Cómo la ocultación de Google Maps de la línea 116 al Park Güell, en Barcelona, es un síntoma de las fricciones urbanas que ya están aquí
VALÈNCIA. Una cosa es que todas las noticias no sean tan históricas como parece, y otra que no estén sucediendo cosas a pie de calle que nunca antes nos habíamos planteado que sucederían. Como la decisión estratégica de que, para ‘conservar’ el equilibrio urbano, se oculte de Google una línea de bus municipal, evitando que quienes la visitan sepan que pueden utilizarla. ¡Alegría! ¡Así ya no se satura!
Por inducción, unas cuantas inflamaciones que veíamos en Barcelona han acabado llegando a València, a pesar de la autoconvicción que nos hacía pensar que esto no ina con nosotros, que hablábamos de calibres muy distintos. Por eso conviene atender al último ingenio barcelonés: el de un ayuntamiento que ante el frecuente colapso del bus de la línea 116, que conectaba con los alrededores del Park Güell, ha decidido innovar borrándola de Google Maps. Cuando les contaron la idea a los vecinos- que pasaron de tener un bus de barrio a un bus turístico donde no podían subirse- entendieron que se trataba de un parche ineficaz. Pura homeopatía. La cuestión es que, al menos de momento, funciona. Los vecinos han salido en las noticias pasando del escepticismo al reconocimiento. Podemos volver a subirnos en en el bus, albricias.
Si se hubiera ficcionado este episodio, o si se tratara de uno de esos alegatos de ensayistas como Anna Pacheco, entenderíamos que era una profecía subida de tono, a todos luces exagerada. La cuestión es que ya es una realidad. Y la buena noticia, claro, no está por ninguna parte. Hay una perversión flotando. Una aceptación de que los problemas de fricción, en un asunto tan esencial como el uso de los servicios públicos, no se resuelve con mejoras de equipamientos, sino ‘hackeando’ al turista. La propia Pacheco escribía estos días en sus redes: “esta noticia (aunque efectiva) es absolutamente grotesca y creo que da una pista sobre el futuro de las Ciudades Turísticas: son los vecinos quienes deben permanecer ocultos, debajo de la postal”. Al tiempo que proclamaba el “Eliminemos Barcelona de Google”.
De fondo es el mismo debate que supura mientras los municipios combaten la gran contradicción: la celebración eufórica de lo que consideran un éxito -cada vez nos visitan más- y la inquietud creciente ante un equilibrio que, como en una cadena trófica, se trastabilla. La decisión incómoda: gestionamos una ciudad para ciudadanos o para pasajeros.
La mirada obsesiva al turista individual -chanclas y maletas que impiden ver el bosque- evita profundizar en cuestiones que van más allá del turismo. El turista es al turismo lo que el internauta a la digitalización: es estéril querer resolver los excesos en las redes culpando al usuario en lugar de mirar a las plataformas. Por tanto lo que cabría preguntarse es cómo, lugares como València, que pasó de tener 4,6 millones de pasajeros en su aeropuerto en 2014 a los más de 10 que previsiblemente alcanzará en 2024-, se ha preparado o ha trazado algún tipo de estrategia para asegurar las condiciones ciudadanas. O peor: si cree tener capacidad para hacerlo.
Ese salto en las dimensiones tiene el marchamo de la familia que en poco tiempo ha pasado de tener dos a cuatro miembros pero que sin embargo sigue haciendo la misma lista de la compra.
Quien desaparece de la red no es tanto el servicio público -un gesto puntual- como la persistencia de una ciudad real, transformada en escenario de una realidad virtual. Un derecho a la ciudad variable, inconstante, cínico, que aparece o desaparece según stock.
No, no es un plan admisible ‘engañar’ a quien viene, ocultándole los servicios de una ciudad. Por la bipolaridad que representa ese cambio de roles (de ese ser de viajecito por Oporto y a Albania tomando el bus al centro… a ese otro ser que al llegar a casa se vuelve castigador). También por lo corta que se queda esa reacción a la desesperada. Si una ciudad no es capaz de garantizar un umbral a partir del cual sostener el equilibrio de sus calles, al menos debería estar comprometida con la mejora de los servicios, para que sus ciudadanos puedan seguir siéndolo. Si no, quienes acabarán suprimidos (no de Google Maps, sino de la propia urbe) serán sus habitantes.