La publicación de la biografía del autor de La señorita Julia en español coincide con el estreno de una nueva versión de La más fuerte
VALENCIA. Borracho, misógino, paranoico, suicida, prepotente, polemista… Cualquier biografía de Johan August Strindberg (Estocolmo, 1849) rebosa de epítetos preñados de oprobio. Como todo genio que se precie, la biografía del autor de La señorita Julia no está exenta de controversia, ni su vida, de contradicciones. Tanto es así que los hay que lo tildan de látigo de las mujeres y quienes lo reivindican como pionero feminista. Para incorporar un matiz al conjunto de su vida y de su obra, la Editorial Funambulista publica la primera biografía en español del enfant terrible sueco, Strindberg. Desde el infierno, firmada por Jordi Guinart.
El ejemplar de 400 páginas entrega al lector una visión completa de la vida del dramaturgo, pues hasta ahora, toda la información que tenía el lector en español, más allá de introducciones a recopilaciones de textos, artículos teatrales de obras y piezas narrativas, eran las biografías en las solapas de sus obras.
La publicación coincide con el estreno en la Sala Russafa de una versión a cargo de Bramant Teatre de La más fuerte, una pieza breve que en el original está protagonizada por dos mujeres que aquí son sustituidos por un hombre y una dama a los que se incorpora una camarera. El triángulo resultante reincide en la violencia física y psicológica del texto escrito por Strindberg, haciendo hincapié en la dependencia emocional y en las vías de escape de las relaciones amorosas malsanas.
En opinión del autor de esta adaptación libre y actor protagonista, Jerónimo Cornelles, el punto de partida de este texto resulta “muy machista, porque enfrenta a dos mujeres por un hombre”. Para actualizar esta obra escrita en 1888, el dramaturgo ha optado por eliminar el género de la ecuación del texto, así que ahora sus protagonistas son “dos seres humanos que han caído en las redes de un señor que bajo el nombre del amor conduce a sus parejas a abismos terroríficos”.
En la versión que se representará en el teatro valenciano del 8 al 17 de abril, una mujer llega a una cafetería y vomita toda su frustración frente al hombre que ahora es pareja de su ex marido. El increpado bebe, en silencio, una taza de chocolate. Una camarera del local entreoye la conversación y repara en que el hombre al que aluden es el mismo que en el pasado lastimó su vida.
“La obra no juzga, sino que ante un hecho objetivo presenta tres realidades y tres formas de afrontarlo, todas válidas. La persona que se retrata es un aniquilador, un ser que puede destrozarte la vida para siempre, si no tienes las herramientas para salir”, detalla Cornelles.
El título cierra la trilogía de teatro naturalista de la compañía valenciana, que arrancó en 2013 con Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, y prosiguió con Tío Vania, de Chéjov, estrenada el año pasado. El reto para el remate de esta saga era ampliar el monólogo escrito por Strindberg. Así, los 20 minutos del original se han extendido hasta una función de 70. Otro plus de la versión es su giro hacia el género de la comedia, responsabilidad del director del montaje, Chema Cardeña.
“La obra es terrible, se dicen barbaridades, pero no podíamos enfocarla hacia la tragedia, porque el público tiene que respirar. La vida es así, a veces nos da un ataque de risa en un entierro: la comedia surge del drama más absoluto. Y Chema tiene la experiencia de la carpintería teatral para meter comedia sin traicionar lo que se está contando”, alaba Cornelles.
A este respecto, Jordi Guinart expone que si bien la faceta más característica del autor sueco era la presión psicológica, “su capacidad para construir una sensación de cerrazón muy grande y muy salvaje”, existe un humor cáustico en sus cartas y en sus textos cuando procede a arremeter contra alguien. “Si extraemos la gravedad del asunto, sus ataques son graciosos de por sí, por lo absurdos que resultan y lo pérfidas que son las respuestas. Strindberg fue un precursor del teatro de la crueldad”, destaca el autor de su biografía en español.
El dramaturgo, de hecho, no pasará a la historia por ser una persona sonriente y relajada, sino todo lo contrario. ”Lo pasaba muy mal cuando alguien le echaba en cara algún defecto. Se volvía entonces débil, tímido e híper sensible, se sentía amenazado constantemente y era muy inseguro, hasta el punto de que no podía permanecer en un restaurante si un hombre miraba a su mujer”, detalla Guinart.
En sus catárticos textos autobiográficos, El hijo de la sierva, Historia de un alma, Inferno y Alegato de un loco, Strindberg abre la puerta al lector a su tormento personal, a su furia, a sus celos enfermizos, a la convivencia simultánea del amor y del odio en su mente, a las alucinaciones y a la paranoia. Pero Guinart difiere en la gravedad de lo relatado: “Es muy sibilino”, afirma, y aduce, por ejemplo, que en realidad nunca tuvo visiones. Salvo en el caso de su primera mujer, Siri von Essen, con la que compartió un traumático divorcio, el resto de sus esposas afirman que nunca vieron un atisbo de locura en su marido.
“Strindberg fue un artista pretendidamente extravagante (…) Es evidente que planificó una biografía psicológica de sí mismo para justificar una necesidad artística y la personalidad propia de un genio”, ha concluido el autor de Desde el infierno.
El psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers publicó en 1922 un ensayo comparativo entre los perfiles de Strindberg y Van Gogh titulado Genio artístico y locura, cuyo objeto era hallar un nexo entre la demencia de ambos creadores y su talento visionario.
Jordi Guinart considera que de lo que sufría el dramaturgo sueco era de un trastorno esquizotípico, pues cumplía cinco de los criterios diagnósticos de este trastorno recogidos en el Manual de Diagnósticos y Estadísticas de Enfermedades Mentales.
“La obra literaria de Strindberg se beneficia de uno de los grandes misterios que siempre lo rodearon: ¿estaba realmente loco? Las obras Alegato de un loco e Inferno fueron durante mucho tiempo las principales fuentes de investigación que permitieron a estudiosos y psicólogos afirmar con rotundidad que Strindberg sufrió de delirio de celos (Alegato de un loco) y psicosis paranoide (Inferno), pero desde su primer libro autobiográfico, El hijo de la sierva, se puede comprobar cómo exagera pasajes y ficciona su personaje”, argumenta el escritor.
Del mismo modo, para llamar la atención, recurrió en ocasiones a la amenaza de cometer suicidio y al fingimiento de una enfermedad, “haciendo de sus circunstancias un drama”.
Lejos de justificarlo, bien es cierto que el afilado autor sufrió lo suyo en vida con una temprana orfandad, malas relaciones con su padre, el abandono de tres esposas y duras críticas a su obra que lo llevaron al exilio y a cambiar el oficio de escritor por el de alquimista.
Otro tanto sucede con su legendaria misoginia. Ese odio acervado hacia las mujeres se ejemplifica en textos como las conclusiones finales sobre el Problema Femenino destinadas al político y crítico danés Edvard Brandes: “En cualquier caso, cada vez está más claro que la mujer es mala por naturaleza e instintivamente deshonesta [...]. He pasado tres años en compañía de cientos de mujeres de cada nación, y no he visto nada que contradiga que todo se reduce a tener más poder que el hombre, no a compartirlo con él. Solamente tienes que leer sus libros y sus dramas; ¡qué desvergonzadamente tratan a los hombres! Y fíjate en mí, que solo he dicho lo que ellas dicen de nosotros, pero con más razón y conocimiento, ¡y cómo me han tratado!”.
O perlas como las recogidas en su Sobre la inferioridad de las mujeres respecto al hombre y la justificación de su subordinación: “Las artistas y las mujeres que escriben son putas = una mujer que ha perdido lo que caracteriza su sexo = la pasividad. Las mujeres emancipadas son el vivo retrato de las putas. Y serían putas (profesionales sin el instinto sexual normal) si hubieran nacido pobres y no hubieran tenido educación”.
No obstante la bilis que rebosan estos escritos, Jordi Guinart expone que su misoginia era pretendida y que fue desmentida por Strindberg mismo. “No fue más que otra máscara irreverente utilizada para llamar la atención. No solamente no era un misógino, sino que en realidad lo que hizo fue criticar que las mujeres y los hombres no pudieran ser considerados socialmente desde la igualdad. Aunque escribió cosas terribles sobre las mujeres, con cartas incluidas, es cierto que lo hizo durante sus peores momentos de convivencia con Siri. El rencor, la venganza y el narcisismo también formaban parte de August Strindberg, y las mujeres de las clases medias altas fueron un blanco impreciso pero perfecto en el que descargar sus iras contra una mujer en concreto: su esposa de turno”.
En Strindberg habitaba la dicotomía de una misoginia exacerbada a corta distancia y un sentimiento postfeminista a larga. Al mismo tiempo que sus problemas maritales le hacían desbarrar y arremeter contra toda fémina, escribía unos manifiesto feministas cuyos postulados no se han conseguido alcanzar a fecha de hoy, como los recogidos en su Pequeño catecismo para la clase baja.
El dramaturgo, escritor, pintor, escultor, poeta, periodista, fotógrafo y químico fue un hombre pasional e irreflexivo, y era en sus misivas privadas donde se mostraba más confiado e impulsivo. “Me niego a clasificar a un hombre como loco y misógino, la idea de mi libro es dar una perspectiva más amplia de la persona de Strindberg”, se justifica Jorgui Guinart.
El libro contrasta sus increpaciones a las mujeres con argumentos que contradicen esa actitud: “Para sus dramas construyó mujeres fuertes y poderosas inspiradas en sus esposas, que también eran malvadas, como muchos de sus personajes varones. Y en la vida real siempre defendió a sus esposas y a sus hijas y luchó por su emancipación laboral. No existe una sola mujer relacionada con Strindberg que constituya el clásico ejemplo del ama de casa sometida al marido de mediados del siglo XIX”.
La biografía en español recoge cómo el día del funeral, el Svenska Dagbladet publicó una entrevista que el escritor danés Georg Brøchner le había hecho en 1899. A la pregunta ¿Qué situación le hubiera gustado vivir?, Strindberg respondió: ”La de ser un dramaturgo cuyos dramas siempre son representados”. Así fue, de manera póstuma. Tras su muerte se empezaron a realizar 300 presentaciones anuales de sus obras en su tierra natal, y entre 1915 y 1923, se alcanzó el millar.
Los compatriotas de Strindberg no quedaron convencidos de su genialidad hasta que Max Reinhardt llevó a Estocolmo su versión de La sonata de los espectros. Su prosa directa, su sinceridad extrema, su pasión arrebatada y su impudicia habían escandalizado a la sociedad sueca, que no supo encajarlas en su época. Este polemista nato en lo sociopolítico y psicólogo introspectivo en el drama teatral fue y es un incomprendido.
Transcurridos 104 años desde su fallecimiento, este escritor adelantado a su tiempo, este hombre abocado a la pesadumbre existencial, ocupa un puesto incontestable en el olimpo de los autores de teatro más importantes de la Historia. Sus obras han arrebatado a creadores insignes como Ingmar Bergman, Eugene O’Neill, Franz Kafka, Edward Albee, Tennessee Williams y Thomas Mann. ¿Qué tal si para referirnos a él añadimos los adjetivos pionero, fascinante, provocador e innovador?