Sin ánimo de polemizar, o también, mi colega Jesús Civera, publicaba hace unos días un interesante artículo reivindicando la ciudad de Valencia como espacio cultural de referencia más allá de actos efímeros, publicitarios o superfluos. Y ponía su acento, por ejemplo, en el día en que Valencia fue uno de las principales plazas del jazz internacional de este país y escenario de actuaciones de gran altura. Lamentaba lo que hemos perdido, esto es, mucho tiempo sin consolidar apenas nada o cambiarlo simplemente caprichosamente según el gusto de los políticos o gestores de turno. Ya se sabe que para llegar al jazz hay que escuchar antes mucho reguetón, que es a lo que aún están y hasta sugieren. Porque de Clásica, poco. A la ópera, ni acuden.
Civera apelaba con nostalgia a la unión política de los principales responsables de nuestras instituciones de antaño para logar consensos y trabajar en objetivos comunes. Y para ello recordaba aquellos días en los que el jazz sonaba a lo grande en muchos espacios de la ciudad, desde la plaza del Patriarca, al Principal o el Palau de la Música. Nuestra metrópoli gozaba de un consenso político que jamás ha vuelto a materializarse. Son tiempos distintos, es cierto, pero también tenía razón en reivindicar acuerdos y realidades. En aquellos días los políticos se fiaban de los técnicos y los periodistas por lo que todo era más fácil, feliz y hasta divertido. Admitían sus carencias. Así de bien les fue. No existía mayor interés. Salvo brillar a la altura y rodearse de lo mejor, dejarles trabajar y disfrutar de los resultados.
Nuestra generación tuvo la suerte de poder ver en directo, a Dizzy Gillespie, Sara Vaughan, Sant Getz, entre otros muchos grandes nombres… a los que yo añadiría Oscar Petterson, Sonny Rollins -conservo su programa firmado y dibujado-, los Jazz Messengers, Chick Corea en todas sus versiones, Carmen McRae o a mi admirado Chet Baker, entre otros muchos. Sin olvidar en otros géneros a los Dire Straits, Santana, Prince, Stevie Wonder, Rod Stewart, BB King, Tina Turner, Springsteen o todas aquellas decenas de bandas internacionales que pasaron por Arena o el Garage en los ochenta y noventa. Está vamos en los circuitos.
Eran otros tiempos, pero también la ciudad contaba con agentes y promotores de riesgo en los que confiar y en los que se confiaba, que es algo de los más importante para mantenerse en la red internacional, sea del género que sea. Pero esa confianza interna, que no externa se ha perdido. Más bien creo que por bisoñez y desconocimiento, que es algo muy importante, pero también por desconfianza de esta clase política que vive en y para su mundo, cargos a los que han llegado por derivación política, pero no por experiencia y menos por conocimiento del mundo que les ha tocado pisar salvo por designación territorial. Y eso sí es un error.
Creo que más allá de recuperar el pasado que ya se presenta como algo bastante complejo, creo que el problema radica en la ausencia de una política cultural global, un diseño de proyecto y, sobre todo, la inexistencia de equipos técnicos y humanos que sobrevivan a cualquier desastre de gestión, como los que nos ha regalado desde hace bastantes lustros los de antes y los de ahora. Eso sí es una decepción.
A estas alturas de Botanic un servidor, por ejemplo, aún desconoce a qué jugamos y cuáles son los objetivos de un gobierno que en algunas parcelas gobierna porque le ha tocado en la rifa, esto es, en el reparto.
Claro que estoy de acuerdo con Civera en muchos aspectos, pero también en que el problema es mucho más grave y preocupante. En primer lugar porque ese tipo de gobierno de mestizaje es un error ya que las bombas lapa funcionan que da gusto; dos, porque no saben de qué va ni les interesa más allá de lo suyo.
Miren si no. Desde el cambio de gobiernos municipales, provinciales y autonómicos hemos logrado un record de fracasos tal que nos han borrado del mapa. Y no es que los anteriores fueran genios.
Desde que comenzó la legislatura de esa denominada nueva izquierda hemos cerrado la sala de exposiciones del Palau de la Música, el propio auditorio Municipal, la sala Escalante que transita con pena. A punto estamos de acabar con la Banda Municipal, hemos consumido directores de orquesta como si fuéramos una trituradora, se ha arrinconado a la Sociedad Filarmónica, tenemos desatendidos los museos municipales y desdibujados espacios como l’Almodí o las Atarazanas. ¿Alguien realmente conoce cuál es la línea de producción teatral de este Gobierno? ¿Se sabe algo de la Nave de Altos Hornos? Si nos somos capaces de organizar o coordinar a las instituciones en materia museística o expositiva y ni siquiera somos capaces de ponerlas de acuerdo a la hora de celebrar el centenario de Berlanga, cómo conseguir que se pongan a lo mismo en los básico.
A estos nuevos gobernantes lo que les gusta no es planificar ni organizar ni tan sólo ordenar. No. Es la foto y el rédito inmediato. Y si me apuran hasta encontrar el amor en plan First Dates.
Es más sencillo comprar voluntades a base de subvenciones y de paso mirarse el ombligo que consolidar una sociedad fuerte, decidida y reivindicativa..
Desgraciadamente, desde aquellos tiempos de las grandes figuras del jazz, gracias al ímpetu de promotores como Julio Martí, que se la jugaban, la pasión de gestores primerizos en esto de las libertades y el deseo político de progreso social y amplias miras han pasado muchos años. Pero, al menos, lo vivimos para contarlo.
Por cierto, la propia Nuria Espert lo reconocía hace unos días cuando afirmaba que los nacionalismos hacen pequeños a los pueblos y a las personas. Por eso intento viajar todo lo que puedo y alejarme cada día más de los microcosmos. Más allá hay un mundo mucho más interesante.