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CARTAS DESDE BOLONIA

Qué recordar, qué hacer, qué decir cuando ETA ya no mata

El terrorismo de ETA ha estado muy presente en la literatura desde el nacimiento de la banda. Gabriela Ybarra, Luisa Etxenike, Harkaitz Cano, Fernando Aramburu... en los últimos años algunas novelas han ampliado el debate sobre el conflicto, no sin polémica, hasta llegar al momento actual: cómo seguir viviendo después del terror

26/09/2016 - 

BOLONIA. ¿Entonces usted no me considera a mí víctima del terrorismo? Esa pregunta de Pilar Zabala que hizo trastabillar a Alfonso Alonso durante uno de los últimos debates electorales en Euskadi no era solo la estrategia de una candidata, sino uno de los nudos que deshacer para superar los traumas de la memoria vasca. Víctima y terrorismo son dos conceptos en constante redefinición a nivel filosófico y a nivel jurídico, y todo ello es fundamental para la convivencia cinco años después del cese de la violencia de ETA. Muchas veces la indignación hincha y extiende sus nombres como una acusación; muchas veces el cinismo los relega. Son términos en disputa para imponer un relato dominante. 

¿Usted no me considera víctima? Las palabras no son inocentes y los relatos (y discursos) se promocionan, se privilegian o se esconden según sirvan a determinados objetivos del poder. La palabra “terrorismo” va camino de esconder más que de mostrar, de acusar más que de explicar en la noria de la inflación léxica. Y sin embargo, qué diferente es (y cuánto cuesta) hablar “terrorismo de Estado” frente a “guerra sucia”, “excesos” o “abusos”, palabras por lo general mucho más extendidas. 

Cómo empezar a hablar del terror

La cultura española ha sido capaz de alumbrar rincones incómodos e inquietantes en esa pesadilla del terrorismo etarra. Se le supone ese poder: cuestionar los ímpetus maximalistas, matizar lo grueso o también, desde el poder, la capacidad para instalar una determinada visión del mundo. Más allá de la tentación de cerrar filas en torno al concepto de “derrota” y más allá de negar el terror hablando exclusivamente de “conflicto político”, el mar que se abre entre ambas orillas es inmenso y profundo.

Ramón Saizarbitoria intuyó el calado de lo que serían los años de plomo. En 1976 publicó una novela escrita tres años antes, Ehun Metro, posteriormente traducida al español como Cien metros (1979) y por la representación del clima de violencia y de represión policial la edición fue secuestrada. Se explica así que un texto escrito durante el franquismo se centre en las causas que dan origen al nacimiento de ETA, al clima de represión en Euskadi y no tanto a las consecuencias de la violencia etarra en el cuerpo de sus víctimas. De hecho, aún estaría por ver el cambio de estrategia de la violencia de ETA durante la democracia, atroz e indiscriminada.

Otro nombre que puso el terrorismo etarra en la palestra literaria y con evidente éxito de público fue Cristóbal Zaragoza. Con Y Dios en la última playa, premio Planeta en 1981, también se adentraba en los conflictos del terrorista y en los avatares históricos del País Vasco en tiempos de tormenta e incertidumbre. La emblemática El hombre solo, de Bernardo Atxaga (publicada originalmente en euskera como Gizona bere bakardadean, en 1993), exploraba también la figura del terrorista que quiere dejar de serlo. Cómo abandonar el pasado. Cómo superar el dolor de haber matado y el dolor infringido a las víctimas. Cómo escapar a los tentáculos sociales y económicos de una banda como ETA tras el paso por la cárcel. La gran pregunta, junto al cómo acabar con ETA a nivel político o policial, será la siguiente: cómo superar el dolor de ETA a nivel humano.

Hablando de todos

Luisa Etxenike ganó el Premio Euskadi de Literatura con la novela El ángulo ciego (2008). Ponía el foco esta vez, no en el ambiente etarra o en la figura del terrorista (en activo o arrepentido) sino en la víctima de esa violencia. El protagonista debe afrontar el asesinato de su padre, emprender el duelo y superar el trauma de la pérdida. 

En paralelo, Gabriela Ybarra explora en El comensal (2015) la muerte a manos de ETA de su abuelo, el empresario y alcalde de Bilbao durante los sesenta Javier de Ybarra, y cómo el recuerdo de aquellos días en que fue secuestrado, permaneció oculto y su cuerpo fue encontrado sin vida marcó la memoria y los silencios de la familia desde aquel convulso año de 1977. Ybarra recoge como nieta la memoria de uno de los asesinatos etarras en una época en que la banda contaba por decenas y por cientos los muertos al cabo del año y elabora los dolores y las ausencias a partir de la muerte de la madre debido a un cáncer. La naturalidad de Ybarra, los detalles de su proceso a la hora de acompañar a su madre y de descubrir a su abuelo desde un apartamento de Nueva York conmueven.  

Sin embargo, retomando la cuestión inicial que dejábamos en el aire, Harkaitz Cano amplió el concepto de víctima al adoptar, no sin problemas, la definición de Derechos Humanos y la doctrina del terrorismo de Estado. En Twist (2011 en euskera, 2013 en español) ficcionalizó el secuestro, la tortura y el asesinato de Lasa y Zabala a manos de los GAL. Con excesiva retórica intimista y macabra, el baile de los muertos hacía que se removiera el panorama político y el literario. ¿No soy yo acaso una víctima? Dirá Pilar Zabala pocos años más tarde en un debate electoral como candidata a lehendakari. Inquietante. A veces lo justo lo es. Doloroso, casi siempre. 

Fernando Aramburu no es la primera vez que se enfrenta al relato sobre las consecuencias de la violencia de ETA. Ya en 2012 (hace poquísimo) sus Años lentos  regresaban a los años de fundación de la banda, a las aventuras del movimiento violento y juvenil vistas como se ve la infancia, es decir, con una combinación de ingenuidad, nostalgia y falseamiento. Pero con las consecuencias muy presentes. En esta ocasión el propio Aramburu acaba de presentar la novela Patria (2016), el final del final. El relato de la desaparición. 

Esta vez se enfrenta con su monumental obra al desafío de contar qué sucede cuando ya no sucede nada, o cuando ya ha pasado de todo. Bittori escucha el anuncio del cese armado de la banda y a continuación acude al cementerio para decírselo a su marido asesinado por ETA. A su vuelta al pueblo de donde escaparon, encontrará a Miren, madre de un etarra encarcelado. ¿De qué manera se hablarán ambas mujeres? ¿Qué sospechas tendrán la una de la otra? ¿Qué temores? ¿Qué esperanzas también? Aramburu plantea aquí al gran enigma de la convivencia vasca, un proceso en que memoria no puede significar revancha, ni olvido puede significar perdón. Y donde el dolor no puede tampoco significar estancamiento. ¿Cómo lo vamos a hacer?

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