viene otra crisis y esta vez no tendremos excusas

¿Qué queda de la València (gastronómica) del ladrillo?

Una radiografía veloz de una ciudad que no reconocemos como nuestra, pero sí lo era

| 18/01/2019 | 4 min, 16 seg

El Bressol cerró sus puertas en los coletazos finales de la crisis que dejó València asolada por la hecatombe económica y el contagio viral de las hipotecas basura, verano del dos mil doce; Dementores, Moradores y Nazgûls sobrevolando el Ensanche y las Cortes, los valencianos preguntándonos cómo era posible tanta mierda en la ciudad de la luz blanca y aquella carita que se nos quedó de imbéciles: desde los veleros, el champán y los Ferraris hasta aquel sentirnos el ojo del huracán del lodazal de cada telediario, la zona cero de la alcantarilla.

¿no se supone que éramos la chica guapa de aquella fiesta que era España?

El vendaval de la crisis se tradujo en el cierre de 6.900 bares y más de 25.000 comercios, un 19% de nuestro tejido hostelero cayendo en picado mientras aquellos iconos con cuello italiano y pelucos de cinco mil pavos comenzaban su romería por los pasillos de lo penal, ¿pero no se supone que éramos los putos amos de todo esto? ¿no se supone que éramos la chica guapa de aquella fiesta que era España? ¿No fue eso lo que le gritó bien alto Mariano Rajoy a Alfonso Rus y por ende a todos los valenciano en la Plaza de Toros? “Alfonso te quiero, te quiero, coño; tus éxitos son mis éxitos”. La València febril y excesiva se estaba transformando en un erial de calles mojadas y desiertas.

No mucho antes del cataclismo, una parte de aquella València (la gastronómica) vivió unos años intensos y maravillosamente insolentes: el más es más del provinciano con traje a medida en Puebla, el tonto con pasta, la Fallera de barrio con barra libre en Francis Montesinos y reservado en el Alto de Colón —nos metimos una hostia inmensa pero hay que admitir que no dejaron una copa por vaciar ni un billete por enroscar.

La mascletá estaba en todo su apogeo en algún momento de 2004, fueron los años del Golden Fucking Meninfotisme: 'Si será per diners' —el Grupo Bambú de la familia Aliño Alfaro llenaba hasta la bandera cada una de sus delegaciones, Mar de Bambú en Veles e Vents, Bambú en lo que ahora es Habitual o los fastos del Alto de Colón, el restaurante favorito de Rita Barberá. La fiesta no terminaba nunca en Marrasquino Mar, el restaurante de la party sin fin de aquel loco maravilloso (Nacho Falomir), las sobremesas en Duna concluían cuando la luna levantaba la falda del Mediterráneo y las paellas salían a pares en L´Estibador, Llar Román o Casa Carmina, en El Saler.

La gamba roja de Dénia en El Canyar (yo escribía las crónicas para el Anuario de Antonio Vergara, a veinte pavos el artículo), las angulas de Askua, los arroces de Borja Azcutia y las sobremesas en Albacar de Tito Albacar (fallecido en 2013) o Kailuze, que acabó en manos de Unai Emery. Entonces nadie lloraba por pagar el precio del bogavante; cómo son las cosas, ¿eh?

La crisis que viene

Leo en El Economista que la próxima crisis va a ser la peor en 50 años, al menos eso predice el analista estrella de JP Morgan, un pavo llamado Marko Kolanovic no muy optimista ante lo que viene. Precisamente una década después del colapso de Lehman Brothers, el analista pronostica una caída repentina del 40% del valor total de la bolsa y una escasez insoportable de liquidez. Pues qué bien.

No puede ser casual esta facilidad del valenciano para mirar hacia otra parte y pedir la langosta más gorda ya estén cayendo chuzos de punta en la calle. Es que es así: tenemos un inmenso talento para cagarnos en los muertos de lo obvio, como aquellas portentosas declaraciones del Ministro de Economía y Hacienda (Pedro Solbes) en febrero del 2008: “Los que auguran el riesgo de recesión no saben nada de economía”. Y que no pare la fiesta.

el NUESTRO ES EL credo del que prefiere beberse el ron del botín a esperar el naufragio


Ha reabierto el Canyar, vuelven a tener su espacio tantas casas de comida en torno al producto (La Casita de Sabino, Llisa Negra, Bocamada, Q´Tomás, Merkato, Bressol...), los teléfonos no paran de sonar y las calles del centro tienen ese brillo hedonista tan de aquí: entre la ingenuidad, el exceso y esa filosofía tan extremadamente sabia del carpe diem —el nuestro es el credo del que prefiere beberse el ron del botín a esperar el naufragio. Si es que hay que querernos.

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