VALÈNCIA. "No te lo planteas hasta que alguien te pregunta de dónde eres y, posteriormente, te cuestiona que eso qué significa". Esa duda sobrevenida constituye una de las esencias del trabajo de investigación del filólogo e historiador Abel Soler.
Este autor albaidense ha recopilado en su obra 'Els noms dels pobles valencians: origen i significat' la procedencia toponímica de los 266 municipios de la provincia de Valencia dentro de un compendio que agrupa los 542 de la Comunidad Valenciana y alrededor de 350 aldeas y pedanías que los flanquean.
Lo ha hecho con la tranquilidad con la que se sedimenta una tradición milenaria, o, en los casos de las denominaciones menos añejas, centenaria: la de creación, derivación y asentamiento de un topónimo. Empezó escribiendo artículos puntuales de nombres de municipios y, embriagado por la divulgación, pasó a redactar entradas en Facebook sobre diferentes poblaciones.
"Vi que gustaban y la gente me empezó a pedir un libro", señala como estímulo para su obra, que, además de en sus investigaciones bebé en fuentes como la del célebre etimólogo Joan Coromines o la de la profesora de la Universitat de València Carmen Barceló, especializada en estudios árabes.
La labor desarrollada durante lustros de meticulosidad de orfebre de la toponimia la agrupó en verano del pasado año para presentarla con forma de libro el 8 de octubre de 2023. Desde entonces se dedica a recorrer las poblaciones de la Comunidad Valenciana relatando su origen y dando respuesta a esa pregunta que solo surge cuando alguien exógeno la plantea: ¿Qué significa el nombre de tu pueblo?
Además de contestando en los textos y epígrafes de su obra, también traslada la respuesta in situ. Lleva alrededor de un centenar de conferencias locales con espíritu comarcal, ya que aparte de hablar del municipio anfitrión lo hace también de otros vecinos, algo que inevitablemente suele despertar curiosidad.
En algunas ocasiones lo desarrolla después de investigaciones que le han resultado especialmente complejas, como la de hallar el origen bereber del topónimo Enguera, que traduciría como 'sierra de las cuevas'. O la que le llevó a desentrañar que Macastre proviene de la derivación de una expresión árabe que significa 'tijeras de esquilar o esquiladora'.
También le obliga a desmontar creencias arraigadas que han germinado en la denominada etimología popular. En este caso cita Montaverner, en la Vall d´Albaida, a la que se le atribuye una visita del conquistador Jaume I con degustación de vino incluida que terminaría con una frase de felicitación a la taberna. La realidad resultaría más prosaica y se vincularía a un riachuelo.
Del mismo modo podría englobarse a Cullera, cuyo topónimo está relacionado con cumbre alta aunque también con los mosquitos. "Los marineros bautizaban con nombres de animales a las sierras para identificarlas desde lejos. Como la de los mosquitos (Cullera) o la de los cuervos (Corbera)", apunta, para también desmitificar que Picanya tenga como origen 'pi i canya'.
Los topónimos suelen responder en mayor medida a cuestiones prácticas. La principal, tal como resume, se centra en la descripción del lugar, caso de su orografía, elementos hídricos, proximidad al mar.... En ese bloque, por ejemplo, enumera denominaciones de origen árabe como Albaida (tierra blanca) o Alzira (la isla).
La segunda contesta a construcciones identificativas, como castillos (Castielfabib, Castelló…); y la tercera, a oficios (Chelva, de los gancheros del transporte fluvial) o cultivos (Terrateig, que equivale a decir tierra de trigo).
No obstante, en el listado igualmente despuntan otras opciones, como los nombres propios. "Gandia viene del equivalente a azúcar, y no porque hubiera en el lugar en sus orígenes, sino por un personaje muy importante en la época de dominación árabe con ese apellido al que le concedieron el territorio", explica el autor.
Podría seguir explayándose en cada municipio de la provincia, desde Segart hasta Oliva, como hace en las conferencias locales. Las inició fomentándolas con espíritu divulgativo y de promoción literaria en otoño del pasado año y en este 2024 ya ha logrado que llenen su agenda sin buscarlas.
"Su topónimo constituye un tema identitario para los habitantes de ese municipio, que despierta interés cuando lo planteas", resume. Por el contrario, se pierde en la rutina, en la costumbre de pronunciarlo, cuando no surge esa pregunta.
Y ese interrogante emerge sobre todo fuera del entorno y del contexto habitual. Brota de una forma que desmonta a quien ha proferido cientos de veces el nombre de su pueblo sin saber exactamente lo que significa. Lo ha hecho porque se llama así, sin más cuestionamientos. Como el topónimo de poblaciones vecinas o de capitales provinciales. O de tantas otras cuestiones.
Resultaría práctico -para quien se lo pregunte- que este artículo pudiera, por ejemplo, dar respuesta a por qué se llaman como lo hacen las 25 aldeas de la extensísima Requena, topónimo que, por cierto, proviene del término árabe Rakka´na (la fuerte, la segura).
No obstante, no cumpliría su objetivo y ya entraría en los ámbitos de la investigación histórica y del ensayo para sumergirse en la amplia recopilación de Abel Soler. Es en ella donde quien se plantee el interrogante del titular puede saciar su curiosidad.