa y la contraria en la misma comparecencia de prensa: sí y no.
El trifachito ya no da tanto miedo: toda la campaña electoral del PSOE en abril -y, de hecho, la convocatoria en sí- se basaba en un único principio: el miedo a la derecha, unida a la extrema derecha, que se había manifestado en la plaza de Colón. Las tres derechas. El trifachito. Una amenaza muy real, decía el PSOE, de que las derechas llegasen al poder y aplicasen desde allí medidas draconianas reaccionario-ultras dictadas por Vox. Frente a dicho peligro, el PSOE pedía una gran movilización electoral, una prueba de compromiso con la izquierda transformadora y el socialismo, que parase la "marea ultra".
Sin embargo, una vez logrado ese objetivo, el relato ha dado un sorprendente giro justificativo de la repetición electoral: no hay problema en repetir las elecciones, dicen desde el PSOE, porque es imposible que las tres derechas sumen (y, en efecto, parece poco probable: en abril se quedaron a 27 escaños de la mayoría absoluta). Así que es complicado que el argumento electoral de abril se repita, sobre todo porque Vox no obtuvo un resultado tan espectacular como muchos agoreros pronosticaban y porque, desde entonces, el líder del PP ha moderado significativamente su discurso; ha sustituido a Aznar por Rajoy en su imaginario.
El PSOE amable con Podemos ha desaparecido: en abril, el discurso frentista del PSOE frente a las derechas tenía como complemento necesario la amabilidad con Unidas Podemos, socio preferente que ya le había ayudado a forjar la mayoría de la moción de censura. Iglesias y Sánchez apenas se atacaron en la campaña, y parecía claro que, si sumaban o casi sumaban (como así fue), pactarían. La plasmación más clara de ese espíritu la ofreció la militancia del PSOE en la noche electoral, coreando "¡con Rivera no!".
Ya sabemos lo que ha pasado, y parece evidente que la actitud mutua de ambas formaciones y líderes será muy distinta en la campaña de diciembre: Iglesias atacará a Sánchez acusándole de que está deseando pactar con Rivera, y éste responderá que Unidas Podemos no es un partido serio, que pretendían trágalas imposibles para pactar, etc. La batalla por el relato es la batalla por retener a los votantes fronterizos entre PSOE y Podemos.
Íñigo Errejón: en abril, Errejón decidió no arriesgarse y no se presentó a las elecciones generales con su nueva formación política, que además sólo era operativa en la Comunidad de Madrid. Aún es pronto para saber qué decisión tomará el ex número dos de Podemos, pero parece bastante probable que se presenten, en Madrid y en otras circunscripciones. Tal vez no en todas, sino sólo en las que cuenten con más infraestructura y posibilidades de obtener escaño, es decir: en las más pobladas.
Esta decisión, de por sí, transformará el mapa político español, pues pasaremos de tener tres partidos de ámbito nacional en la derecha y dos en la izquierda a una situación de paridad: tres en la derecha y tres en la izquierda. Y esto supone que el bloque de izquierdas perderá la ventaja relativa de que disfrutó en abril, derivada de repartirse el voto entre sólo dos opciones, y que tuvo como consecuencia que, prácticamente con los mismos votos, las tres derechas obtuviesen 16 escaños menos que las dos izquierdas. La aparición de una nueva candidatura de izquierdas dividirá el voto e, inevitablemente, propiciará que la izquierda pierda eficacia en la transformación de sus votos en escaños.
Tampoco sabemos cómo se redistribuirá el voto de izquierdas, aunque en el PSOE pensaban (al menos, inicialmente) que Errejón sobre todo le quitaría votos a Unidas Podemos. Esto podría parecer lógico, en un principio, viendo el resultado de las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid, donde el PSOE sacó exactamente el mismo resultado en 2015 y 2019 (37 escaños), mientras que los 27 que sacó Podemos en 2015 se repartían en 2019 entre los 20 que obtuvo Más Madrid y los siete que retuvo Unidas Podemos. Es decir: que, a juzgar por lo sucedido en Madrid, Errejón y Podemos se repartirán ese espacio electoral, mientras que el PSOE se mantendrá incólume.
Sin embargo, este análisis tal vez pase de largo un matiz importante, y es que el Podemos de 2015, con el que se comparan los resultados de la Comunidad de Madrid, es diferente del Podemos de abril de 2019. En abril, Podemos ya había sufrido la escisión de Errejón, y perdió casi treinta diputados. Parece lógico pensar que la mayoría de esos votos que apoyaron a Podemos en 2015 se fueron en 2019 al PSOE. La cuestión es qué harán esos votos en noviembre: si seguirán fieles al PSOE o se irán con Errejón (en las provincias en las que su formación presente candidatura).
Abstencionismo: finalmente, todos los análisis son coincidentes en una cosa: las elecciones de noviembre tendrán menos participación que las de abril. En el PSOE piensan que el descenso de la participación afectará a los dos bloques de manera equilibrada, y que, por tanto, no les perjudicará electoralmente. Pero pensar eso, a la vista de los antecedentes en España, tiene mucho de wishful thinking: creer que pasará lo que quieres que pase. Porque, si hay un elemento sistémico de las elecciones en España, es que los aumentos de participación derivados de la polarización política benefician a la izquierda, y muy particularmente al PSOE, que cuenta con una bolsa de votantes abstencionistas a los que no resulta sencillo movilizar, pues sólo votan cuando creen que hay algo en juego realmente importante. La anterior repetición electoral, de junio de 2016, supuso una pérdida de cinco escaños para el bloque de izquierdas, mientras que el de derechas obtuvo seis más. La participación descendió un 3,2%.
Todo lo cual nos lleva a una conclusión desconcertante: estas son unas elecciones a las que nos vemos abocados por el afán del PSOE y Pedro Sánchez por conducirnos a ellas. Pero las condiciones de partida en las que van a producirse para este partido son, objetivamente, mucho peores que en abril. Es mucho más lo que se arriesgan a perder que lo que pueden ganar. Ya ni siquiera el "Relato" está de su parte.