VALÈNCIA. Valencia ha cogido tracción como foco de interés de inversores que buscan entrar o adquirir compañías tecnológicas y científicas. En los últimos años, fondos y private equity tanto nacionales como extranjeros han reforzado su aparición en la autonomía para destacar el buen hacer de emprendedores e investigadores, que siguen marcando el camino hacia un cambio en el modelo productivo.
Entre las últimas operaciones destacadas se encuentra la compra de la compañía valenciana Polypeptide Therapeutic Solutions (PTS) por parte de la firma de private equity Arcline, que permitirá que la empresa con sede en el Parque Tecnológico de Paterna siga escalando su fórmula pionera que permite que los fármacos puedan tener una aplicación más efectiva en su administración gracias a su viaje inteligente al cuerpo a través de soluciones de encapsulación.
PTS fue impulsada en 2012 como una spin off del Laboratorio de Polímeros Terapéuticos del Centro de Investigaciones Príncipe Felipe. Su fundadora es la investigadora María Jesus Vicent, uno de los referentes mundiales en el desarrollo de nuevos sistemas de transporte y liberación de principios activos en oncología y enfermedades neurodegenerativas. Especialista en polímeros terapéuticos, éstos permiten mejorar las propiedades farmacológicas de los compuestos a nivel sistémico en un paciente, permitiendo una mayor efectividad de las soluciones de farmacéuticas o compañías biotech.
"Desde que llegué a València mi objetivo era utilizar polímeros biodegradables, polipéptidos", recuerda Vicent. Oncología, enfermedades neurodegenerativas o terapias génicas, estos polímeros avanzados son capaces de imitar la naturaleza para llevar directamente el fármaco donde el cuerpo lo necesita. Nanomedicina que permite una entrega programada del mismo y así maximizar las posibilidades de la terapia.
Cuando desde el laboratorio de Vicent empezaron a estudiar estos compuestos se abastecieron de stock de una compañía pero, cuando se les terminó, tuvieron que echar mano de aquel que se vendía a escala comercial y solo dos empresas en el mundo fabricaban estos compuestos. Sin embargo, ninguna cumplía sus expectativas al no poder reproducir los mismos resultados, y decidieron fabricar su propio polímero para poder controlar el proceso, lo que les permitió escalar su producción a un precio asequible manteniendo las propiedades del mismo.
"Un día, por casualidad, fui a hablar con Damià Tormo, quien me dijo que era muy interesante montar una spin off del Príncipe Felipe", recuerda la investigadora, que ahora forma parte de una compañía con más de 50 trabajadores. "Con ayuda de él y otros miembros del equipo se montó PTS en 2012. Primero como un proyecto más de laboratorio con sus altos y sus bajos intentando un poco sobrevivir y ahora como una empresa en desarrollo".
A día de hoy, PTS no tiene competidores en este terreno donde ya juega la liga de las grandes farmacéuticas. Y es que el uso de polipéptidos, aunque ya hay algún medicamentos autorizado con este sistema, es muy reducido y se encuentran en fase de ensayo. La clave de la compañía ha sido la de producir este compuesto en grandes cantidades con un coste asequible, porque es su día era carísimo y no eran buenos", señala Vicent, quien reconoce que uno de sus valores añadidos es la confección de soluciones ad hoc para sus clientes.
Tras sobrevivir algunos años entre ayudas europeas e inversión, en 2017 la compañía PharmaIN llamó a su puerta como cliente en una colaboración que se vio impulsada por la entrada de la multinacional farmacéutica japonesa Shionogi en la estadounidense. A día de hoy, prestan servicio a empresas y biotechs de todos los tamaños, el 45% ubicados en Europea y el 50% en Norteamérica.
Actualmente, cuatro proyectos que se fabrican en PTS están en ensayos clínicos en humanos, uno en Europa y tres en Estados Unidos, según explica su director técnico, Vicent J. Nebot. Ahora, la misión de la compañía es la de avanzar al siguiente estadio, el de poder producir para que este polímero pueda utilizarse en fármacos o medicamentos que pasen de ensayo a su comercialización.
"Estos procesos habitualmente se habían hecho a escala de laboratorio y eso son muy pocos miligramos. Ahí siempre se hace bien", reconoce la investigadora. "Sin embargo, al intentar escalarlo había problemas", señala. "PTS ha permitido habilitar una tecnología, que antes no era transferible", asegura Nebot.
Además, desde la compañía valenciana han licenciado patentes alternativas que les permite jugar con la forma que los sistemas tienen en sangre o en qué órganos se acumulan. "Es más efectivo porque es más selectivo y seguro. Permite controlar las propiedades del polímero, como si lo programaras, y puedes dirigirlo de la forma que quieres", señala la investigadora.
Cuando llegó Arcline, PTS ya estaba buscando una salida a sus inversores, liderados por Columbus, el fondo cofundado por el valenciano Damià Tormo. Éste les encontró a través de LinkedIn e interesados por Biomemetic, una división de la compañía destinada a emplear estos polímeros en el área cosmética. El private equity, creado por profesionales de otros fondos americanos, invierte en compañías con un retorno constante y, desde la valenciana, ya facturan seis millones de euros.
Ahora, con una treintena de clientes activos, cuatro de ellos con productos en fase clínica, deben de avanzar para poder producir cuando se aprueben estos medicamentos a escala comercial. Por este motivo, están trabajando en montar una planta de producción de 5.000 metros cuadrados en Valencia para la que ya disponen de ubicación y que creará 200 puestos de trabajo en los próximos cuatro años. Este es uno de los objetivos de la entrada de Arcline, además de aumentar su presencia con una filial en Estados Unidos por sus numerosos clientes en este mercado.
Durante este proceso, la compañía desarrolló con esta tecnología una línea cosmética de PTS bajo el nombre de Biomimetic para crear cosmética con la la menor cantidad de aditivos y la máxima eficacia posible. Una división que finalmente han vendido a la multinacional Germaine de Capuccini. Vicent reconoce que el mercado de la cosmética es complicado. "En la parte de dermocosmética no teníamos ningún expertise y al final se decidió vender porque no es nuestro fuerte comercializar este tipo de producto", señala Nebot.
Mientras, sobre el éxito de la transferencia tecnológica en el caso de PTS -compañía que dirige José Vicente Pons-, la investigadora reconoce que todavía hay que educar mucho a las instituciones académicas. "Por ejemplo, una de las cosas que entendimos a marchas forzadas es que la patente que se utilizó para licenciar a PTS y formar la empresa era malísima y nos costado mucho dinero y vale para mucho menos de lo que pensábamos", reconoce. "La segunda ya se hizo con otra visión".
"Es muy importante que dentro de las instituciones haya una sección de transferencia y un equipo te asesore sobre cómo tienes que escribir la patente y qué debes de hacer, porque los científicos como tal no lo sabemos", reconoce. Mientras, destaca que la creación de propiedad intelectual sigue marcando la producción científica dentro de los grupos académicos más allá de que las investigaciones sean aplicables.
"Las instituciones académicas también tienen que fomentar que se quiera patentar. Si tú tienes una patente no puedes decir absolutamente nada de esa innovación pero si fuese más ágil el sistema podrías hacer una protección intelectual y publicar a la vez. Sin embargo, muchas veces las cosas no se protegen adecuadamente por la necesidad académica de publicar y esto corta las alas a productos que podrían beneficiar a un paciente".