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bitácora de un mundo reinventado / OPINIÓN

Plan de Desimbecilización Mental

Foto: RICARDO RUBIO/EP
24/01/2025 - 

Hazlo, como si no hubiera un mañana… rezaba el estribillo de la sala de virtual cycling. Y hago real mi apuesta: en mi lista de año nuevo estaba el gym, que me espanta y me encadena a partes iguales. He accedido libremente a esta ganga de mutilación mental por treinta y cinco euros y aún no cosecho más que agujetas. Todo mecanizado, tecnológico, QRs para entrar con orden y para someter nuestra presencia al panóptico que contabiliza cada gota de sudor. Al mes recibiré un mail con el resumen de calorías que he matado aquí y me dirá que equivale a un plato de banderillas, pero el primer día peleo con los cierres de la taquilla durante largo rato y sé que sólo quiero ganar tiempo. 

La clase que he reservado aún no empieza, así que subo a la cinta. Me calibro la velocidad, la pendiente, las calorías. Me harto pronto, antes de consumir ni medio yogur desnatado, así que intento sofronizarme con la televisión: retransmiten sólo deportes. No hay escape. Nadie sonríe aquí dentro, parecemos condenados a galeras. Ni siquiera nos miramos o dirigimos la palabra, cada uno se somete en silencio y no puedo desprenderme de Byung Chul Han y su Infierno de lo Igual, su Sociedad del Rendimiento.

Alguien me explica cómo va la máquina de abdominales y pronto me veo haciendo reverencias como una musulmana, inclino mi frente durante cinco minutos y siento que le rezo al gran dios que me sonríe en una foto gigante: es una joven fit que sonríe en tamaño monstruoso. Pienso en la memoria de la Humanidad, siento mis antecesores esclavos hablándome, diciéndome que hicieron papilla sus lomos en las canteras de caliza, levantando catedrales góticas, pirámides egipcias. Pulverizaron sus tendones y yo, que por fin puedo trabajar con el culo trabado en una silla, les falto el respeto viniendo aquí. ¿Falsas bicicletas en una ciudad como la nuestra?, ¿caminatas reguladas por una máquina que mira una pared?

Letanías aparte, casi todos rumiamos este mes la cuestión de cuidarse mejor en el año entrante pero quizá deberíamos hacer una lista de hábitos para ser menos idiota. Medio barrio está sudando aquí dentro y me intriga saber por qué la gente se engancha enseguida al cuidado físico y no tanto a una terapia. En salud mental también ofrecemos una suerte de gimnasio para pensar fit, pero lleva más tiempo y coraje observar cambios, y son cambios imposibles de instagramear. Me pregunto también qué sería de nosotros si la terapia costase 30 pavos al mes, ¿se engancharía la gente con el mismo furor? Me temo que nunca lo sabremos y que podemos tomar los gimnasios como la “terapia” de descarga de las clases populares.

Reabro mi lista de propósitos y dejo fuera el gym. La llamo Plan de Desimbecilización Mental, porque la dispersión y la desmemoria quiero sujetarla como sea. Algunos lo llaman Detox Cognitivo: superar el síndrome de fatiga informativa y buscar la profundidad. Comprarse un despertador vetusto y apagar el móvil de noche. Silenciar notificaciones, bloquear newsletters, (tus hijos dirán que escribirte es como mandar una paloma mensajera). 

Posponer recompensas (fuera compras en la red, dejar los antojos hasta mañana en la lista de deseos), entrenar la voluntad (cuando deseo leer un mensaje me limito a ese mensaje), memorizar (direcciones, , poemas), abrazos de 8 segundos (besos de 20), atender a lo minúsculo real (ver una de Wenders cada dos meses). Releer y revisitar, huir de las series y dejar que una buena peli cale tranquilamente antes de ver la siguiente. Abrir un espacio sagrado entre libros y dejar que su vibración nos tome por entero antes de empezar otro más. Sobre todo: aburrirse. Todo lo que se pueda.

Foto: JESÚS HELLÍN/EP

Hago listas. Cuando me supera el mundo, relleno agendas o libretitas. Lorrie Moore tiene un cuento brillante en el que una mujer hace listas para parecerse a otra mujer menos fracasada. Así se combate el desorden de vivir. Todos hacemos listas, pero especialmente los más idiotas o los más miedosos. Esta será mi lista para el 2025 que, como da tanto miedo, pide que demos con algo que conjure el vértigo. Contra la idiotez no bastan las listas: se debe invocar algo inédito, por ejemplo la IA. Este año, la mujer del cuento de Moore acudiría al ChatGPT en vez de hacer listas. Quizá sólo hablemos con una inteligencia artificial en los momentos flojos, cuando nos sentimos pequeños o desdichados.

Plan Desimbecilización 2025, escribo en el buscador, y me encanta noquearlo, “no se encontró información sobre plan desimbecilización 2025”. Voy camino de recuperar la confianza que estaba perdiendo en mis propias neuronas. Juego un rato más a dejarla en blanco, me mueve una sensación efímera de superioridad, aunque sea con un bot (qué cosa tan idiota). “El término desidiotizarse―dice― se refiere a un proceso de liberación intelectual o crítica frente a actitudes pasivas o conformistas…” Y entonces me desternillo al toparme con la pregunta que algún inteligente natural le ha dejado en el historial de la máquina: “¿por qué se considera que el público prefiere la misma mierda de siempre?”

Estoy más cerca de mi objetivo, que era cancelar el temor, confiar de nuevo en que este año me seguirán gustando más los humanos que las máquinas, aunque se idioticen gradualmente. Conoceremos un año más repleto de las “humanadas” tradicionales, para bien y para mal. El progreso no se detendrá y combatiremos la desdicha, si viene, con los recursos que tenemos de forma natural.

Empiezo a sentirme más liviana gracias a la IA y a mis listas. Este año he añadido un punto a mis deseos: convertirme en una  optimista disidente. No sé si lo lograré, pero no creo que se pueda escapar al pesimismo reinante sin estrategia y propósito. Escuché en su día a mis abuelos todo lo que pude y me parece un poco vanidoso creer que nuestro horror es el peor conocido de la Historia, ¿me estoy desidiotizando por fin un poco?

Desidiotizarse. Mi bot lo ha resumido en “superar la superficialidad o la manipulación mediática y recuperar una perspectiva más reflexiva y autónoma”. Stefan Zweig, que no tuvo el oráculo en una pantalla, pero buscó mucho y buscó bien, lo cifró en lo que, para él, era la misión de un escritor: “defender y proteger lo común y universal en el hombre”. Feliz año, humanos.

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