Pese a que todos creemos o decimos que es el epitafio en la tumba de Groucho Marx, una rápida búsqueda en Google nos dice que es otro mito, bulo o falsedad. En todo caso, es una expresión que nos viene muy bien estos días
La persecución principalmente mediática y en redes sociales, incluso de algunos de sus colegas de profesión uniéndose al linchamiento, al tenista serbio Novak Djokovic por su participación en el Open de Australia de tenis sin estar vacunado lleva camino de convertirse en un capítulo más, pero de gran relevancia, sobre cómo el ser humano es capaz de convertirse en el peor enemigo de la libertad y de sus congéneres. Un proceso de criminalización y ataque a cualquiera que ose discrepar o disentir de las decisiones de los gobiernos hasta llegar a extremos insospechados. Algo que, como recuerda Jano García en su reciente obra El rebaño, se ha demostrado con múltiples experimentos en universidades americanas, como el que realizó el psicólogo estadounidense Stanley Milgram para demostrar que la presión del grupo puede hacer cambiar de opinión al resto, aunque no piensen igual y todos se unen bajo un mismo dictado para encontrar un enemigo común. Algo que me recuerda a lo que escribí hace unas semanas, la diferencia entre lo que pensamos y lo que decimos (sobre todo en público).
La decisión del tenista serbio no ataca la seguridad de los demás, pese a que todos decimos que sí, porque con y sin vacuna puedes contagiar y contagiarte, además él ya pasó el virus, lo único que parece hemos logrado los vacunados es que al infectarte del virus no tenga efectos más graves sobre nuestro organismo, aunque miles y miles lo pasamos antes de la vacuna de manera leve o asintomática, gracias a Dios. Pero la realidad es que parece que casi todos asumen que el no vacunado está casi al nivel de un peligroso delincuente porque se actúa contra él con gran virulencia y animosidad. Han salido publicadas noticias que intentan manchar toda la carrera del tenista, por sus cabreos en algunos partidos y otros asuntos personales y que en nada empañan su juego y sus logros. Y aclaro, personalmente prefiero a Nadal o a Federer, Djokovic nunca me cayó especialmente simpático hasta que el mundo entero se decidió a lincharlo.
Pero es que hemos vuelto a la rutina y como digo, no apetece ni levantarse de la cama cuando escuchas las noticias o lees algunos titulares. Nada sorprende y eso es grave, nada nos cabrea porque todo nos cabrea y nadie asume responsabilidades políticas porque podríamos dejar las sedes gubernamentales sólo con funcionarios. Las declaraciones del ministro Alberto Garzón sobre la manera en la que trabaja nuestro sector ganadero merecen su cese como mínimo, pero aquí no pasa nada. Mientras agricultores y ganaderos se desloman para ganar el jornal y ofrecernos los mejores productos fruto de su trabajo, de nuestra tierra y mundo animal, los urbanitas reciclados y sostenibles lanzan ataques mezquinos y siguen cobrando ingentes cantidades del bolsillo de todos los españoles.
Y sigue reinando la confusión a un nivel que parece propio de una película surrealista, la famosa sexta ola provoca que se cancele una presentación de libro o un concierto sinfónico y por supuesto que la cabalgata de los Reyes Magos sea en la plaza de toros, la llamaron estática. Mientras las calles se llenan de runners y por supuesto las reinas magas realizarán su recorrido sin ninguna restricción. Hay que reconocer que la capacidad de convocatoria de la cabalgata de verdad y esta otra que se sacaron del baúl de los recuerdos republicamos hace unos años, es muy dispar. Pero, en cualquier caso, la contradicción y las contra órdenes campan a sus anchas en una clase dirigente que dice estar para servirnos y se sirve de nosotros para desplegar su particular visión del mundo.
Perdonen que no me levante, pero en estos primeros días de enero, a veces apetece no salir de casa, no conectar con la infoxicación habitual y pensar que todo pasará. Lo sé, es absurdo, el problema no es el Covid, somos las personas, es la repetición de la historia con las circunstancias del momento, es la tendencia a abusar del poder, es la fragilidad y docilidad del pueblo, especialmente cuando tiene miedo y se le asusta y miente a diario. Si nos queda algún arma, empecemos por el humor, así que, aunque el título de esta columna no sea el epitafio del gran Groucho Marx, vean cualquiera de sus películas y disfruten ese ratito.