Hoy es 10 de octubre
Ante el cambio de año, la ciudad afronta una serie de retos imprescindibles en material musical
VALENCIA. Entre las obligaciones sociales que marca el calendario, destaca especialmente esa extraña necesidad de celebrar con felicidad el ocaso de un año cuyo agridulce final se solapa siempre con el prometedor comienzo del siguiente. Por lo visto, nada hace pensar que el nuevo curso vaya a ser exactamente igual, o incluso peor, que el que dejamos atrás: por eso, entre la presión social y la humana exigencia de creer que todo irá mejor, el que más y el que menos termina abandonado a las reglas del juego y abraza sus propios propósitos de año nuevo. Justo después de abrazar todo lo demás en Nochevieja. Primero tomas un trago, luego el trago toma un trago, y entonces el trago te toma a ti, que decía Francis Scott Fitzgerald.
Afortunadamente, siempre existe un rescoldo mínimo para la elección individual. Incluso como parte del rebaño. La diferencia, en este caso, se marca en la cola en la que uno espera el año nuevo; hay una sutil diferencia entre el “deja que cada año te encuentre como un hombre mejor” de Benjamin Franklin, y el “tolerar más alegremente a los tontos siempre y cuando eso no les anime a reclamar más de mi tiempo” de James Agate. En lo musical, Valencia también debe elegir posición en cuanto a sus propósitos de año nuevo impuestos; una colección de retos que se presentan ante la ciudad en forma de capítulo recopilatorio de Los Simpson, como anuario de errores o medios aciertos de 2015 a reparar en 2016.
Uno de los principales propósitos de año nuevo debería ser, sí o sí, el de recuperar los templos de la música en directo de Valencia; esos lugares que, años ha, albergaron la gloria musical de la ciudad y que hoy languidecen entre cambios de nombre y disfraces que degradan su recuerdo. El expediente de Repvblicca, el de la sangrante desmemoria para con Gasolinera, o el de la Roxy, con sus mil y un nombres decantados en salsoteca, merecen ser revisitados y actualizados por el bien de la salud musical de la ciudad.
Entre los propósitos del año que necesitan de la conjunción de gran parte de la sociedad se encuentra el de integrar a Valencia, por fin, en ese concepto en franca decadencia que es Europa. Apartar definitivamente al ocio cultural-musical de la anacronía e instalarlo en la modernidad es una cuestión más colectiva que individual. “Si las horas de inicio fueran más tempranas, iría menos gente y costaría mucho conseguir que el público se adaptase y creyese que los horarios son ciertos”, reconocía Jose Casas, gerente de la sala Wah-Wah; conseguir que los conciertos en Valencia se desarrollen con la normalidad horaria de ciudades de como Madrid o Barcelona también depende del público. Juntos, programadores y espectadores, deberían proponerse en 2016 acabar de una vez por todas con la laxitud horaria en los conciertos de la ciudad.
"Nos hemos quedado a miles de kilómetros de Madrid y Barcelona, y nos han adelantado otras ciudades más pequeñas como Bilbao". Así lo explicaba Lorenzo Melero, cabeza pensante de Loco Club, antes del presumible cambio político en Valencia que finalmente se confirmó. Por lo tanto, uno de los propósitos de año nuevo se refiere directamente a la clase política que ahora rige los designios de la ciudad. Recuperar el liderazgo del ocio musical de la urbe debería ser uno de los objetivos fundamentales en la administración cultural de la Valencia de 2016.
La cosecha local de grupos jóvenes es realmente prometedora, quedó claro este año con los discos y las palabras de Soledad Vélez, Ramírez, Ghost Transmission y Our Next Movement. Sin embargo, alrededor de esta cuestión planean un par de carencias que deberían ser tenidas en cuenta a la hora de elaborar la lista de propósitos de año nuevo. La primera de ellas, como los propios protagonistas dejaron patente, es la necesidad de un tejido discográfico relevante en Valencia para que las bandas no tengan que abandonar la ciudad; “el problema de Valencia es que todo es muy endogámico, y además tampoco existe un tejido cultural muy bien hilvanado", revelaba Víctor Ramírez.
La segunda segunda carencia se refiere paradójicamente a la deficiente memoria a largo plazo del consumidor musical de Valencia. En este sentido, se hace imprescindible plantearse un objetivo serio para 2016: que el apasionante e incalculable legado de bandas como Doble Zero o La Resistencia , o el de compositores fundamentales en la historia moderna de la música valenciana como Lluís Miquel, no quede sepultado por el polvo de los años.
Otra de propósitos pseudocolectivos. La recuperación o, en algunos casos como el de los irlandeses U2, la materialización de Valencia en el mapa de los grandes eventos musicales depende tanto de promotores como de políticos. Y, por desgracia, de los niveles de la economía en el dramómetro actual. Uno de los objetivos de 2016 debería ser, sí o sí, no repetir los pecados de 2015 y que giras españolas de artistas internacionales de todo pelaje (de Nick Cave a Royal Blood, pasando por Tokio Hotel, Andy Timmons, Bob Geldof o el ínclito Robbie Williams) no pasen de largo.
Aquella campaña americana de colaboración policial en los 60 (‘Support your local police’) que se materializó en la comedia de Burt Kennedy en 1969 (Support Your Local Sheriff!) deriva en el siglo XXI, a su vez, en un clásico encubierto: support your local bands. En este caso, el propósito de año nuevo es cristalino: el producto valenciano, que no se prodiga demasiado en los carteles de festivales nacionales, vive en el limbo de una escena muy difusa que todavía no se acerca a esa de Carles Chiner en la que conviven propuestas diversas y plurales, y donde el valenciano ya no tiene que disculparse por llegar al público general". La poderosa generación de djs o el estado excepción de la música en valenciano propicia que consumir música valenciana no suponga tanto un propósito como una tendencia imposible de negar en 2016.
“¿Qué pasa con todas las mujeres que no han aguantado? Tengo amigas que han dejado de tocar porque se han cansado”, reconocía Monty Peiró sobre la difícil tesitura de subirse a un escenario siendo mujer. Entre propósito, deberes y segunda convocatoria de verano está la cuestión del papel de la mujer en la industria musical. Estigma eterno, si la redundancia vale también en Navidad, el arrinconamiento de la figura femenina hasta la condición de minoría exótica delante y detrás de los escenarios es uno de esos objetivos implícitos que deberían alcanzar es estado de explícitos. Tras constatar el putrefacto estado de la cuestión de la mujer en el rock y repasar su presencia testimonial en la mayoría de festivales del país en 2015, el próximo curso se presenta como la enésima reválida social.