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mujeres ilustres

Pilar Prades, la última ejecutada por garrote vil

17/04/2019 - 

VALÈNCIA. No siempre las mujeres que traemos a esta serie tienen la virtud de haber sido ejemplares y referentes de tantas otras. Alguna vez tenía que suceder que una de ellas fuera el contraejemplo, es decir, ese perfil al que no parecerse ni de lejos. Pilar Prades, conocida como ‘La envenenadora de Valencia’ tuvo el dudoso honor de ser la última mujer ejecutada a través del garrote vil. 

Así reflejaba el diario valenciano Las Provincias la noticia:

Pilar Prades, conocida como la criada envenenadora, ha sido condenada a morir en el garrote vil el 2 de diciembre. Pilar se halla desde ese día ingresada en la prisión de mujeres, en una celda aparte que sólo ocupan las condenadas a muerte. La detención no hubiera podido llevarse a cabo sin el médico Manuel Berenguer Terraza, que ha descubierto a la criada mientras su mujer sufría los efectos de un nuevo envenenamiento de Pilar. El doctor Berenguer vivía en el número 7 de la calle Isabel la Católica con su esposa, Carmen, y dos hijos.

La vida de Pilar Padres se inscribe en una época de nuestro país en la que las mujeres de entornos rurales eran enviadas a servir a las familias más acomodadas de la ciudad. Se calcula, según el Consejo Superior de Mujeres de Acción Católica, que alrededor de medio millón de mujeres entre 15 y 30 años, prácticamente analfabetas, fueron enviadas a estas casas para ahorrar dinero y casarse en el futuro. Pilar fue una de esas mujeres que abandonó su pueblo natal, Begís, para irse a servir a Valencia. 

Cuentan las crónicas negras de la época que Prades no era especialmente bella, que tenía una conducta algo asocial y que las veces que entraba a servir a las casas solía durar poco. El despido continuo hizo mella en ella, de manera que pensaba que no era válida para prácticamente nada. Comenzó a aislarse y a protegerse en exceso. Fue en el año 1954, cuando ya tenía 26 años, que conoció a los que serían sus nuevos “señores”: Enrique y Adela tenían una tocinería en la calle Sagunto. A Pilar le gustaba servir allí y, sobre todo, atender a los clientes de la tocinería.

Un buen día, la señora comenzó a encontrarse mal. Tenía vómitos, pérdida de peso, debilidad muscular. Pilar la sustituyó y comenzó a ayudar a Enrique en la tienda. Mientras tanto, cuidaba de Adela cuando llegaba de la tocinería. Los efectos de una enfermedad que no lograban diagnosticar llevaron hasta la muerte a la señora. Fue entonces cuando Prades tomó una decisión que, una vez pasado el tiempo, daría una cierta prueba de lo que estaba sucediendo: el día del entierro de la señora, Pilar convenció al viudo de que no cerrara la tienda, que ella se encargaría. Cuando Enrique volvió del sepelio se encontró a Pilar con los delantales de la muerta puestos. En ese mismo momento, Enrique despidió a Pilar. 

A las pocas semanas consiguió un nuevo trabajo gracias a una amiga que trabajaba como cocinera en casa de unos médicos. Aurelia, la cocinera. Había tenido un desencuentro con Pilar a causa de un amor no correspondido. Sin embargo, nada pareció cambiar entre ellas, excepto que la cocinera empezó a mostrar los mismos signos: vómitos, diarreas y pérdida muscular. Llevaron a Aurelia al médico y allí le diagnosticaron una enfermedad conocida como "polineuritis progresiva de origen desconocido".

El giro final llegó cuando la dueña de la casa también se puso enferma con los mismos síntomas. El médico consultó con otros expertos y gracias a una prueba de detección de tóxicos descubrieron que el culpable de ese estado era arsénico, un veneno que le habían colocado. Después una cosa llevó a la otra y todo se desveló: la señora de la otra casa en la que había servido Prades también había muerto. Se interpuso la denuncia, se exhumó el cadáver y se confirmó que también había restos de arsénico. Pero, ¿de dónde lo había sacado Pilar? Pues la policía encontró una botella de un matahormigas en su habitación que, en efecto, contenía arsénico.

Tras casi dos días de interrogatorio ininterrumpido, Pilar no fue capaz de confesar. El abogado que le asesoró le avisó de que si no se declaraba culpable -obteniendo una condena entre 12 y 16 años en presión- podría ser ejecutada en el garrote vil. Prades sólo llegó a decir que sólo una vez, a la señora Adela, le puso algo de ese líquido pensando que era azúcar.

Pilar Prades fue condenada a muerte sin posibilidad de recurso o indulto. Comenzó entonces una escena que bien puede recordarnos a la famosa película de Berlanga, pues el verdugo se convirtió en improvisado protagonista. Antonio López Guerra debía tenerlo todo preparado antes de las 6 de la mañana, hora fijada para la ejecución. López Guerra entraría funestamente en la historia del país por haber ejecutado también a Jarabo y Puig Antich. La sorpresa llegó cuando el verdugo se percató de que su víctima iba a ser una mujer. En el libro Los verdugos españoles, López Guerra le contaba al periodista Daniel Sueiro:

Una de las primeras condiciones que se debían poner al entrar en este destino es la de no tener que ejecutar nunca a una mujer. Ejecutar a una mujer es peor que ejecutar a treinta hombres. Tener que hacerlo con una mujer es lo más duro, y más con una muchacha joven de carnes tan blancas como aquélla.

Dieron las 7 de la mañana y ante la ausencia de comunicación de indulto y una presión insoportable, López Guerra giró el garrote y rompió el cuello de Pilar Prades, de 31 años, la última mujer ejecutada por el garrote vil. 

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