Este es el último artículo que escribo antes de las elecciones del 28 de mayo y lo hago agradeciendo a quienes me han abierto un espacio para poder expresar lo que pensaba de una forma acertada o desacertada, pero, sobre todo, personal. A quienes habéis pensado que, en este mundo donde el tiempo de atención es un lujo que cada vez nos cuesta más prestar, leer algo de lo que aquí he publicado merecía la pena. Muchas gracias.
Las próximas semanas nos leeremos, escucharemos y veremos de otras formas.
Y como la Junta Electoral no me deja recomendaros aún votar, quería deciros hasta luego hablándoos de una serie, Transatlantic. Cuenta la historia de cómo un comité de rescate formado por activistas norteamericanos y liderados por el periodista Varian Fry, ayudó a escapar a cerca de dos mil personas perseguidas por el fascismo. Todo ello, mientras su país, un hecho que se omite a menudo en el relato histórico, aún permanecía neutral y Francia se dividía entre la ocupada por el nazismo y la colaboracionista con ese régimen.
A estas personas le debemos la supervivencia y la huida desde Marsella de algunos de los intelectuales y artistas más destacados de Europa. Entre ellos una de las filósofas más influyentes del siglo; Hannah Arendt. No todos lo consiguieron, ni soportaron la presión de saberse cerca de una muerte horrible. Walter Benjamin se suicidó en Portbou, poco después de entrar en nuestro país camino del exilio.
La serie no narra solamente los contrastes entre las luces de la razón y las sombras del fascismo, ni las contradicciones y diferencias también entre los propios perseguidos, sino también el colaboracionismo. La historia de aquellos que, pudiendo elegir, decidieron ponerse del lado cobarde o más provechoso para su historia. La figura del cónsul americano, deseoso de que aumentar su rango haciendo de enlace comercial para las empresas estadounidenses, contrarias a la intervención junto a los aliados, y el mercado nazi. La del jefe de policía, representando la mediocridad servil al poder para lograr su pequeño espacio de tiranía. La de quienes especulan, colaboran, niegan o callan.
La de quienes dan la razón a lo que siempre han tratado de predecir el comportamiento humano a través de la búsqueda del interés particular. Sin embargo, la historia la marca el balance entre quienes, ante los momentos difíciles o decisivos, escogen las causas justas o las propias. El fascismo no habría podido crecer o arraigar sin los segundos, ni habría sido derrotado sin los primeros.
Y este esquema se repite. Una y otra vez. Siempre podemos elegir.
Eso es lo que nos hace más humanos. Aunque sea cierto que no todos tenemos las mismas opciones a nuestro alcance, los mismos recursos o la misma esfera de influencia, pero siempre podemos optar.
Y está bien recordarlo cuando elegir es sencillo, cuando no requiere de heroicidades, sino de pensar en algo más que uno mismo o sencillamente en espolsarnos la pereza o los esencialismos paralizantes. Nosotros y nosotras lo tenemos muy sencillo, fruto de que otros lo tuvieron muy complicado y eligieron. Ese es nuestro privilegio histórico.
Así que, a ti que eliges, piensa que habría decidido cada cuál en la historia, quien querrías haber sido en ese momento y no creas que es intrascendente lo que haces en este. Porque hoy también el retroceso o el progreso es una resta entre los que en la Marsella de 1940 habrían estado en un lado o en el otro. Una balanza que se puede decidir también por aquellos que no hacen nada, porque como dijo la propia Arendt "la triste verdad es que la mayoría de los males son cometidos por personas que nunca deciden ser buenos o malos".
Defiende lo que piensas.