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PSPV, el arte de la imprudencia

Carmen Montón. Foto: MARGA FERRER

Mientras el PSOE se pregunta por qué pierde votos tras las elecciones, el PSPV trata de colocar al marido de Montón y reacciona al escándalo de la peor manera posible

3/01/2016 - 

He repasado estos días el libro que me regaló un amigo por Navidad, El arte de la prudencia, de Baltasar Gracián, algunas de cuyas recomendaciones vienen al pelo para comentar el último escándalo de nepotismo en la política valenciana. Por ejemplo, decía Gracián en 1647 que la persona nunca debe perderse el respeto a sí misma: “Su misma entereza debe ser la norma propia de su rectitud. Es mejor que deba más a la severidad de su opinión que a todas las normas externas. Que deje de hacer lo indecente más por el temor de su propia cordura que por el rigor de la autoridad ajena”.

Andaba el PSOE preguntándose por dónde se están yendo, elección tras elección, los millones de votos que viene perdiendo, buscando culpables en los lugares más variopintos –La Sexta, el Ibex 35...–, debatiendo si para las elecciones de mayo de 2016 es mejor ‘renovar’ la candidatura con Susana Díaz o volver a intentarlo con el ‘renovador’ Pedro Sánchez, cuando llega el PSPV y le da la respuesta: Ahora que han pasado las elecciones y hemos sobrevivido, vamos a seguir perdiendo el respeto a nuestros votantes colocando a dedo a otro pariente.

El empleado de Bankia Alberto Hernández Campa, esposo de la consellera de Sanidad, Carmen Montón, llevaba tiempo buscando un cargo que le recompensara por los años en la sombra trabajando para el Partido Socialista. Cuentan que lo intentó en Justicia pero la consellera se negó, y que probó en un par de puestos más hasta que le encontraron acomodo en una empresa mixta de la Diputación de Valencia, Egevasa, gestionada por el Grupo Aguas de Valencia, que tiene el 49%. Que Hernández no tuviera experiencia en gestión de empresas ni en el sector del agua daba lo mismo porque la empresa la dirige desde hace años Aguas de Valencia dentro de una estrategia global de grupo y así iba a seguir ocurriendo.

Tampoco la aversión de Montón hacia la colaboración público-privada en la Conselleria de Sanidad era óbice para que su marido dirigiera una empresa mixta que es claro exponente de colaboración público-privada en un servicio básico como es la potabilización del agua que beben centenares de miles de valencianos. Son ámbitos competenciales distintos, pensará la consellera, que ya metió la pata anunciando el nombre de la nueva gerente de La Fe antes de hacer una convocatoria pública que, lógicamente, ganó su amiga.

Lo de la elección de la empresa Egevasa merece artículo aparte. Dejémoslo en que a los socios de Aguas de Valencia no les habrá hecho gracia que haya vuelto a la actualidad en estas circunstancias la empresa que estuvo durante años en el ojo del huracán, antes y después de la privatización, hasta el ruidoso despido del gerente Aurelio Hernández, exalcalde de Cárcer (PP) y amigo de Alfonso Rus. Al alcalde de Ontinyent y presidente de la Diputación, Jorge Rodríguez, tampoco le habrá hecho gracia.

Destapado el escándalo, el PSPV continuó ahuyentando a sus votantes con una reacción aún peor que el acto de enchufismo, pues, como escribió Gracián, “algunos convierten el error en una obligación: como se equivocaron al comienzo, creen que, por constancia, hay que continuar. En su fuero interno ven el error, pero en su exterior lo excusan. Por eso su imprudencia inicial se convierte a los ojos de todos en necedad”.

Nadie en el PSPV asumió la responsabilidad, nadie demostró liderazgo. Montón defendió el nombramiento de su marido porque son “ámbitos competenciales distintos de administraciones distintas” –le faltó decir que se había enterado por la prensa–; Ximo Puig, quien no ve nepotismo por ningún lado, dijo que tenía que dar explicaciones quien lo había nombrado, y quien lo había nombrado –Jorge Rodríguez– guardó silencio pero desde la Diputación señalaron hacia el Palau de la Generalitat como origen del nombramiento, que casi es peor que reconocer que uno se ha equivocado. Mónica Oltra, una vez más, aprovechó el regalo y dijo lo que todos pensábamos.

Por si el malestar no era suficiente, la guinda la puso Carmen Montón, imprudente una vez más, que reaccionó al revuelo afirmando que “puede haber algo de ruido” atribuible a la tensión poselectoral pero que “esto pasará y recuperaremos la normalidad”.

No pasó, afortunadamente, y el día de Nochevieja Alberto Hernández renunció al puesto a la manera de su señora, echando la culpa a los demás por el “uso partidista que se ha hecho de este nombramiento” y, añadió, con el fin de “no perjudicar a la empresa ni al servicio público que presta”. Si fuera un ejecutivo de verdad, Hernández habría dado una explicación mucho más comprensible en el mundo de los negocios: me prometieron 132.000 euros brutos anuales y me quieren pagar 59.000.

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