Los aumentos de aranceles a productos chinos están poniendo en peligro el sistema multilateral por el que se rige el comercio mundial
Desde que Donald Trump llegara a la presidencia de los Estados Unidos (hace poco más de un año), se esperaba que tomara medidas comerciales proteccionistas. Comenzó muy pronto, suspendiendo las negociaciones con la UE (el célebre TTIP o Transatlantic Trade and Investment Partnership) y no firmando el acuerdo del Pacífico, con Japón como principal socio e interlocutor. Tampoco ratificó los acuerdos sobre medioambiente, sacando a su país del Acuerdo del Clima de París en 2017.
Lo cierto es que la actual administración norteamericana ha optado por el bilateralismo frente al sistema multilateral. Durante lo que llevamos de año la preocupación sobre esta posibilidad ha ido en aumento, plasmándose no sólo en las conclusiones del Consejo Europeo de marzo de este año sino en una importante caída de las bolsas en todo el mundo. Se está anticipando, por un lado, un cierto dilema que está empezando a plantearse en los principales socios comerciales de EEUU y, por otro, el empobrecimiento que el bilateralismo lleva aparejado.
EEUU se ha apartado del multilateralismo no tanto porque haya aumentado su nivel de protección arancelaria, sino porque lo ha hecho de forma selectiva. El aumento de los aranceles del acero en un 25% y del aluminio en un 10% no se ha aplicado a todos sus socios comerciales, sino que se ha concentrado en China. De momento, Corea del Sur y la UE han sido excluidos, lo mismo que Canadá. Pero este último sólo después de haber aceptado renegociar, en términos favorables a EEUU, el NAFTA, esto es, su tratado de libre comercio que también incluye a Méjico. Además, EEUU también ha anunciado que va a aumentar los aranceles de importación en otros 1300 productos chinos.
La excusa que acompañó a las primeras medidas fue que dicho aumento arancelario se hacía por motivos de seguridad nacional. Esto en sí no habría vulnerado las normas de la OMC (Organización Mundial de Comercio), aunque tendría que haber dado buena cuenta de las razones. Sin embargo, el propio argumento queda invalidado al ser aplicado de forma selectiva, dependiendo de la procedencia de las importaciones. El sistema multilateral, diseñado tras la Segunda Guerra Mundial, se basa precisamente en la no discriminación y la reciprocidad. Este tipo de medidas ponen en peligro un orden internacional que ha costado décadas construir.
Lo que en realidad quiere hacer el gobierno de Trump es reducir el déficit comercial con China en aproximadamente 100.000 millones de dólares anuales, que sería lo que supondría la suma de las dos medidas. Cabría preguntarse si esto es tan fácil y cuáles son las repercusiones potenciales de estas acciones, tanto directas como indirectas, es decir, si generaran una escalada que desencadenara en una guerra comercial. En primer lugar, EEUU acumula un muy importante déficit en el comercio de bienes desde hace muchos años, pues desde 2005 ronda los 800.000 millones de dólares al año. En parte los compensa porque es un exportador neto de servicios y quedaría, en total, un saldo negativo de algo más de 500.000 millones de dólares. Sólo una parte (aunque sustancial) del mismo es con China, por encima de 350.000 millones. De todas formas, una vez se incluyen las rentas de los factores y se calcula la balanza por cuenta corriente de Estados Unidos, la situación no es tan negativa, pues acumuló un déficit de poco más de 100.000 millones de dólares en 2017. La razón estriba en que esas rentas incluyen, entre otras cosas, las ganancias por derechos de propiedad intelectual, cuyo saldo es siempre positivo para dicho país.
De todas formas, y aunque las balanzas comercial y por cuenta corriente son la forma estándar de medir la posición exterior de un país, el comercio internacional es cada día más complejo. Las cadenas globales de valor (CGV) son la forma en que se organiza la producción internacional y la mayor parte de los bienes que EEUU importa, contienen inputs o componentes producidos alrededor del mundo. Por ello, aumentar las barreras comerciales no tiene hoy en día los mismos efectos que cuando los países se especializaban en productos concretos. En lugar de mejorar su posición, el aumento del proteccionismo puede reducir la competitividad de los productos americanos y empeorar su saldo comercial.
Quizá lo más peligroso de todo el proceso estriba en cómo respondan los demás grandes jugadores en el comercio internacional: China y la Unión Europea, que son simultáneamente los principales socios de Estados Unidos y sus competidores. Si utilizáramos herramientas de la Teoría de Juegos, como el “dilema del prisionero”, la solución “cooperativa”, es decir, comercio más libre y más justo, es la que reporta más beneficios para todos. Desgraciadamente, el equilibrio de ese juego se alcanza en la solución no-cooperativa, cuando cada uno de los jugadores piensa que gana más si él no coopera pero espera que los demás sí lo hagan. En ese caso, si todos razonan en los mismos términos, todos pierden. Esto es lo que sucedería con una guerra comercial.
Sería mucho mejor seguir por el camino que se había adoptado tradicionalmente con China: atraerla hacia el sistema multilateral con incentivos para que cumpla la normativa. Aunque sigue siendo cierto que China no siempre respeta la propiedad intelectual, que EEUU adopte medidas discriminatorias proporciona una excusa al gobierno chino para retrasar las reformas liberalizadoras.