El relato de nuestras heces habla de nosotros
Somos lo que comemos, pero también lo que desechamos, lo que abandonamos a nuestro paso. Lo que orinamos, lo que cagamos. Nos construimos también a partir de nuestras sobras. En ese cementerio de alimentos que discurre por las cañerías de nuestras ciudades, está escrita nuestra historia. Investigadores de la Universidad de Queensland, en Australia, (siempre hay investigadores investigando cualquier tontería investigable) han llevado a cabo un estudio para determinar si existen diferencias en los excrementos según el barrio del que proceden. Y parece que sí, que los zurullos entienden de clases sociales.
En las más acomodadas, se consume mayor cantidad de café, de vitaminas, de fibra. Y también más alcohol que en las clases bajas donde lo petan los antidepresivos. En cuanto a los edulcorantes artificiales, sacarina, aspartamo, estevia, se produce un empate técnico. De lo cual podemos deducir que los ricos se estresan, los pobres se deprimen, pero todos sin excepción preferimos hacerlo delgados.
Lo primero que se desarrolla en un embrión deuteróstomo es el ano, y después la boca. ¿Es o no es significativo? No sé de qué, pero ¿es o no es significativo?
Durante muchos años, cada vez que regresaba a casa de mis padres, me entraban unas ganas locas de cagar, no importa la hora que fuera. No sé si porque el váter familiar es el mar donde van a parar todos los ríos de mierda adulta, o porque se produce una regresión melancólica a la etapa anal, que nada tiene que ver con una categoría de pornhub.
Yo creo que la magia del cuerpo radica en que introduces una cosa y te devuelve otra completamente distinta. Tú le das alimentos que abarcan una amplia gama de colores y ¡abracadabra! te devuelve el marrón, en diferentes tonalidades, pero marrón. Una vez intenté pintar un cuadro al óleo y me sucedió lo mismo: tratando de corregir los colores acabé con un único tono zurullo del que me fue imposible escapar, y que óleos Mir debería incluir como color en sus tubos para principiantes, para ahorrarles faena y material.
La magia del cuerpo radica en que introduces una cosa y te devuelve otra completamente distinta
Bien podríamos componer una trilogía escatológica, a lo Kieślowski. Tres colores. Si cagas marrón tirando a verde, puede ser que hayas comido acelgas, espárragos o espinacas o que estés tomando suplementos de hierro. Pero también que el paso de los alimentos por tu sistema digestivo esté siendo más precipitado de lo normal y la bilis ande algo distraída, es decir: alergias, celiaquía, intolerancia a la lactosa.
Si cagas rojizo, es normal si has comido remolacha, arándanos o sopa de tomate. Si no, tal vez padezcas las famosas hemorroides silenciosas.
Si cagas tirando a negro, quédate tranquilo si eres un recién nacido, eso es que estás expulsando el meconio, aunque no deja de ser inquietante que estés leyendo esto. Si eres un adulto, puede deberse o bien a un exceso de hierro en la sangre, o a un atracón de morcillas.
Hoy en día, disponemos incluso de una clasificación excremental, la escala de heces de Bristol, que tipifica hasta siete tipos de caca, según su forma y textura, desde las bolitas de cabra, hasta el caldo con tropezones definidos, pasando por las morcillas con grietas. Si las deposiciones son excesivamente finas, ojo con alguna obstrucción en los intestinos, si son como bolitas de cabra, tírate a la fibra. En cuanto a la textura, leo: “las heces deben ser siempre suaves, sólidas y ligeramente esponjosas sin llegar a descomponerse” y casi me dan ganas de hacer una cata.
Que nuestros excrementos hablan de nosotros tanto como lo que comemos, que nuestros silencios lo hacen tanto como nuestras palabras, bien lo sabe la literatura, donde las elipsis compiten con el texto.
En el relato Visiones de neurastenia, el escritor Wenceslao Fernández Flórez cuenta la historia de un coronel del Ejército Nacional que va por la calle cuando siente unas imperiosas ganas de hacer de vientre. En ese momento, se encuentra a la esposa de su superior, un general de quien depende su próximo ascenso ,que lo arrastra con ella de compras, porque necesita, también imperiosamente, su opinión. Al pobre coronel se le hace interminable el tiempo que pasa de shopping, apretando el culo. Cuando por fin se libera, corre a casa -aborrece los urinarios públicos- y cuando entra, descubre a su mujer con otro hombre en la cama. Mientras corre al baño, grita algo sublime y ridículo:
- ¡Esperad, esperad, malvados!