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análisis vp 

Puerto de Valencia, puerto de Europa

El futuro del puerto no se discute en campaña

17/05/2023 - 

VALÈNCIA. Cuando se demolió la bonita valla que separaba el viejo puerto de Valencia del barrio del Grau, un alto funcionario de la Autoridad Portuaria dejó muy claro que la línea que separaba "sus terrenos" de los de la ciudad debería quedar fijada con una línea "bien gorda" en la cartografía del planeamiento. Así, cuando "toque volver a poner un muro, poder apretar un botón y que vuelva a subir esa valla". Incluso en los convenios entre Ayuntamiento y Puerto quedaba estipulado que la frontera puerto-ciudad debería quedar señalizada en el espacio público; marcando de manera visible, con ladrillos o pinturas, que por allí pasó la versión valenciana del muro de Berlín. Afortunadamente nadie ha cumplido lo aprobado y dibujando un graffiti fronterizo.

No es una metáfora gratuita. Si hay un muro, real o físico, que separa dos marcos institucionales opuestos, esa es la frontera entre la ciudad de València y su puerto. Por un lado, la ciudad ha ido más o menos profundizando en sus procesos democráticos, incrementando la participación, mejorando el espacio público y apostando por la inclusión. Una ciudad que, con sus idas y venidas, está siguiendo la estela de las urbes europeas e incluso lidera en algunos ámbitos. Al otro lado, el puerto; una institución que debería estar al servicio de la economía pero que a veces actúa solo como una gestora de suelo, para que la manera de tomar decisiones no ha entrado todavía en la modernidad y tiene forma de democracia orgánica. Un puerto que, por otro lado, dispone de los recursos económicos y el capital humano para hacerlo mucho mejor.

Diría más, las infraestructuras portuarias y sus destrozos aledaños (de la ZAL a Miramar) son los únicos terrenos de la ciudad que parece que no forman todavía parte del sistema común continental. Curiosamente, escribo este texto desde una de las capitales europeas, Estrasburgo. En Estrasburgo el presidente del puerto lo elige la ciudad, que tiene un 49% de la propiedad. Incluso en Francia, uno de los países más centralizados de Europa, las ciudades pintan mucho más en muelles y diques que en España, donde los alcaldes tienen menos peso en los consejos de administración que los que tienen un interés pecuniario en mover contenedores (en València 3 vs. 5 en un consejo de 15). Como decía, son puertos de democracia orgánica. En Estrasburgo el puerto se va abriendo a la ciudad adoptando una estrategia que hace compatibles los usos comerciales y logísticos, con los tecnológicos y de innovación y cultura. En Estrasburgo buscan que su puerto sea también símbolo de su capitalidad Europea.

Es importante señalar que nuestro puerto es una relativa anomalía si lo comparamos con aquellos más exitosos del viejo mundo. Hay tres cuestiones centrales que lo diferencian de otros puertos líderes, como Amberes o Róterdam, que, a pesar de tener un número de tráfico similar, ofrecen resultados mucho mejores en cuanto a la integración ciudad-puerto o la sostenibilidad. Nuestro puerto, a diferencia de aquellos, reparte carga mayoritariamente en camiones (en lugar de trenes), depende más de los contenedores en tránsito, y es un puerto donde la ciudad no pinta prácticamente nada en su gobernanza. En definitiva, tenemos uno de los puertos menos europeos de Europa, parte de Puertos del Estado, el sistema portuario más centrípeto.

¿Pero qué significa ser un puerto Europeo? De una manera relativamente difusa pero sugerente, Europa está marcando, con el sello de lo que ha denominado la Nueva Bauhaus Europea, todas sus políticas urbanas y territoriales. Bajo un eslogan de tres palabras, reivindica la belleza, la sostenibilidad y la comunidad –beautiful, sustainable, together. ¿Cómo pueden ser los puertos más bellos, sostenibles y comunitarios? Y, más aún, ¿cómo pueden los puertos en general y el de Valencia en particular, responder a los desafíos económicos, sociales y medioambientales de la Europa de hoy? La respuesta, en València y en España, va más allá de una discusión sobre declaraciones ambientales y síes o noes a la ampliación propuesta de la zona de atraque y de almacenamiento de contenedores.

Foto: APV/ARCHIVO

Para entrar en Europa, para promover la belleza de la vida marítima y portuaria. Para fomentar la sostenibilidad en la generación y el uso de la energía pero también el respeto a los ecosistemas. Para recuperar la confianza, implicar a todo el sistema portuario y desarrollar un ecosistema de innovación. Para abrirse a la ciudad y la ciudadanía. El puerto debe cambiar su sistema de gobernanza y España tiene que cambiar la Ley de Puertos. Desafortunadamente, es una discusión que no estamos presenciando en campaña.

El funcionamiento de la campaña electoral hace que sea casi imposible tener debates complejos, de largo plazo y no binarios. Hemos escuchado reproches y acusaciones cruzadas pero no un análisis profundo sobre el rol de la infraestructura portuaria en el mundo que habitamos y cómo hacer que esté a la altura de nuestra capitalidad verde o responda a las necesidades de la economía local. Un puerto del futuro, un puerto Europeo –bello, sostenible y al servicio de la comunidad– deberá responder a los desafíos económicos que tiene por delante de los que no se ha escuchado nada en esta campaña.

En primer lugar, debería adaptarse a una reestructuración de la globalización donde ganará peso la política industrial y la producción a escala continental.

En segundo lugar, debería reducir el riesgo de depender de un oligopolio de empresas (casi todas chinas) que mueven contenedores, diversificando usos y respondiendo a las necesidades locales.

En tercer lugar, debería apostar por una sostenibilidad radical y reducir el tráfico de tránsito que además será inviable económicamente cuando entre en vigor la nueva normativa europea sobre imposición de carbono a las importaciones. Si vemos los datos del Puerto de Valencia, aproximadamente la mitad de los contenedores son de intercambio, suben y bajan de barcos sin dejar el puerto, lo que signficican que no tienen ninguna relación con la economía local. Y un 13% van simplemente vacíos.

Y eso pasa necesariamente por generar un marco institucional y de gobernanza más participativo y más abierto en acuerdo con la ciudad: un marco Europeo de gobernanza. Su actual presidente, Joan Calabuig, un respetado hombre de Europa, tiene un gran desafío democrático entre manos. Empezando por no apretar ese botón y que la valla no vuelva a subir, queda mucho camino por delante.

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