Llevo 4 años sin probar un bocado de carne. Y digo vegetariana, por decir algo, porque no me gusta ponerme una etiqueta. Porque las etiquetas limitan y juzgan.
Recuerdo estar en casa de mis tíos celebrando la Navidad, rodeada por una familia de cazadores, y saborear una loncha de jamón serrano mientras decía: “Yo jamás sería vegetariana, ¡y dejar de comer jamón!”.
Y aquí estoy, subida a este barco. Llevo cuatro años sin probar un bocado de carne. Y digo vegetariana, por decir algo, porque no me gusta ponerme una etiqueta. Porque las etiquetas limitan y juzgan (aunque también son prácticas).
Los mismos años que llevo escuchando la misma pregunta. Que por qué. Que si soy vegana me dicen cuando pido que me quiten el queso. Y yo les digo que no lo soy, que como huevo de vez en cuando. Y que si había leche en ese bizcocho, no me hago el harakiri. Eso sí, en mi nevera no verás ni lácteos, ni carne ni pescado.
¿Y cómo pasó? Pues hace 8 años se juntaron mi intolerancia a la lactosa y mi curiosidad. Aquello lo desencadenó todo. Empecé a investigar qué era aquello de la intolerancia y descubrí (spoiler) que realmente no estamos preparados para tomar leche toda la vida. ¡Sorpresa! Que el cuerpo es muy sabio y que, si hizo que nuestras madres diesen leche durante un período de tiempo determinado, por algo sería (yo es que confío mucho en la sabiduría de la naturaleza). Pero lo que cuento ya no es nuevo. De hecho, en ésto los orientales van en cabeza, ¿o a cuántos restaurantes chinos has ido en los que te sirvan queso?
Después de la leche llegó la carne, y así, sucesivamente, como el efecto dominó. ¿Y qué pasó con la carne? Pues que como dijo Paul McCartney, “si las paredes de los mataderos fueran de cristal, todos seríamos vegetarianos”. No, no tienen paredes de cristal y no he encontrado a día de hoy ninguno. Pero sí hay vídeos, muchos vídeos, y yo, como ya he dicho, soy muy curiosa. Sabía que si yo supiese lo que pasaba dentro de un matadero decidiría no comer carne, y no podía seguir evitando ese pensamiento. Así que eso hice, me sometí al tercer grado. Tras muchos documentales, vídeos, libros y testimonios me formé mi propia opinión, y tomé la responsabilidad de ser consecuente con todo el conocimiento que tenía. Que no podía asombrarme porque unos coman perro mientras yo como ternera. Que ambos tienen los mismos derechos.
Pero esto no es solo una cuestión de pena (que parece que no es suficiente motivo). Va mucho más allá. Yo, más que amante de los animales, me declaro amante de la naturaleza. ¿Y qué tiene que ver? Pues mucho. Es devastador. El consumo de carne supone uno de los mayores problemas contaminantes, superando incluso al del transporte. La ganadería contamina el agua y es responsable del 70% de la deforestación. Pero todo esto lo tenéis en infinidad de documentales y os lo contarán mucho mejor que yo.
Yo fui educada, como la mayoría de vosotros, pensando que necesitaba la carne. Así que indagué para ver cuánto de cierto había en esto, y encontré que no era verdad que la necesitase. Que el ser humano no necesita la carne para sobrevivir. Que la proteína, el hierro y el calcio se pueden sacar de otros alimentos. Y no es cierto que nuestros caninos estén ahí para desgarrar carne. Tenemos mucho más en común con los herbívoros que con los carnívoros. Pero no soy bióloga ni nutricionista, así que no voy a centrarme en esto.
Entonces veamos: no necesito la carne para sobrevivir y comerla causa un gran daño a muchas especies. La conclusión para mi fue obvia. ¿Comer carne entonces por qué, por su sabor? Como si mi especie fuese tan especial como para que el simple sabor de un alimento fuese excusa suficiente para causar tanto daño y dolor.
Vivimos como si el mundo nos perteneciera y como si los recursos no tuviesen fin. Bajamos al súper y compramos unos filetes de pavo y un poco de queso, sin importarnos cómo ha llegado ahí ni qué repercusión tiene. Es normal, esa información no te la encuentras, hay que buscarla. Y no todos queremos buscarla.
Y que conste que a mí no me gusta hacer apología de ésto. Que cada uno es libre y respeto la libertad de elegir. Que la base de todo es la tolerancia. Que cada uno practique la vida en sintonía con su conciencia. Y que comparta, que comparta cuanto más pueda. Pero que no imponga, que deje ser.
¿Y cómo llegué hasta aquí, hasta la Guía Hedonista? Pues veréis, si hay algo que me encanta, es comer. Disfruto de ello como de muy pocas otras cosas. Y ante la dificultad que encontraba en cada restaurante al que iba, me pregunté si existiría alguna guía de restaurantes vegetarianos, pero la respuesta fue nula. Y así sucedió todo. Decidí darle yo misma respuesta a mi propia necesidad y lo hice a través de Instagram con una guía veggie de Valencia. Me encontré la sorpresa de que miles de personas de Valencia tenían la misma necesidad. Y no solo por parte de veganos o vegetarianos, sino por parte de cualquiera.
Y a eso he venido, a mostrar que este no es solo territorio de veggies. Esto es para todos, para probar, para disfrutar y descubrir. A partir de ahora, me pasaré por aquí de vez en cuando, para enseñaros la cara más de veggie de Valencia, para retar a vuestros paladares y enseñarles que no solo vive uno de ensaladas.