Hoy es 11 de octubre
MADRID. La mayoría de parejas en crisis optan por darse un tiempo. Es la manera de intentar salvar esas relaciones tóxicas y contaminadas que se han instalado en el conflicto permanente. Un último recurso estéril y agónico que suele servir para calmar conciencias, pero poco más. Al menos lo intentamos. Hicimos todo lo posible. Necesitábamos distancia. Bla, bla, bla. Generalmente no se vuelve de ese tiempo, de esa tregua, con intenciones renovadas. Es una especie de paz armada en la que los novios, los contrincantes, aprovechan para rearmarse y volver a su relación más pertrechados para la contienda. Al planeta le hemos hecho lo mismo.
“Le hemos dado un respiro a la naturaleza con este confinamiento, pero demasiado fugaz, ha sido muy poco tiempo, enseguida retomamos la misma senda de contaminación y ya se está viendo que se quiere sacrificar la lucha por el medio ambiente solo para recuperar la economía a cualquier precio”. Es el diagnóstico preciso y certero de una de las personas más influyentes en España en la lucha contra el cambio climático. Se llama David Sandoval, abogado de Burjassot y presidente de Greenpeace en España. Este valenciano explica, con datos e informes encima de la mesa, por qué la pandemia no es realmente tan buena para el medio ambiente como se pudo pensar en un principio.
Tres meses de confinamiento podían parecer un respiro para nuestro maltrecho planeta. Encerrar en sus guaridas a esos depredadores voraces que somos los humanos era sobre el papel una buena noticia para el resto de especies animales y vegetales. Nada de aviones, ni cruceros, ni consumo desaforado. Era el momento perfecto para que bosques y océanos cogieran aire. Pero en tres meses no se repara el daño causado en dos mil años.
Es cierto que la covid-19 ha generado la mayor caída en la emisión de CO2 registrada en la historia. Es cierto también que Europa ha cancelado el 90% de los vuelos y que se estima que el mundo usará un 6% menos de energía en 2020, según la Agencia de Energía Internacional. Todo esto es cierto, pero insuficiente. La NASA ya ha advertido de que la disminución en las emisiones de gases contaminantes necesitaría prolongarse durante un periodo de tiempo largo y sostenido para que pueda tener un impacto medible en el clima. Ups. Se pincha la burbuja del optimismo ecologista. Aún así, David sí extrae algunas conclusiones positivas del confinamiento: “Lo que hemos vivido tiene que reforzar la idea de que sí es posible vivir en ciudades más limpias y menos ruidosas, que podemos consumir menos y contaminar menos, todo esto es posible y lo estamos comprobando este año”.
Hace unos meses nos apresuramos a proclamar el triunfo de la Naturaleza, de la Madre Tierra, de la Pachamama, en cuanto vimos las primeras imágenes de los animales colonizando el espacio urbano. Un par de vídeos de osos, gansos o ciervos por las ciudades y una foto de las aguas cristalinas de los canales de Venecia fueron suficientes para anunciar el alumbramiento de un nuevo mundo más ecológico y armónico. El futuro verde ya estaba aquí. Un mensaje idílico, pero falso y muy peligroso. De hecho, António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, ha reiterado que las medidas de confinamiento a corto plazo por el coronavirus “no son un sustituto de la acción climática sostenida”. Cuidado.
Que un vídeo de unos patos cruzando la Gran Vía se haga viral tiene sus riesgos. Frente al peligro de convertir lo anecdótico en norma general y confundir lo coyuntural con lo estructural, David propone una reflexión de más calado: “Todo el mundo ha visto que la naturaleza, a poco que le brindas la oportunidad, florece. Esa capacidad de respuesta de la naturaleza debería darnos fuerzas a la humanidad para cambiar las cosas, para ver que podemos vivir mejor y más dignamente en equilibrio con el medio ambiente”.
El problema ahora es la manera de gestionar la salida de esta crisis sanitaria. Ahí están puestos todos los esfuerzos de Greenpeace. ¿Qué pasa cuando falta dinero en la hucha? Pues que se recorta de aquello que no se considera prioritario. David lo ha podido comprobar. “En todas las reuniones internacionales nos encontramos con que los países empobrecidos se quejan de que, si ya disponían de poco dinero, ahora van a tener menos recursos para dedicar a las cuestiones de protección ambiental. Y además, los países ricos dicen que el medio ambiente no puede ser un problema para la recuperación económica”. La coartada perfecta para muchos gobiernos. Menos ecologismo y menos historias, que hay problemas más graves. La cantinela de siempre, avalada ahora por una crisis sanitaria. “Con esta pandemia tenemos un problema añadido a los que ya teníamos. Si todos los científicos decían que antes estábamos ante una emergencia climática y de crisis de la biodiversidad, solo nos faltaba esto para ponernos en una situación aún más al límite”.
Y en este contexto global, España (séptimo exportador de armas del mundo, no olvidemos) también se ha subido al carro de estas políticas anacrónicas. “Las primeras normas que se empezaron a aprobar con el estado de alarma en España son normas que vuelven a pedir inversión en el ladrillo, que vuelven a querer relajar normas ambientales”. A David se le tuerce el gesto. “¿De verdad quieren basar el crecimiento otra vez en eso? ¡Vamos a ver!”. Para él es momento de elegir un camino alternativo. “Ahora hay una financiación extra de Europa y nosotros queremos que se destine a una reconstrucción verde”.
Este abogado valenciano habla con la convicción, la determinación y la firmeza de quien lleva 36 años luchando por la misma causa. “Recuerdo perfectamente cuando entré en Greenpeace en el 84, siendo aún menor de edad”. El barco de esta ONG fundada en Vancouver, Canadá, recaló ese año en València para lanzar la campaña “Salvemos al Mediterráneo”. David encontró entonces la manera de canalizar su espíritu rebelde y sus firmes convicciones ecologistas. “Siempre he tenido claro que yo no valgo más que un camaleón ni que un robledal”.
Atrás quedaron para David los años más cargados de adrenalina. “Yo siempre estaba en segunda línea en las acciones que montábamos, sujetaba cuerdas y esas cosas, porque tenía que llevar cuidado de que nunca me condenaran ya que no podría ejercer mi profesión de abogado si tuviera antecedentes. La policía me ha identificado muchas veces, pero solo eso”. Ahora es el presidente en España de una organización que tiene más de 3 millones de socios en todo el mundo. “Me absorbe por completo mi tiempo, siempre digo que yo tengo dos trabajos, es agotador, pero es muy gratificante”.
Viviendo a medio camino entre Burjassot y Madrid, David ha trabajado estos últimos años para dar respuesta a las distintas amenazas que se ciernen sobre el medio ambiente. La última, esta pandemia que ha sacudido a la sociedad actual y que es consecuencia, aseguran los expertos, de nuestra propia forma de vida. “Se sabía que esto iba a ocurrir, hay cientos de informes que demostraban que aumentarían las pandemias si seguíamos invadiendo hábitats. Esto ya estaba escrito, pero a la humanidad parece que todo nos pilla de nuevo”. Resulta evidente por tanto que hay una relación directa entre la salud del planeta y nuestra propia salud. Una tesis reforzada por un estudio publicado por Greenpeace que no podía tener un título más contundente: “Menos bosques, más pandemias”.
Y así están las cosas. Ese tiempo que nos dimos en nuestra relación con el planeta ya toca a su fin. Más pronto que tarde volverán a despegar los aviones y a anunciarse las rebajas y el Black Friday. La rueda volverá a girar. Ahora toca evaluar si este tiempo ha servido para algo. “Estamos viviendo un momento clave”, dice David, “tenemos un gran reto como civilización por delante”. El reto de salir de esta relación tóxica que mantenemos con la naturaleza. Se trata de recuperar a este planeta que ya no nos quiere.