Los robots han llegado a la política española, aunque usted no los vea. No estamos hablando de máquinas que cobran vida en el hemiciclo del Congreso, o al menos no de esas máquinas articuladas que imaginamos de las series de ciencia ficción. Sino de otro tipo de máquinas.
Probablemente usted intercambie mensajes frecuentemente con chatbots, esos programas de software que consiguen articular ideas —incluso emociones— y simular una conversación humana. Con frecuencia, estos bots consiguen exponer argumentos en redes sociales que alcanzan trascendencia política, llegan a los medios de comunicación y se difunden a través de ellos. Diríamos que, desde hace unos años, los políticos españoles están flirteando con estos nuevos sistemas de comunicación que les permiten cobrar una enorme ventaja en la conquista del espacio público comunicativo.
Desde las elecciones autonómicas de 2015, la política española está repleta de robots programados para realizar tareas digitales. Algunos de ellos son los chatbots, scraper bots, shopbots y los twitter bots. Cada uno cumple su función: rastrear mensajes de otros, publicar tweets a gran escala o viralizarlos. Desde hace seis años, se ha avanzado en diferentes prácticas de comunicación política robotizada en nuestro país: desde el uso de bots para detectar estados de opinión en redes sociales, hasta el envío masivo y segmentado de mensajes en redes sociales con una clara intencionalidad en el mensaje (crear un estado de la opinión), pasando por la creación de discursos automatizados. Un ejemplo pionero fue el software Calisto, que servía de asistente conversacional a altos cargos para facilitarle argumentario político.
En este abanico de opciones robotizadas, también se ha incrementado el uso de hologramas, que hacen de la ubicuidad el sueño del político que quiere estar en todas partes al mismo tiempo. Pero quizás, de todas las prácticas, la que ha conseguido un mayor auge, tanto por la importancia en su volumen de uso como en el alcance de sus mensajes, son las conversaciones mediante los asistentes virtuales y los bots.
Los chatbots se están acercando a un nivel de desarrollo en el que ya están presentes en la mayoría de las conversaciones que se articulan en redes sociales, pueden generar mensajes intencionados y responder a preguntas y comentarios con gran precisión. Algunos son ya considerados influencers en el espacio de la comunicación política digital. Es fácil suponer que, en unos años, los bots tendrán nombres y voz para generar todavía más repercusión.
Están detrás de muchas de las campañas de desinformación conocidas en nuestros días. Un grupo de expertos en propaganda computacional demostró que, en la campaña estadounidense de 2016, la mayoría de los mensajes publicados en Twitter se posicionaban a favor de Donald Trump. Esta tendencia se repitió en la campaña del Brexit, en las presidenciales de Brasil de 2017 o en el referéndum catalán del 1 de octubre.
Que buena parte de los mensajes políticos que leemos en redes sociales esté canalizada por no humanos requiere necesariamente una reflexión sobre quién está detrás y qué futuro afrontamos. Hace unos años, a pesar de las diferencias ideológicas, se podría entender que los actores políticos eran seres humanos. Hoy en día, ya no podemos hacer esa afirmación con tanta facilidad. Cada vez más, compartimos debate y mensajes digitales con actores que no son humanos. Y esta práctica se está haciendo cada vez más frecuente.
Los bots adquieren cada vez mayor destreza mediante fórmulas de aprendizaje automático, donde unos se entrenan con otros y mejoran su lenguaje, su vocabulario, su gramática, sintaxis, y con ello consiguen responder, mediante procesos probabilísticos, con mayor precisión. Gracias, también, a todavía alguna orientación humana.
Imagínese ahora un mundo donde, cada vez más, la única forma posible de entrar en ese debate público catalizado por bots es mediante otros chatbot. Es fácil suponerlo, considerando que un humano difícilmente tendrá la rapidez necesaria para bloquear la conversación en la que miles de bots publican millones de mensajes en un tiempo en el que un humano solo alcanza a difundir una decena, el discurso de los bots puede tener la misma relevancia que el discurso humano, y son demasiado complejos para estar sujetos a reglas de debate humano. En ese escenario, podemos pensar que los grupos de interés y partidos con más recursos podrán permitirse una mejor posición para que su discurso alcance mejoras en términos de repercusión y riqueza retórica. Eso sentenciará nuestra exclusión de la discusión política, al menos como algo más que como receptores.
Es por eso que hay políticos que están trabajando para conseguir recursos y leyes que actúen con contundencia ante este escenario, como prohibir a partidos que usen cualquiera de estos robots destinados a suplantar la actividad humana para la comunicación, sin que el receptor sea conocedor de esta suplantación. Tal vez sea tarde para ello, pero lo que sí debiéramos exigir como ciudadanos son mecanismos transparentes que nos permitan actuar con mayor conocimiento en esta faceta comunicativa como ciudadanos y obligar, por ejemplo, a que todos los bots se registren públicamente, que los partidos políticos declaren en todo momento qué acciones realizan con chatbots y que la identidad de estas nuevas máquinas se vincule a sus propietarios y supervisores humanos.
Pero tampoco olvidemos que la desconfianza hacia las máquinas que cobran vida se remonta a tiempos viejos. No se describe aquí un discurso tecnopesimista, porque no estamos hablando solo de robots. Estamos hablando también de Política. Y de nuestra Democracia.
Eva Campos. Profesora de Periodismo en la Universidad de Valladolid