VALÈNCIA. Afronta una intervención parlamentaria como lo hace un deportista con una competición, con su propio ritual. Leche fría con cereales “de toda la vida”, recull de prensa en mano y Alsina de fondo. Toca bajar a la arena política y su cuerpo lo sabe. María José Català (València, 1981) emprende los pasos hacia el Ayuntamiento de València o hacia Les Corts Valencianes pertrechada. Con ideas y requiebros en mente, y con sus airpods, claro está. Se pone las pilas con Run boy run, de Woodkid, aunque a veces se inspira con Love of Lesbian -”vertical y transversal / soy grito y soy cristal / justo el punto medio...”-. Pero en realidad todo depende de la ocasión. Si hay que interpelar a Mónica Oltra, por ejemplo, dice que lo idóneo es el rock de System of a Down en Chop Suey!.
Son las filias abonadas en un acelerado recorrido en la política, el de quien, sin llegar a la cuarentena, ya ha sido concejala, alcaldesa, consellera y diputada. Mirar hacia atrás, sin embargo, no parece darle vértigo. Lo hace hoy con Valencia Plaza en pleno barrio de Ruzafa mientras se deleita con unos huevos Benedict. Sabe que juega en casa, en el local de cocina fusión que regentan unos amigos hosteleros. Es su zona de confort hasta el punto de que ella misma da nombre a uno de los cócteles que ofrece la carta, el 'Mary Jo'.
Al volver sobre sus pasos, no sabe exactamente qué de todo le hizo acabar en esto de la política. Bien podría haber influido su entorno familiar, conservador y católico, o quizá su paso por los estudios de Derecho Público y su creciente interés por el saber jurídico -admite que el mundo del derecho tiende al conservadurismo-. O el ambiente político del momento, enzarzado entonces en debates como el de la Guerra de Irak. Todo constituyó el caldo de cultivo para que aquel 2003, y mientras le inspeccionaban las muelas del juicio, dijera 'sí' a formar parte como independiente de la candidatura del PP de Torrent. Hoy en día, Vicente Soria, el dentista que dirigía el partido local entonces, es como su segundo padre.
Hasta entonces, Català afirma haber llevado una juventud "muy tranquila" en Torrent. Llegó al mundo donde solían nacer aquellos de su época, dice, entre las paredes de la Cigüeña de València. No lo explicita, pero sus palabras profesan devoción por sus padres. De su padre recuerda cuando, durante su niñez, estudiaba por las noches porque no tenía la carrera acabada. Es, para ella, la materialización de esa persona hecha a sí misma: de "chico de los recados" y trabajador del Puerto a un puesto directivo en una multinacional.
Es la forma de entender la trayectoria vital que vivió en su hogar. "Nuestros padres nunca nos han condicionado en nada", explica, algo que considera un "mérito". La única condición, recuerda, era alcanzar la excelencia. "Haz esto, vale, pero sé la mejor en esto", rememora ahora el planteamiento que ellos intentaban inculcar.
Català se empapa de literatura política y de biografías. "La política es una vocación, pero soy muy soldadito", explica con determinación. Busca aprender imbuyéndose de estrategia, de recursos y conocimientos. "Quiero ser la mejor", llega a admitir en una de aquellas, demostrando haber interiorizado a la perfección aquella premisa juvenil.
Ciertamente, no puede decir que no haya leído una de sus recomendaciones, el Breviario para políticos, del Cardenal Mazarino, cuando, en el intento de comprender a su interlocutor, Català fija sobre él su mirada escrutadora dejando descifrar en sus ojos, seguramente sin saberlo, muchos de los consejos presentes en este libro. Otra cosa puede ser, pero intuición y estrategia no faltan en su haber, y sus rivales políticos lo saben, al menos en el Ayuntamiento de València.
De familia religiosa y practicante, y tras su paso por el colegio concertado Santa Teresa de Jesús en Torrent, Català siempre vivió el catolicismo con normalidad. Ahora va a misa asiduamente los domingos, pero es de las que entienden la religión "desde un punto de vista muy flexible y muy personal". Tanto es así que defiende el profundo desligamiento de lo político y lo religioso. De ahí que intente no aplicar las convicciones católicas a sus posturas políticas.
Sí admite, por ejemplo, que la nueva legislación de la eutanasia le haya generado cierto "conflicto", pero a la postre su postura está meridianamente clara: "La muerte es el último recurso, y nos hemos saltado el paso intermedio de mejorar los cuidados paliativos". Como católica, dice, su postura es siempre la vida. La muerte, por su parte, no le asusta, "sólo me preocupa por lo que pueda sentir mi familia". Aquí se manifiesta afortunada: los católicos, en este sentido, creen en que la muerte no es el final. "Y eso da sentido".
Sí opina que hay debates en los que la Iglesia "debería tener una postura algo más abierta", y pone de ejemplo el trato que se le ha dado a los homosexuales. "Incluso a veces en el PP ha sido un tema...". Ella, por descontado, no se incluye en los puntos suspensivos.
Hay una cosa, eso sí, por la que manifiesta cierta irritación, y tiene que ver con las lecciones moralizantes. "Me da rabia la gente que va dando lecciones: porque seas católico no quiere decir que seas bueno", dice. Porque ser creyente no exime de la encrucijada que supone ser, simplemente, humano y, por ende, imperfecto y errante. Y lo mismo en la política, donde propone ahuyentar la superioridad moral que tiende a arrogarse la izquierda pero que, en la realidad, no es tal. Pecado en el que alguna que otra ocasión también cae la derecha, asume.
Resulta impensable saber quién es Català sin saber lo que ha vivido Català en política. Desde el sillón del dentista que ocupó hace 17 años, ya ha pasado por varios de diferentes cubiertas. Tras ser alcaldesa de Torrent, con apenas 30 años entró a formar parte del Gobierno valenciano de Alberto Fabra, quizá en los peores momentos para el ejecutivo autonómico. "Fui consellera de un Gobierno al que machacaron de la peor manera que se puede".
Narra aquella época desde una sentida injusticia: "Nos dieron patadas en el culo de manera inmerecida que les tocaban a otros". Aunque esta faceta de la política se deje a un lado, a veces conviene recordar que, como en la vida, los sentimientos también juegan su papel ¿Ha llorado alguna vez por política? No, responde, porque cuanto más nervioso está el de enfrente y más complicado lo pone, más tranquila y fría se muestra ella. Actitud que, por cierto, recoge Mazarino en su breviario.
Ello no obsta para que hayan quedado grabadas en su memoria algunas palabras espetadas injustamente por rivales políticos entonces a altos cargos, como vagos, buitres, ladrones. Por eso cree que tras años de aquello, al PP hay que comprenderlo. "No tengo sentimiento de venganza, pero sí de justicia", asevera la popular. "Necesito que la política se depure y que Compromís se dé cuenta de una vez que gobernar es una locura y que no puedes tratar de mala gente a alguien que hace todo lo que puede".
En lo ideológico dice ser moderada en el espectro conservador-lo religioso, subraya, no debe entrar en la ecuación: "los temas de conciencia son temas de conciencia"-. Y aunque ve diferencias con el PSOE, no las percibe "muy acentuadas". Cree en la colaboración-público privada y que el país se nutre del empresariado, "pero eso no quita que no defienda lo público", apostilla. "Y eso también lo piensan muchos del PSOE, solo que en mi partido eso se piensa y se ejerce".
No parece coincidir en muchas cosas con la dirigente regional, Isabel Bonig. Bonig es más de Margaret Thatcher; Català, de David Cameron. La primera va más al FIB; para la segunda, "hay cosas mejores" como el Sonar. Bonig es más de fútbol, y a Català le entusiasma el baloncesto. La primera gusta de ir a los toros; la segunda, como mucho, al rejoneo. "No soy muy animalista, pero no es un espectáculo que me resulte gratificante", arguye. De ahí que, según Català, cuando ambas eran conselleras, si había que ir a la ópera, prefería acudir ella; y si la invitación era para un espectáculo taurino, optaba por aceptar Isabel.
Pero más allá de gustos personales, Català defiende la necesidad de los grises en los debates políticos. Es algo que se está perdiendo en las nuevas generaciones, según extrae de su docencia universitaria: "Polarizan mucho, son poco de grises". Una simplificación de la realidad que lleva, dice, a choques ideológicos más hostiles, y donde "la tolerancia y el entendimiento dejan de tener espacio". En definitiva, una fotografía que genera en la popular preocupación: "Si esa gente entra en política, va a haber un margen mínimo para el diálogo".
También vislumbra en las generaciones más jóvenes debates que, asegura, creía que estaban superados. Por ejemplo, en el feminismo. "A mí me gusta ser femenina, y no lo asocio con nada", porque cuestiones como la depilación o el maquillaje y su relación con un sistema de desigualdades "está ya superada", si bien todavía permanecen latentes desajustes sin resolver, como las consecuencias profesionales del embarazo o los techos de cristal. Y sostiene que en las nuevas generaciones se ven "actitudes más machistas que las que yo he visto en mi generación, y me asusta".
Català es de esa melomanía entusiasta, si es que no es la única que existe. No la entiende sólo como acompañante de otras actividades, sino que la dota de entidad propia. La música por el gusto de la música. Y además, hace gala de un humilde eclecticismo. Desde la ópera hasta el indie de Love of Lesbian, el pop o el rock de su juventud de Bon Jovi. "Un planazo", para ella, es un concierto en directo, bien en una sala, bien en un festival. Con su padre alumbró experiencias como el concierto de Paul McCartney en el Calderón -"él es super beatlero"-, y con su madre, dos conciertos de Joan Manuel Serrat, porque ella es muy de Serrat.
Le gusta toda la música, dice. El requisito imprescindible es que sea buena. "Soy músico -estudió en el conservatorio y toca el oboe- y valoro mucho la calidad musical", explica. Por eso apunta que "nunca" se le podría encontrar escuchando bachata o reguetón. No es elitismo cultural, dice, sino una simple diferenciación entre música de alta calidad y música de baja calidad. Y ambas, necesarias.
De su paso por la Conselleria de Cultura le queda el consejo que en su día le hiciera la intendente del Palacio de las Artes Reina Sofía, Helga Schmidt: "Hay que tener sushi y Paella". Esto es, hay que tener ópera italiana -"que es paella"- y ópera alemana -"que es sushi"-. Su experiencia personal es que sin la primera, un principiante no podría llegar a comprender la segunda. "Si no hubiera empezado con exposiciones de ilustradores, nunca habría llegado al arte moderno y contemporáneo". Porque ahora también le atrae esta disciplina.
Y el cine es, en la vida de María José Català, una evasión. "Soy muy fan de Star Treck", admite, igual que de las películas de Woody Allen. El cine es el mejor lugar para acabar un mal día, apunta: "A veces he tenido un día horrible en política y he dicho: vamos al cine. Y salgo nueva", relata en este sentido. Le gusta más el cine que la literatura, pero además de las lecturas políticas, la pluma de Santiago Posteguillo consigue embelesarla.