Para progresar en nuestro nivel de vida debemos trabajar “más” o trabajar “mejor”
Muchas veces se critica el uso del PIB (Producto Interior Bruto) como base para medir la riqueza o el bienestar de las economías. Y es cierto, puesto que el valor de la producción anual está lejos de representar la riqueza y, también es cierto que hay otras variables cualitativas, como el clima, la gastronomía, el capital social y la seguridad física o jurídica, entre otras, que tienen una influencia notable en nuestra calidad de vida. Sin embargo, plantear esta dicotomía, puede ser una falacia, pues si existen variables institucionales o cualiativas en un territorio, esto aumentará la actividad económica en el mismo y, a medio plazo, tendrá su reflejo en el PIB per cápita. Por otra parte, un agregado como el PIB per capita tiene la ventaja de que es una de las estadísticas que los países calculan desde hace décadas, y nos permite analizar su evolución temporal. Además, los países aplican normas similares para su cálculo y eso las hace comparables entre sí.
Normalmente, los países que parten de menores niveles de renta per cápita tienden a crecer más rápidamente y a converger. Ese fue el caso de Irlanda cuando entró en la UE en 1973 y también el de algunos de los países de Europa Central y Oriental que son miembros desde 2004. Las reformas estructurales llevadas a cabo y la entrada en un mercado interior europeo en el que han encontrado clientes e inversores les ha permitido mejorar rápidamente. Es el caso de Chequia, Estonia o Polonia. Este fue también el caso de España desde mediados de los años ochenta tras pasar a ser miembro de la UE.
Una de las explicaciones del mal comportamiento del PIB en España, aunque no la única, es la baja productividad de la economía española. Existe una relación directa entre PIB per cápita y productividad: dividiendo y multiplicando por el empleo, se puede ver que el PIB per cápita crece o por el incremento del número de personas empleadas (o las horas que éstas trabajan) o bien por aumentos en la productividad. Es decir, para progresar en nuestro nivel de vida debemos trabajar “más” o trabajar “mejor”. Teniendo en cuenta que la productividad española ha seguido una tendencia decreciente acentuada desde 2017-2018 (gráfico 2) y que el número de horas trabajadas se encuentra estancado (de hecho, a pesar del aumento del empleo, las horas totales trabajadas son menos que en 2019), nos encontramos ante una encrucijada. Por una parte, es necesario mejorar la llamada “tasa de participación” o la población activa, es decir, que haya más personas que quieran trabajar y que éstas encuentren empleo. Por otra, lo más deseable sería que estos empleos estuviesen en sectores que permitan aumentos en la productividad. La inversión en capital humano está en la base de ello, pero para eso hacen falta políticas a medio plazo que fomenten el esfuerzo y la educación.
La pandemia nos ha mostrado el enorme potencial que tiene la digitalización de la economía para facilitar la producción de bienes y, especialmente, servicios, tanto privados como públicos. Sin embargo, la falta de capacidad de gestión y control de la producción pueden conducirnos a un gran fracaso colectivo y a un retroceso social y económico. Como apunta Matilde Mas, de la Universidad de Valencia y el Ivie, en una columna reciente, puede que la clave se encuentre allí. Las capacidades de gestión empresarial y el buen gobierno de la cosa pública están en la base del éxito. Es un gran reto que sólo podremos superar huyendo del populismo y buscando pactos de Estado.