Una ilustradora con trazos reivindicativos, un skater que dice venir de ‘las cloacas’ de Torrent y escala rankings a nivel nacional, un colectivo casi secreto que organiza las fiestas que nadie quiere perderse o una poeta que da el salto de Instagram a ese exotismo que hoy supone el libro físico... Sobre todo si hablamos de artistas como los que nos ocupan: nacieron a partir de 1995, dato que les lleva a ser etiquetados por los sociólogos como parte de la Generación Z. Pero estos valencianos son ajenos a cualquier imposición social del viejo orden. Pasen y vean
VALÈNCIA. Algo está pasando en València. Hay una nueva juventud ocupando espacios artísticos, conversaciones y plataformas culturales. Los millennials ya no son los benjamines del arte y vida de la ciudad. Es el momento de la Generación Z, es decir, los nacidos a partir de 1995 que, contra todo pronóstico, tienen una relación de amor y odio con Instagram: reniegan de esta red social, pero la dominan a la perfección, usándola como escaparte de su creación artística; así mismo, consciente o inconscientemente, con su trabajo, lleno de ideales, desdibujan la línea entre ética y estética. Son los activos valencianos de la metamodernidad, esa que nos rige a todos hoy, pero a la que solo unos pocos –ellos– pertenecen. He aquí el quién es quién de esos jóvenes (muy jóvenes) que están agitando la vida cultural de la ciudad.
“Dibujo patrones para bragas”. Así describe su trabajo Sílvia Ferrer (1995, València). Bueno, por el que le pagan una nómina y el que sustenta su nueva vida en Barcelona. Pero esta joven de Benifaió tiene una carrera alternativa como ilustradora que hace unos meses comenzó a llamar la atención a propios y extraños de Instagram. Su proyecto homónimo comprende dibujos, unos que oscilan entre la reivindicación de figuras femeninas olvidadas por la historia, como Hipatia, y la sororidad en versión contemporánea de Dua Lipa, cuyo videoclip New Rules inspiró a Ferrer en su ilustración que reza Ens hem de cuidar. También incluye textos, algunos de ellos reunidos en su libro Contes d'insomni.
Todo empezó en las aulas de Bellas Artes, pero ha sido su manejo de la red social fotográfica la que ha hecho que su obra se conozca fuera de su círculo. “Me parece inabarcable hablar de todas las ventajas explícitas de Instagram. No puedo compararlo con lo que había antes porque no lo he conocido, pero obviamente me abre un mundo, no solo de referentes, sino también de posibilidades: sitios donde exponer, festivales y tiendas donde venderla… Es un expositor en sí mismo”, reflexiona, y asegura que gracias a esta plataforma vende su obra y recibe encargos desde hace algo más de un año. Reconoce que fuera de la realidad virtual, las ferias de ilustración le funcionan muy bien, como la pasada edición de Tenderete en València. “Mi tiempo libre lo empleo en mi obra gráfica. Como ahora tengo poco, hago proyectos pequeños. Los más grandes, que avanzan muy lento, son La vida d’altres o ficció, un proyecto expositivo sobre cómo observamos e intervenimos en las vidas ajenas, y Defectes oculars, una novela gráfica que podéis adivinar sobre qué trata”, adelanta, aunque reconoce que la mudanza a la Ciudad Condal y el cambio de rutina, con un trabajo y horario fijo, ha ralentizado mucho su creación.
Habiendo crecido con RBD y Física o Química dice entre risas, “demasiado bien he salido”, y sigue: “Creo que mi generación está más sensibilizada con los temas del género, la sostenibilidad, la precariedad laboral… Ganar dinero dibujando bragas me parece bastante goal en sí. Pero, sobre todo, me alegra haber evolucionado en mi manera de entender el mundo y de transmitir mis ideas”, termina.
Aunque cada vez se les ve más por la ciudad y sus fiestas son de lo más concurrido, los chicos de Cero en Conducta prefieren presentarse como un colectivo y permanecer ocultos tras su nombre, uno que se ha escuchado sin parar desde que organizaran el concierto del francés Lewis OfMan en la sala Loco Club el pasado 15 de noviembre. ¿Por qué ese secretismo? “Tratamos de escapar del culto al ego y del pensamiento individualista”, responden estos jóvenes nacidos entre 1996 y 1997. Ya están haciendo ruido en Instagram anunciando su próxima gran apuesta: traer a València a Cupido, la banda resultante de la unión entre los artistas Pimp Flaco y Solo Astra, el 23 de febrero. Presentada como una renovada boy band con un renovado pop, este grupo es el artífice de hits de la metamodernidad de hoy como No sabes mentir.
Los Cero en Conducta son unos románticos. O nostálgicos. O estetas. O todo lo anterior. No sabemos si ellos mismos se definirían así, pero sus gustos musicales los delatan: “Nuestra infancia y adolescencia fueron felices, en aquellos tiempos ya nos interesamos por la música y las artes. Al final, Maslow tenía razón: uno llega a la autorrealización personal una vez se han cubierto sus necesidades básicas. Nuestros padres llegaron a esa fase interesándose por la música y eso nos influyó. Se nota enseguida las influencias de cada uno, unos por el punk y el metal, otros por el soul y jazz. Todos convergemos en el buen gusto”. ¿Pero qué diferencias saltan a la vista con estas generaciones predecesoras? “La pérdida de peso de las organizaciones o instituciones a la hora de llevar adelante un proyecto. Ahora todo es más fácil, si quieres hacer música no tienes que depender de una discográfica, tienes Internet, pues igual pasa con Cero en Conducta, no hemos necesitado nada más que lanzar nuestro proyecto”.
Pese a su filosofía underground, no pueden negarse a una red social mainstream, pero efectiva, como es Instagram. “Lo utilizamos como castigo, no hay otra. Al final y al cabo queremos que la gente disfrute con nuestros eventos. Eso sí, nunca contratamos ni contrataremos publicidad para ninguna red social”. Aseguran que sentían que esta ciudad, València, “tiene un déficit cultural y de ocio nocturno”. Ahí encontraron el hueco. Aunque va poco a poco. “De momento, nos da para comprar chuches. Lo que sí que nos están surgiendo son oportunidades serias de organizar grandes eventos con buenos artistas. Esta rueda no para”. No obstante, este colectivo sigue de cerca a sus referentes y no pierde de vista a quienes les abrieron, de algún modo, camino en la ciudad: “Internacionalmente nos fijamos en los eventos de los colectivos Giegling y Parallele, de la escena underground parisina. Este último nos inspira en el concepto de fiesta que estamos desarrollando y con el que contamos colaborar. A nivel local, seguimos, por una parte, a la escena consolidada por Oven Club, The Basement y Gordo Club y, por otra, nuevas iniciativas como puede ser el proyecto de Umbral o Vitamin Collective, con el que, aunque hagamos cosas distintas, nos sentimos identificados”.
Los poemas de Elsa Moreno (València, 1999) se muestran en su cuenta de Instagram, maquetados sobre fondo blanco y con pase de diapositivas cuando la extensión lo exige; hablan de fracasos, complejos y amor. O desamor. Y reconstrucción. El caso es que lo hace de un modo, entre crudo y delicado, que solo puede llevarnos a aquella cita de la artista performática Vanessa Beecroft: “El arte no sana, convierte el dolor en algo universal”. Ahora, los publica en su primer poemario en papel –el matiz no es banal–, Más allá del ruido, que ha presentado en València y quiere llevar a Madrid y Barcelona. “Quiero organizar un evento multidisciplinar, que no sea simplemente hablar de mi libro sino invitar a amigos músicos, prepararme alguna pieza de danza en base a poemas míos, hacer un micro abierto…”, comparte, y nos lleva al origen de todo: “Empecé con la poesía cuando tenía 15 años. Siempre me había gustado leer e inventarme historias, pero nunca me había planteado escribir como tal. Recuerdo estar en clase y que se me viniera una imagen a la cabeza, entonces cogí un boli y un papel y describí esa escena que cobraba vida en mí. Poco después hubo un boom de la poesía. Las librerías se llenaban de poemarios escritos por gente joven, generalmente salidos de Twitter. Leí alguno, me gustó –recordemos que tenía 15 años, mi criterio ha cambiado– y quise probar yo también. Descubrí que a través de la poesía podía canalizar ese malestar o ese exceso de emociones y, además, me gustaba el resultado”.
Del malestar o exceso de emociones que alude, habla también: “Fueron años de descubrirse, de aceptarse y luchar. Vivía en dos mundos: el académico y el personal. Por las mañanas iba al instituto y por las tardes al conservatorio de danza, siempre estaba ocupada y además lo disfrutaba. Pero por otra parte, como todo adolescente, tenía mis problemas personales, de autoestima, dudas sobre mi orientación sexual, sentía que no encajaba, etc. Mis días se basaban en eso, en tener la cabeza llena de dudas e intentar estar lo más ocupada posible. Debo decir que el arte tuvo un papel fundamental en todo esto, porque descubrí que era la única manera de expresarme y canalizar todo lo que me ocurría dentro”. Después de año y medio exponiendo su trabajo, es decir, sus sentimientos, en recitales, empieza a ver algo de dinero. “Tampoco saco muchos beneficios, sé que de esto muy poca gente puede vivir y es una lástima, porque a consecuencia de las redes sociales nos hemos acostumbrado a no pagar por el arte. Si pueden leer poemas míos en Instagram, ¿para qué me iban a comprar el libro? Pero si no los subes tampoco te das a conocer”, reflexiona crítica.
Entre sus referentes, destaca a las poetas Elena Codes y Mireia Stones, ambas casi con su misma edad. “De gente menos conocida, que directamente no tiene Instagram, necesito mencionar a unos amigos: Miudo, Elétrica y Nescau. Los tres son músicos, siempre van con los instrumentos encima, tocan en la plaza, en el parque, en una casa. Me llenan de vida. Una de las cosas que más me gustan de los artistas de mi generación es que estamos más concienciados sobre temas como el feminismo o los derechos del colectivo LGBT y el arte es nuestra arma”, termina.
Patina desde los seis años, después de que su padre hiciera lo esperado: él, que había sido uno de los primeros skaters de la Comunidad Valenciana, regaló a su hijo una tabla. “A partir de ahí, la pasión fue en aumento; toda mi adolescencia estuvo rodeada de skate”, asegura este joven de Torrent, localidad que cuenta con su propio skate park. En 2017, Lucas Amador (València, 1997) quedó tercero en el Circuito Nacional de Skateboarding, mismo año que su rostro apareció a lo grande en un reportaje sobre esta disciplina en El País Semanal. A sus logros suma “haber entrado a formar parte de las familias, como se conoce a los colectivos o grupos de skaters, Villains y New Balance Numeric IB”.
Su Instagram es un portfolio de su destreza al patín a través de vídeos y fotos. “Me duele decirlo pero Instagram me ha abierto muchas puertas. Antes, para darte a conocer tenías que salir fuera a la aventura; ahora, cualquier persona puede hacerlo sin salir de su urbanización”. Tanto es así que este joven de 21 años ha trabajado como modelo de una marca de moda urbana con mucha presencia en esta red social, Concaos Spain, y dirigida principalmente a la Generación Z. Tiene para todo: también ha sido batería en un grupo de música, pinta grafiti e ilustra.
Si le preguntamos por tres logros que le gustaría alcanzar antes de los 30, responde entre risas: “Ir a las Olimpiadas, grabarme una videoparte importante y pagar todas mis multas”. Sin embargo, su deseo inmediato es otro: “Tenía el proyecto de mi vida que era seguir patinando y viajando. Ahora mi proyecto es recuperarme de mi operación de tobillo. Lucho y deseo cada día que así suceda”.