VALÈNCIA. La crisis de la prensa tradicional, además de su interminable agonía, ha provocado la casi total desaparición de una figura retórica y entrañable que antaño encabezaba las cartas al director y que comenzaban con la frase hecha A quien corresponda.
Tal manido encabezamiento solía ser utilizado por personas mayores y bien intencionadas que se quejaban de una u otra situación injusta, relacionada en la mayoría de los casos con temas de asunto local, malas decisiones de los ayuntamientos o de su funcionariado. Desconociendo los denunciantes a quién tenían que dirigirse para reparar el entuerto, utilizaban esta fórmula para que el responsable, al leerlo, se diera por enterado y resolviera el problema con diligencia presuponiendo que sólo la ignorancia era la causante del desaguisado.
No sería mala idea volver a reformular ese tipo de encabezamiento para tratar el caso que nos ocupa, aun teniendo conocimiento de los nombres de los responsables de tal dislate. El día 15 de mayo la concejala de cultura del Ayuntamiento de Valencia, Glòria Tello, anunciaba a bombo de Twitter y Facebook la propuesta de elevar al sanedrín de sabios de Valencia o, por utilizar sus palabras, a la Comisión de Cultura, la iniciativa de que antes de que dé comienzo la temporada estival, es decir, antes de que todo quisqui del ayuntamiento se vaya de vacaciones y en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, se cambiarán de nombre una cincuentena de calles.
La propuesta viene impolutamente avalada por el informe realizado por el Aula de Historia y memoria Democrática de la Universitat de València, concretamente por el equipo de investigadores y especialistas coordinado por el profesor Antonio Morant.
Este equipo de linces o especialistas en no se sabe qué, han trabajado incasable y abnegadamente durante cinco interminables meses analizando expedientes, sopesando con equidad argumentos y, en ímprobo trabajo, desempolvando legajos con gran peligro para su vida y hacienda. Y todo ello, para llegar a la inestimable conclusión de que un desconocido y minoritario escritor de vanguardia no merece ser nominado en calle alguna por la noble causa de un quítame allá esa ideología.
La propuesta de borrar por los siglos de los siglos del callejero de Valencia al escritor Samuel Ros (Valencia 1903 - Madrid 1945) y sustituirlo por el apreciado maestro anarquista Higinio Noja (Nerva, Huelva 1896 - Valencia 1972) es una iniciativa que con casi total seguridad ni tan siquiera el racionalista profesor libertario habría secundado, teniendo en cuenta su extensa trayectoria humanista pero, es más sorprendente e inexplicable que ningún profesor de lengua o literatura española de la mentada Universitat haya levantado su académica voz en defensa del poco conocido, pero no por eso menos apreciado entre sus escasos lectores, escritor valenciano.
No voy a ser yo el que le niegue una calle a Higinio Noja, todo lo contrario, apoyo y secundo el dedicarle una vía pública dado su ejemplar comportamiento y sus méritos fuera de toda duda.
No obstante, extraña que alguien que apoyó el golpe del coronel Casado contra el presidente del gobierno Juan Negrín en las postrimerías del final de la II República, sea por fin reconocido como se merece dado el clima revisionista que sobre este asunto se ha producido en los últimos tiempos, en gran parte gracias al libro del historiador Paul Preston El final de la guerra.
Volviendo a Samuel Ros, supe de su existencia por una reseña que se hace de él en la Historia crítica de la Literatura Hispánica (Edi. Taurus - Madrid 1988) dirigida y escrita por el estudioso Juan Ignacio Ferreras, autor nada sospechoso, teniendo en cuenta su militancia anarquista y anticapitalista, además de gran conocedor de la literatura castellana y quizás una de las voces mas originales y desconocidas de nuestra historiografía reciente.
Por ello, cuando a finales de la década de los ochenta llegué a Valencia para contribuir a la puesta en marcha de la extinta Canal 9, me sorprendí al descubrir en mis callejeos interminables que una calle, no muy grande y cercana a la Avenida del Puerto, estaba dedicada a su memoria.
Desconocía por completo que Samuel Ros había nacido en Valencia en 1903, había estudiado en el colegio de los jesuitas y, posteriormente, Derecho en la universidad que ahora le niega su nombre.
Samuel Ros publicó su primera novela de corte naturalista y seudo sicalíptico Las Sendas en 1922, y viajó por Europa durante los felices años veinte, instalándose después en Madrid, junto a su madre viuda, y comenzó a frecuentar la tertulia de Ramón Gómez de la Serna en el café Pombo, Verdadero centro de la novela vanguardista y que fue punto de cruce entre poetas, pintores, profesores y críticos que comulgaron, al menos durante unos años, en una estética innovadora. Las narraciones de este grupo heterogéneo, a veces simples intentos de novela, dieron más aire y más libertad al género novelístico a finales de los años veinte.
El influjo del escritor no tardaría en hacerse patente en Ros y en 1928 publicó su segundo libro Bazar, una recopilación de cuentos, sin intenciones precisas, de tendencia surrealista y de profundo humor negro. Son sus personajes un coleccionista de lágrimas, un escritor suicida o un poeta paranoico que deseaba que nevase el día de su entierro, hecho que, por casualidad, ocurrió el 7 de enero de 1945 cuando enterraron a Samuel Ros. Con una original portada abstracta de Tono, el libro se puede abrir o comenzar por los dos lados.
Como escribió Trapiello, en su libro Las armas y las letras, es una obra que desprende una misteriosa poesía, que lo hace discreto y silencioso. La novela tuvo una buena acogida y condicionó que Samuel Ros se inclinara por la vida literaria en lugar de seguir con lo que esperaban de él que era dedicarse a la vida diplomática.
Después vendrían otras novelas aún más vanguardistas y experimentales con nombres tan llamativos como El ventrílocuo y la muda (1930), libro delirante y puramente vanguardista o Marcha atrás (1931) ambas novelas siempre salpicadas de humor malsano y de tendencia rupturista basado en la metáfora visual. La portada de Marcha atrás es de su amigo Alfonso Ponce de León, el pintor más importante de la década y autor de uno de las obras más sobrecogedoras y premonitorias de la historia del arte, su cuadro Autorretrato que actualmente se exhibe en el Reina Sofía.
De esta misma época es la película humorístico-surrealista Esencia de verbena (1930) del también escritor y director de cine experimental Giménez Caballero, autor de uno de los mejores libros de esa época Yo inspector de alcantarillas, en la película adscrita al movimiento vanguardista, y que nada tiene que envidiar a obras maestras como Berlín, sinfonía de una ciudad (1928) de Walther Ruttman o A propósito de Niza (1930) de Jean Vigo, aparece el joven Ros como un joven moderno y seductor que fuma cigarrillos americanos y es retratado por Picábia en un cuadro titulado El beso. Asimismo, intervienen en ella Gómez de la Serna, su amigo Miguel Pérez Ferrero y se muestran obras de Picasso o de Maruja Mallo.
Es por esas fechas cuando Pérez Ferrero le presenta a Leonor Lapoulide, con la que iniciará un romance apasionado y romántico interrumpido por la temprana muerte de ella en 1935, posiblemente, a causa de un aborto clandestino.
En 1932 se edita su obra más conocida El hombre de los medios abrazos, novela en clave y en parte autobiográfica donde la experimentación formal y argumental alcanzan su madurez y en la que cuenta la relación de una mujer que solo tiene un pecho con un hombre que tiene una pierna.
Durante este periodo, entra a formar parte de las amistades más íntimas del fundador de la Falange José Antonio Primo de Rivera y su tertulia La ballena alegre. Allí conoce y trama amistad con otros escritores de su generación como Dionisio Ridruejo, Agustín de Foxá, José María Alfaro o Sánchez Mazas.
Tras la muerte de Leonor, cae en una profunda depresión y su tendencia al alcoholismo se agudiza dejando de escribir.
Dionisio Ridruejo hablando de Ros en sus memorias cuenta que algunos días lo acompañaba hasta la tumba de Leonor y que, una vez allí, Samuel encendía dos cigarrillos, Ros se fumaba uno y el otro lo depositaba sobre la lápida de su amante en la que está inscrito el siguiente epitafio: Leonor, tengo tantas cosas que contarte.
La guerra civil le sorprende en Madrid sin intervenir en los desgraciados acontecimientos que se producen en esos días. Pero, al enterarse del asesinato de su amigo el pintor Ponce de León, se refugia en la embajada de Chile junto al también escritor Sánchez Mazas y escribe su novela Los vivos y los muertos (1938).
Gracias a las gestiones del embajador consigue salir de la capital asediada y, junto con otros refugiados, parte desde Valencia hacia Chile, donde es nombrado delegado cultural en la embajada del nuevo régimen.
Allí pasará durante parte de la contienda hasta que, poco antes de que acabe la guerra, vuelve a San Sebastián a finales de 1938 y publica la novela Dos lechugas enamoradas. Se incorpora a la publicación de la revista Vértice, y un año después comienza a dirigirla.
La revista Vértice era junto la revista Escorial la gran apuesta cultural del régimen fascista y, durante la primera posguerra, publicarían en ella lo más granado del mundo intelectual que quedaba de aquellos tiempos oscuros. Allí empiezan a escribir nombres tan conocidos como Plá, Aranguren, Cunqueiro, Dámaso Alonso, Torrente Ballester o Cela. Es también en San Sebastián donde conoce a la actriz casada María Paz Molinero con la que tendría un hijo, considerado en ese momento ilegítimo aunque, es curioso que este hijo tan solo llevara los apellidos del padre. Escribe para ella varias obras de teatro entre las que destaca La felicidad empieza mañana.
En 1943 los cambios de rumbo que se producían en la Segunda Guerra Mundial, el derrocamiento de Mussolini o el desembarco en Italia, hacen que Franco, para salvar el pellejo, inicie un viraje político y abandone o atenúe las tesis fascistas de la Falange por el catolicismo más integrista de la Iglesia, comenzando así la segunda etapa del Régimen conocida como la dictadura del Nacional Catolicismo.
Samuel Ros, dada su vida licenciosa y disoluta para la pacata mentalidad de la época, poco encajaba en estos nuevos postulados y Ros es despedido de la dirección de la revista Vértice. Poco menos de un año después muere en Madrid por las complicaciones de una mala operación a los 39 años y el 7 de enero de 1945 es enterrado mientras caía sobre Madrid una intensa nevada.
Con su temprana muerte, no le dio tiempo a blanquear su memoria, según expresión de Ricardo Baroja, como le ocurrió a muchos de los falangistas de su grupo más próximo que acabaron renegando del franquismo.
Desconozco la fecha de cuándo se le dedicó la mentada calle aquí en Valencia pero, no parece muy probable que se lo dedicaran por su trayectoria intelectual o su conducta no demasiado ejemplar. Pocos de aquellos concejales franquistas leerían sus relatos y novelas de corte vanguardista. Con toda probabilidad, se la dedicarían por ser un camisa vieja, que era como se les llamaban a los Falangistas de antes de la Guerra Civil.
Por ello, parece lógico que alguien así, un escritor de vanguardia y director de revista literaria, al que no se le puede atribuir ningún crimen, salvo el de sus novelas, no disponga de una calle a su nombre.
Y por esto mismo, al quitársela, lo único que se hace es darle la razón a los componentes franquistas del ayuntamiento que, con toda seguridad, consideraban a Samuel Ros como alguien que solo merecía reconocimiento por su trayectoria política y no por su obra literaria.
Es decir, se vuelve a juzgar al escritor como en los tiempos fascistas y, de nuevo, lo condenamos a su desaparición y olvido solo por su condición ideológica, como se hacía en aquel momento con todo escritor desafecto.
¡Ostras, Pedrín! Pero,¡qué estoy diciendo...! Pero que, ahora y desde hace más de cuarenta años, está consagrado en la onstitución que nadie puede ser discriminado por principios ideológicos... ¡No, nooo! Eso no es posible, seguro que le quitamos el nombre a la calle por estar dedicada a un escritorzuelo desconocido y minoritario... que Ros no cometiera ningún delito es lo de menos..., para eso, para lo de delitos me refiero, no hay que irse muy lejos. ¡Mira el caso de Vinatea! Cometió un crimen machista al matar a su esposa infiel, y su efigie, a tamaño natural, está ahí tan pancha, levantada justo en la plaza del Ayuntamiento de Valencia, y nadie ha exigido que se le baje del pedestal.
¡Ahh! Bueno... entonces me quedo mas tranquilo.
Joaquín Ojeda es historiador y guionista