VALÈNCIA. Si el mundo tiene a Los Simpson para mostrarle en un clip de hace años algo que está ocurriendo exactamente ahora, los valencianos tenemos a Berlanga. Y cuando hace más de 60 años que el director estrenó Plácido, una crítica ácida del ‘conservadurismo compasivo’ a raíz de una campaña navideña del régimen franquista con el lema ‘siente un pobre a su mesa’, resuena actual.
Porque, después de tantos años, València, como tierra natal del director, insiste en demostrar que el cristal a través del que las diferentes Españas contemplan la realidad sigue siendo bastante similar al que él retrataba.
De hecho, tan vivo suena el eco de la película que el actual teniente alcalde del Ayuntamiento de València y responsable de parques y jardines, cargo del que él extrae algún tipo de rango en el escalafón militar que le provoca la pulsión irresistible de pasar revista a los empleados de las contratas municipales como si fueran su tropa, hizo público que prohibirían el reparto de alimentos en el río a personas sin recursos por parte de la ONG Ayuda una Familia.
Los motivos alegados eran razones de ‘salubridad, seguridad y limpieza’ y los acompañó del reconocimiento de que en el momento de la decisión no tenían pensada una alternativa. Algo que da muestra de la talla del miembro del gobierno municipal.
Tan viva está la sociología berlanguiana que pocos días después y tras la polémica lógica surgida por las declaraciones del teniente ‘salubridad, seguridad y limpieza’, la alcaldesa María José Català corrió a visitar Casa Caridad para anunciar, sin desacreditar a su compañero de gobierno, que aumentaría la ayuda municipal para el reparto de alimentos de esta entidad.
Algo contra lo que nadie puede decir nada negativo porque esta, como las restantes ONG, parchea las grietas de nuestro imperfecto estado social. Y, aunque lo deseable es consolidar derechos, no hay nada más injusto que obviar el mientras tanto. Pero este hecho supone algo más, en relación con las palabras y los hechos anteriores. Es una muestra del choque entre el conservadurismo bruto y el compasivo, en el que ha elegido encallar la alcaldesa.
El primero actúa torpe y sin filtro y, por eso, revela los pilares que comparten ambos y consigue el rechazo mayoritario. El segundo siente la necesidad de mostrar un rostro humano, pero no impugna el pensamiento fundamental del primero.
No quiere decir esto que sean ni uno, ni otro, ajenos al sufrimiento, ni siquiera que no les muevan sentimientos positivos. Al menos, yo parto de la base de que todas las personas o la inmensa mayoría de quienes nos acercamos a lo público lo hacemos movidos por la voluntad de mejorar nuestro entorno. Pero sí que revela que ni impugnan la desigualdad, ni los estereotipos limitantes que de ella se derivan, tampoco los de la pobreza. Y por eso, no sienten la necesidad de removerla e incluso, pueden relegar el actuar contra ella por debajo de otros valores como la limpieza. Algo de lo que se encargarán después de que aquello que beneficia a los ciudadanos no pobres esté solucionado.
Por eso, es lógico que nos quede la duda de si se habría producido el incremento en las ayudas a Casa Caridad sin que hubiera ocurrido la prohibición anterior. Porque, en todo caso, está fuera de toda duda que la asociación de pobreza a insalubridad, inseguridad y suciedad, en contraposición con las razones que llevaban a vetar los repartos, ya está hecha y no ha sido contradicha por la alcaldesa.
María José Català perdió una oportunidad de oro para decirle a su teniente alcalde que ella también es alcaldesa de quienes no tienen hogar, empleo o la posibilidad de llenar sus neveras. De cumplir con su obligación de recordarle que más allá de ayudar a quien les ayuda, ella también debe velar por proteger su dignidad como personas. Se le escapó la opción de espetarle que nunca podrá estar por delante de cubrir las necesidades básicas de una persona, una queja de limpieza. O que, en todo caso, él, como responsable del área, debe actuar para que esa ayuda se pueda prestar en buenas condiciones y no para prohibirla.
En lugar de eso mantiene sentado en su mesa a su teniente de alcalde y no va un milímetro más allá del eslogan de aquella campaña que sirvió al director para relatar como la relación con la desigualdad y la pobreza era, precisamente, lo que mejor describía la pobreza de espíritu de los gobernantes de su época.
Casualidad o no, también pasó en navidad. Plácido, 2023.