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plaza de salida / OPINIÓN

¿Pues de fallar ni hablamos!

11/03/2019 - 

VALÈNCIA.- Puedo predecir el futuro, así de categórico lo escribo. Me refiero a un futuro a tiro de pedrolo. Puedo leerlo en las uñas mordidas, en las colillas acomodadas de un plato de postre, en los paluegos de una encía o en las páginas de un almanaque. Y el sentido del ridículo me chiva que algo incómodo está al acecho y es inevitable. Y por si fuera poco, las primeras moscas, las gordas pesadas y atontás, ya revolotean por mi entorno.

Soy tan pobre que no puedo escapar ni de la frontera que delimita mi ratonera. Si por una de aquellas decidiera hacerlo, solo tirando de suerte suertearía los retenes de los defensores del orden y la seguridad púbica por ahí disemenados y mi vehículo dudo que pudiera superar ese examen fortuito. Así que mi única salida es vagamundear la ciudad, consciente de que solo encontraré sujetos resucitados en contra de su voluntad, autómatas disfrazados, zombinutrios de casal y la sublimación de la horterez.

Por eso, en esas fechas mis amigos ricos se van, mis amigos pudientes se van, mis amigos listos se van, mis amigos acomodados se van y mi familia se va. Solo quedamos los resignados, los cobardes, los invisibles, los mansos, los que a nadie importamos. Solos en conformidad frente a una piara de descerebrados salientes del pozo putrefacto y ávidos de churrasco crudo y casquería.

Y no puedo hacer nada. Durante días los no muertos chirriantes invaden las arterias de la city con el único objetivo de molestar, de chinchar, de ser vistos y de compartir una alegría pringosa como bocadillo de alquitrán. Y solo queda esperar a que pasen pues para ninguno de ellos soy interesante. Así que deambulo buscando sorpresa, entretenimiento, emociones o algún incentivo por el que justificar la existencia, y nada que no sea fétido y repetitivo aparece en el horizonte. 

Sé que estoy vivo porque los orificios de mi cuerpo eliminan humedad: la nariz moquea, los ojos se lamentan, la boca espumajea, los oídos cerumean, el sexo chorrunga, el ano magmea, el ombligo almacena y los poros resudan. Todo es expulsar porque si lo manten-go, reviento. Funciono y esto me tranquiliza.

Ocupan, ensucian las vistas, aturullan el oído, matan el olfato. El gusto no, pues ahí no dejo que entre nada a sabiendas de que si me dejo llevar por el hambre las consecuencias las pagaré a la hora de expulsar heces y gases. Por cierto, he leído que investigadores mal pagados dicen que las flatulencias ajenas son necesarias, pues curan cánceres, evitan infar-tos, mejoran la artritis, previenen ataques de corazón e incluso alargan la vida. ¡Ahora va, y esnifar pedoncio ajeno es tan saludable como hacer deporte, dieta sana, dejar de fumar, practicar taichí, reiki, yoga y hasta el harakiri! ¡Venga, no me jodas! Ahhh, y el tacto para con ellos ni con un puntero láser que me atrevo.

Así viven las hordas de orcos, callejeando ahumados a fuego lento. Y así paso los días, huyendo de orines, aceites pestilentes y espantando moscas.

Menos mal que pronto es tiempo de fallas en València. Vuelve la alegría, el compañerismo, la convivencia. Tiempo de callejuelar buscando sonrisas, disfrutando de buena música, marianas ofrendas florales, azahar, corridas (de toros), triquitraques, mascletaes, buñuelos de calabaza, miel, castillos y monumentos. Disfrutaremos todo tomándonos de la mano, o mejor dicho, tomándonos del corazón sin pedir perdón, y además la primavera está noc noc noquin on de valencians dor.  

* Este artículo se publicó en el número 41 de la revista Plaza

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