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'EL CABECICUBO'

Racing Extinction: para muchas especies animales este mundo ya es postapocalíptico

Enésimo documental ecologista que busca conmocionar más que conmover al espectador. Además, la competencia está siendo tan dura en este terreno que éste remata convirtiéndose al final en lo que solo se puede entender como género comedia

21/05/2016 - 

VALENCIA. Qué se imaginan ustedes si les digo que la sinopsis de una película es "Un equipo de artistas y activistas se reúnen en una nueva operación secreta que tiene como objetivo enseñar al mundo el tráfico de especies protegidas y la lucha para prevenir las extinciones masivas, recorriendo el planeta para infiltrarse en los mercados negros más peligrosos y recurriendo a las nuevas tecnologías para documentar y obtener pruebas de la relación directa entre las emisiones de CO2 y las extinciones". Podría ser la nueva película que triunfa en Hollywood con Leonardo DiCaprio y Matt Damon ¿no?

Pues no, no van por ahí los tiros, resulta que no es una película, es un documental y en su presentación añaden "muestra impresionantes imágenes inéditas que cambiarán nuestra manera de ver el mundo". Estamos ante un nuevo documental que, como 'Diez mil millones', busca más conmocionar al espectador que emocionarle o conmoverlo con el fin de la vida en el planeta, cuando no el fin del planeta mismo. El socorrido eslogan de "vamos a morir todos". 

En este caso, trata de las especies de reino animal en peligro de extinción. Cuenta que estamos en una de las épocas más devastadoras en este sentido. Si hablamos de la amenaza de escenarios postapocalítpticos para el ser humano con el calentamiento global, este trabajo lo que se pone de manifiesto es que para muchos animales el planeta tierra ya es postapocalíptico.

Una de las pruebas está en un curioso banco de sonidos de pájaros que aparece en las primeras escenas. El encargado muestra diferentes cantos de aves y advierte de que muchos de estos sonidos ya no existen en la naturaleza, han desaparecido para siempre. El encargado abre un audio y explica que es el de un tipo pájaro que vive toda su vida en pareja. Se trata del último macho en su especie cantándole a su hembra, dice. Y subraya: "que ya no existe". Ahí nos tenemos que conmover. El pájaro canta pero su pareja nunca aparecerá. 

A continuación, los narradores viajan a Hong Kong e Indonesia y muestran en qué condiciones se realiza la compra venta de aleta de tiburón, una preciada sopa en China. En la última generación de tiburones, la población se ha reducido en un 90% por este comercio. Los reporteros se introducen en supermercados clandestinos donde les miran con cara de querer lincharlos. Uno de los protagonistas, fotógrafo de National Geographic, cuenta cómo una vez filmando en el océano se encontró con un tiburón con las aletas cortadas que no podía nadar. Desde ese día juró venganza, entendemos.

Con la destrucción del ecosistema marino por la contaminación y el cambio climático, explica, pronto no existirán la mayor parte de productos del mar que comemos y solo habrá medusas. 

En los mercados donde entran con cámara oculta vemos que unos exóticos gusanos cuestan 4.500 dólares. Los chinos creen que pueden curar el cáncer. Este tipo de creencias son clave en la desaparición de todas estas especies. También parece que las branquias de las mantarrayas se cree que combaten el dolor de las articulaciones y eso está causando estragos en las poblaciones de estos animales. 

Se nos muestra también una rana ecnomiohyla rabborum en un centro que conserva especies a punto de desaparecer. Esta, en concreto, cuando muera se extinguirá. Es la última. Ocurre lo mismo con las tortugas, más de la mitad de las que existen están amenazadas. 

Mercados escalofriantes

Las escenas rodadas con cámara oculta en los mercados son realmente llamativas por lo espantoso. Vemos jaulas con gatos hacinados en su interior, cabras que salen de sus cajas y no pueden ponerse ni en pie. Las habitaciones están manchadas de sangre de los descuartizamientos que se realizan in situ. Es todo bastante bárbaro. 

En contraste con estos trabajadores, delincuentes, traficantes o lo que sea que son estas personas que se dedican a la venta de animales de toda clase, el documental presenta a sus protagonistas con músicas tipo Coldplay en momentos heroicos. Uno de ellos le quita el anzuelo a una mantarraya que había estado a punto de ser capturada y confiesa ante la cámara que la mantarraya le miró, que parecía querer decirle "Gracias". Sube la música y él sentencia: "ella sabía que yo la había ayudado". 

Como el Equipo A

 

No contentos con ello, cuando el documental está empezando a tomar visos excesivamente lacrimógenos, sus protagonistas hacen exactamente lo mismo que haría el Equipo A. Se meten en un garaje y construyen un coche tuneado para superhóeroes ecologistas. Con él pueden medir las emisiones de dióxido de carbono, crear hologramas para protestar y de remate tiene luces por fuera como de camuflage selvático que se encienden y se apagan.

Subidos en el supercoche se van a arreglar el mundo. Hacen campañas propagandísticas proyectando vídeos desde el vehículo y a los niños indonesios les llevan una mantarraya hinchable a un colegio para que aprendan a quererla. 

El lector mínimamente atento ya se habrá preguntado si dan respuesta al asunto elemental de todo esto. Nosotros, los occidentales, ya nos cepillamos a buena parte de las especies animales que había en nuestros territorios por el crecimiento económico y el desarrollo. Ahora, cuando lo hacen en otros países, no deja de ser algo cínico tratarles a los que trabajan con las mantarrayas, por ejemplo, de criminales sanguinarios -se muestran las escenas en las que capturan una y la clavan un machete en el cerebro para que muera mientras el protagonista occidental llora y describe cómo deja de moverse hasta perder la vida.

Es de suponer que esta gente hace eso para ganarse la vida y alimentar a sus familias. ¿Qué alternativas se pueden presentar para que puedan seguir haciéndolo sin dañar el medioambiente sin remedio? De eso no hay nada. De lo complicado, res de res. Solo dice un tipo que China está cometiendo los mismos errores que cuando creció Occidente y eso no se puede permitir. ¿Alguna idea de cómo? Ninguna. 

Los tíos van con su coche fantástico tachando a los trabajadores de estos países de bestias sádicas mientras con un espectáculo de luces y sonido proyectan en la pared una ciudad occidental consejos con "pequeñas elecciones cotidianas" como reducir el consumo de queso y carne. Han triunfado sobre los sucios y haraposos proletarios del tercer mundo. Los últimos veinte minutos de lo que podía ser un buen documental termina siendo un espectáculo de humor involuntario de primer orden. Y cuando concluye con el eslogan "Juntos podemos" uno ya mira para otra parte. 

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