Hoy es 12 de octubre
VALÈNCIA. El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se enfrentaba este lunes a un reto autoimpuesto frente a todos los españoles: continuar al frente del Ejecutivo o abandonar el cargo y, con ello, la primera línea política. Una situación que él mismo decidió cuando, el pasado miércoles, se dirigió a la ciudadanía con una emotiva carta en la que se preguntaba si merecía la pena seguir en el puesto después de que la "derecha y la ultraderecha" traspasaran "la línea del respeto a la vida familiar de un presidente del Gobierno y el ataque a su vida personal". Una mención referida a la denuncia de la organización Manos Limpias para investigar unos supuestos delitos de tráfico de influencias y de corrupción en los negocios de su mujer, Begoña Gómez.
"No me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer, que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día si y día también", subrayaba Sánchez en su misiva. Una situación que, el pasado miércoles, obligaba al presidente del Gobierno y líder del PSOE a replantearse su continuidad en La Moncloa pero que, sin embargo, este lunes se diluía como un azucarillo. "Mi mujer y yo sabemos que esta campaña de descrédito no parará. Llevamos 10 años sufriéndola. Es grave, pero no es lo más relevante. Podemos con ella", subrayó Sánchez, quien atribuyó la decisión de seguir adelante a la "movilización social" de los últimos días en favor de su continuidad.
De esta manera, el presidente daba por zanjada la crisis institucional y política abierta por él mismo cinco días atrás. Sin ninguna medida excepcional, sin impulsar una cuestión de confianza en el Congreso, sin una propuesta legislativa y, en definitiva, sin un golpe de timón que justificara el fin de la reflexión o el posible cambio que emana de ella, más allá del apoyo social recibido -siempre subjetivo- y el propio diálogo intrafamiliar que el líder del PSOE haya atravesado.
Un desempeño que genera dudas respecto al efecto logrado en la ciudadanía. La propia encuesta del CIS publicada este lunes sobre el periodo de reflexión del presidente ya situaba a Sánchez en una posición delicada ante la opinión pública. Los efectos de su decisión, quizá positivos a corto plazo, pueden no serlo tanto a medio y a largo plazo.
Es más, dirigentes de su partido mostraban ayer sensaciones dispares sobre la comparecencia, incluso por momentos antitéticas. De coincidir con el mensaje lanzado días atrás por el ministro Óscar Puente: "Es el puto amo", se pasaba a otras afirmaciones opuestas: "Le ha echado mucha cara", dentro de la misma oración. Y es que para los estrategas clásicos del partido, tal y como había informado este diario, el escenario que precisamente no se barajaba era la de una continuidad sin aditivos ni artificios después de haber puesto en vilo a todo el país.
Por ejemplo, analizando los distintos escenarios, algunos veían como un gran golpe de efecto la dimisión en diferido: anunciar que seguiría en La Moncloa por responsabilidad para no generar inestabilidad en España pero que sería su último mandato. También se daba por buena la continuidad mediante una cuestión de confianza que apoyara su periodo de reflexión y en la que se buscara algún consenso para frenar o amortiguar la llamada "guerra sucia". Incluso, pese a que pudiera convertirse en una crisis para el PSOE, se contemplaba la dimisión inmediata y la sucesión o la convocatoria electoral a dos meses vista. Sin embargo, la opción elegida ha sido la de continuar como si nada hubiera ocurrido; algo difícil de digerir tanto para los socialistas 'pata negra' como para sus socios de investidura.
Sobre esto, algunos dirigentes del PSOE reflexionaban sobre la posición de Sánchez a las puertas de las elecciones catalanas y europeas y los motivos que le habían llevado a esta situación. "Ante las acusaciones sobre su mujer, y recordando lo que ocurrió en las elecciones autonómicas y municipales, ha decidido dar una patada al tablero y tratar de dominar el relato", comentaba un alto cargo de la formación socialista a este diario días atrás.
Ahora bien, esa postura ha terminado derivando, por diversos factores, en un escenario con expectativas descontroladas. "Un farol, para ser útil, debe ser creíble", comentaba otro dirigente del PSOE a este periódico al analizar la tendencia creciente a señalar la inminente dimisión de Sánchez. Este, precisamente, ha sido un condicionante fundamental en la crisis desatada: el hermetismo del presidente -o las sensaciones de su entorno- han generado una percepción generalizada de que el adiós era la decisión irremediable, lo que contribuyó a las muestras desaforadas -casi desesperadas- de apoyo que fueron agrandando la bola de nieve.
Con este escenario, Sánchez saltó ayer ante los medios, después de un encuentro con Felipe VI en La Zarzuela -no trascendió obviamente el grado, si la hubo, de perplejidad del monarca-, para anunciar que se quedaba. Una declaración en la que no hubo presencia mediática -ni por tanto, preguntas- ni tampoco explicaciones respecto a las acusaciones sobre las gestiones de su esposa que, más allá del recorrido judicial que puedan tener, pueden considerarse al menos poco estéticas. El presidente, en una breve intervención, anunció que seguía adelante tras su periodo de reflexión gracias a las muestras de apoyo recibidas. Nada más y nada menos.