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València a tota virolla

Quién no ha vivido el edificio Barrachina: su nueva vida imaginada

Javier Mariscal, Virginia Lorente o Andrés Goerlich hacen hablar un edificio a partir de la nueva representación gráfica ‘del Barrachina’

24/09/2022 - 

VALÈNCIA. Virginia Lorente es retratista, aunque ella no lo pretenda y aquello que dibuja sean más bien siluetas afiladas de arquitecturas sensibles. Pero son también retratos de edificios a los que hace hablar. El último, el Edificio Barrachina de la Plaza del Ayuntamiento de València. Un goerlich en colaboración con Almenar y Borso di Carminati que ahora Lorente ha trazado destacando el cierto carácter alado de la edificación.

En esa conversación que se origina al representar lo que aparenta estar congelado, acude el creador Javier Mariscal, que está en Grecia cuando responde aunque parte de sí sigue en el Barrachina, en su bar: “para mí fue como la Capilla Sixtina. Aprendí desde allí las letras: las del café, las de los títulos de los bocadillos… Me emocionaba cuando mi madre nos sacaba a comprar ropa y nos prometía ir luego a merendar a Barrachina. A la barra redonda, a la barra de los bocadillos, la de los platos combinados… Era uno de los locales más maravillosos del mundo”.

Su chaflán hace hablar también a uno de los Goerlich, a Andrés, director de su Fundación:  “fue el edificio a continuación del Palacio Municipal, que abrió la modernidad a la plaza. Entre 1928 y 1930, se conformó la fachada oeste (números 1 a 7) con edificios muchos de ellos proyectados por Goerlich como el Barrachina, el Oltra, el Martí (Postre Martí / García Berlanga) y el Bianchi o Almacenes Rey Don Jaime”. “Del Edificio Barrachina -explica- me sorprende que teniendo el privilegio de ser uno de los vecinos del Palacio Municipal y pese a superarle con creces en altura, convivan armónicamente ambos sin generar estridencia alguna”.

La creadora del nuevo retrato de Barrachina, Virginia Lorente, se incorpora a la conversación: “Para mí, que era una niña de pueblo, los viajes a València con mis padres eran pura fantasía, Barrachina, Ca’n Bermell, los leones de Correos, ir al cine a ver E.T., la Guerra de las Galaxias, la Nit del Foc, la Cabalgata de Reyes, y sobre todo ir por la calle de la mano, que había mucho tráfico y gente y nos podríamos perder… y llegar a Barrachina, que  era todo glamour, o al menos el que nosotros podíamos alcanzar, ese que te atrapa, te sorprende y quieres recordar y grabar en tu memoria... Una barra infinita, luces, muchas luces, unos baños en el sótano con una señora sentada con cara de cansancio, una mesilla con un recipiente en el que las señoras le dejaban monedas al salir del baño y yo no entendía nada. En casa una costumbre de los domingos por la noche era ¿Quién quiere cenar bocata Barrachina? Y bajando con fuerza la tapa de la cocina eléctrica mi madre intentaba emular su plancha, conseguía unos bocatas finísimos, tostados, de jamón y mantequilla que nos chiflaban”.

Lorente encaró el Barrachina por la capacidad para adherirse a personas que ya no están: “esa marquesina sobre la que se alza el edificio monumental que parece despegar al cielo, había que ilustrarla, porque es una manera de conservarla en la memoria. Porque cada ilustración que hago, de algún modo, es un abrazo, a mi manera”.

Sucede con este edificio como con las marcas cuyo nombre comercial supera a la denominación genérica. El bar -su recuerdo- ha tomado al propio edificio. Andrés Goerlich encuentra el motivo “en el grito de modernidad que suponía. Su decoración newyorker para Valencia y la España de los 50 y 60 era una ráfaga de aire fresco y un guiño desde la autarquía a esa ciudad tan mediterránea de carácter abierto y cosmopolita”.

Si Renau acuñaba la ‘Nostalgia del futuro’ como antídoto contra la memoria paralizante, el vacío de los bajos del Barrachina abre puertas para una imaginación remota. El hostelero Román Navarro da por sentado que un lugar así, con “las barras de mármol, los escaparates y las sartenes de longanizas y morcillas, siempre encendidas para preparar al momento un bocadillo de ‘blanc i negre’, sería hoy una parada obligatoria al venir a conocer la Plaza del Ayuntamiento”.

Lorente encaró el Barrachina por la capacidad para adherirse a personas que ya no están: “esa marquesina sobre la que se alza el edificio monumental que parece despegar al cielo, había que ilustrarla, porque es una manera de conservarla en la memoria. Porque cada ilustración que hago, de algún modo, es un abrazo, a mi manera”.

Sucede con este edificio como con las marcas cuyo nombre comercial supera a la denominación genérica. El bar -su recuerdo- ha tomado al propio edificio. Andrés Goerlich encuentra el motivo “en el grito de modernidad que suponía. Su decoración newyorker para Valencia y la España de los 50 y 60 era una ráfaga de aire fresco y un guiño desde la autarquía a esa ciudad tan mediterránea de carácter abierto y cosmopolita”.

Si Renau acuñaba la ‘Nostalgia del futuro’ como antídoto contra la memoria paralizante, el vacío de los bajos del Barrachina abre puertas para una imaginación remota. El hostelero Román Navarro da por sentado que un lugar así, con “las barras de mármol, los escaparates y las sartenes de longanizas y morcillas, siempre encendidas para preparar al momento un bocadillo de ‘blanc i negre’, sería hoy una parada obligatoria al venir a conocer la Plaza del Ayuntamiento”.

Lorente lo utiliza como asidero para imaginar un espacio en el kilómetro cero de València “que no intentara disfrazarse de algo que no es, ni de una falsa nostalgia, sino que fuera verdad, verdadera, capaz de crear su propia historia, de esos sitios que hay que ir sí o sí. Pero, como todo, imagino que será enormemente complicado que números y autenticidad puedan cuadrar en un local de tanta envergadura”.


“Ahora, con la peatonalización completa de la Plaza se abren nuevas oportunidades -indica Andrés Goerlich-. Entre todos tenemos que velar para dar nueva vida a esa plaza del siglo XXI que merece la ciudad, recuperando la personalidad propia, originalidad, individualidad y calidad que merece. De todos depende, de la ciudadanía, de la iniciativa privada responsable, culta y consciente de su función social y como no, también de los poderes públicos que deben velar para no pervertir la fisonomía, el carácter y personalidad de aquellos espacios urbanos tan diferentes y significativos”.

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