VALÈNCIA. La obra que acaba de publicar Ramón Andrés, Filosofía y consuela de la música (Acantilado) no se parece a nada que hayan leído antes, excepto si han leído otros de los libros de Andrés, naturalmente. Su minucioso análisis de la música, su erudición y pasión por la música -el sonido, la voz- se despliega en este libro que es, en verdad, una catedral. Más de mil páginas para emprender un viaje que va desde los autores del pasado para engendrar, siguiendo a Boecio, “el consuelo de la música”, emparentándola con la filosofía. Escribir sobre música es un modo, no sólo de consolarse, también de disfrutar de la libertad creativa.
- Este tercer libro podría formar parte de una trilogía El mundo en el oído y Diccionario de música. Ha dicho que no escribirá otra obra de estas características. ¿Cuál es la razón?
- Sinceramente, una obra de esta naturaleza requiere un largo viaje; yo diría que un viaje interior. Es mucho el tiempo que transcurre mientras tratas de entrar en el mundo de un libro extenso y complejo. Pasas por largos desiertos personales, me refiero a las miles de horas que vives más o menos aislado. Ahora, creo, me faltarían las fuerzas para acometer una empresa así. Es la principal razón de esta renuncia, aunque también, y no menos importante, se debe a que tengo la mente en otros proyectos que son de mayor creación, nada especulativos, por decirlo de algún modo.
- Quería comenzar por el inicio del libro cuando usted habla del nacimiento del sonido y de la voz, casi como imitación de las bestias. ¿Cuándo y cómo empieza a hablar el ser humano y qué importancia tuvo la voz en sus orígenes?
- Mucho antes de la llegada del homo sapiens nuestros antepasados se comunicaban con unas fonaciones que constituyeron, si queremos llamarlo así, un primer lenguaje. Lo que hoy entendemos por música ya estaba de forma larvada en aquellos primitivos seres que aprendieron a imitar los sonidos de la naturaleza. El hecho de oír el canto de los pájaros ya les proporcionó un primer instinto para detectar en sus escalas y trinos una «proporción de sonidos» que era grata al oído. Obviamente no podían razonarlo así, pero a su manera la imitación de esos cantos junto con otras sonoridades como la del viento, el trueno, el impetuoso curso de un río, en fin, los hizo seres auditivos. Todo esto era imitado con la voz, y mucho después vinieron los silbatos y las flautillas, como las descubiertas en Suabia en la década de 1990, que tienen unos 45000 años. Lo importante de estos instrumentos hechos de huesos de ave es que tienen orificios, lo que nos indica que eran capaces de crear una melodía. Y, aparte de lo dicho, no debemos olvidar el sentido del ritmo que tuvieron los primeros humanos, tan influido por el bipedismo como por el pulso cardíaco. Antes que cantar, fuimos seres que bailaban. Bailar era una forma de descubrir el propio cuerpo.
- No sé qué opinión le merece, por ejemplo, el futuro de la voz y de la música que, según todos los expertos, ya no pasará únicamente por el acto humano sino por la intervención de algoritmos e inteligencia artificial. ¿Será posible que una máquina componga como lo hizo Bach?
- El futuro de la voz está vinculado al nuestro. Es algo inseparable. Otra cosa son las articulaciones y los nuevos recursos que encontraremos en nuestra garganta. La música, como todo el pensamiento y el arte, como toda la ciencia, tiene un futuro apasionante. No se trata tanto de conseguir una máquina que componga como Bach, sino de no olvidar lo que él compuso. Quizá una máquina sea capaz de crear una música que nos conmueva, pero eso, paradójicamente, nos devolverá a nuestro ser originario, a lo esencial, a la percepción primera de lo humano. De la tecnología a la pasión.
- Escuchar es un acto netamente humano pero vivimos en un mundo lleno de ruido. Todos vamos siempre con auriculares y no escuchamos el sonido de la vida. ¿Qué implicaciones y consecuencias tiene esto?
- La consecuencia es que nos remite a una artificialidad, a un mecanismo de desorientación. Si no escuchamos lo que ocurre a nuestro alrededor nunca podremos tener un sentido afinado de la realidad. Y en la realidad está el prójimo. El aislamiento crónico, en este caso auditivo, ha producido y produce mentes tiránicas. Es difícil tener empatía si no atiendes la palabra del otro, de "lo otro". Y en cuanto al ruido, aislarse con música puede entenderse como una legítima autodefensa, pero debemos saber quitarnos los auriculares a tiempo para no acabar siendo nosotros mismos un ruido peor, que es el del egoísmo.
- Dice usted que la música y la filosofía están íntimamente ligadas. ¿En qué sentido se encuentra el consuelo en la música?
- Ya desde la Antigüedad la música supuso una compañía, un medio que modificaba ―y modifica― nuestro ánimo con sólo oír unos compases. Tanto en Mesopotamia como en Egipto, y lo mismo en Grecia, la música se empleó para serenar el ánimo, apaciguar las pasiones y "ordenarnos" interiormente. Se dieron cuenta de que esto sanaba. Si pensamos en esa capacidad sanadora, entenderemos bien poder para el consuelo, un consuelo que el ser humano siempre ha necesitado.
- ¿Pitágoras era capaz de oír “la música del cosmos”?
- Él aprendió de los caldeos una concepción matemática del universo, una manera de explicar que el cosmos estaba sustentado por vibraciones y que eso permitía una armonía cósmica. Entender el cielo como una melodía que va cambiando de nota según va pasando por cada planeta, que está separado a una determinada distancia del otro, hizo presuponer esa «armonía de las esferas» que, tomándolo de la tradición pitagórica, aparece directamente mencionada por primera vez en el último libro de la República de Platón.
- ¿Cree que en España somos melómanos?
- Desde luego, la afición musical es grande. Tenemos intérpretes magníficos y compositores contemporáneos de primer orden. Y eso significa que nuestro gusto por la música es inquebrantable, porque ha sobrevivido y sobrevive a una política cultural que es capaz de demolerlo todo. Los sucesivos ministerios de cultura y los planes de estudio, que van solapándose de manera irresponsable e inmoral, han sido como el bombardeo de Guernica. Y, pese a todo, resistimos. Quedan árboles en pie. Eso significa que la inclinación musical está a prueba de toda desdicha.
- ¿Dice que Vives es ejemplo de la «secular sordera española»? ¿A qué se refiere?
- No, no, yo me refiero a otra cosa cuando hablo de la "secular sordera española". Ésta podemos vincularla a lo comentado en su pregunta anterior. El pobre Vives nada tiene que ver con eso. Tuvo que irse a los Países Bajos porque estaba "marcado" por su ascendencia judía. Él mismo dice que cantaba mal, lo que explica una falta de oído, pero sin duda gustaba de la música. Era una persona culta, muy analítica y perceptiva, sensible. Amigo, además, de Tomás Moro, que fue un gran melómano. Moro organizaba semanalmente audiciones en su casa. Cuando hablo de la «sordera española» me refiero a la oficial, a la que procede de la política, que ha ninguneado a la música y la ha considerado una forma de ocio, un entretenimiento más. Para empezar, en la actualidad tenemos un Ministerio de Cultura y Deporte, y yo me pregunto qué tendrá que ver la jabalina con un arpa.
- ¿Qué significa para usted el hecho de 'intelectualizar' la música y no 'tocarla'?
- Intelectualizar la música quiere decir, al menos por lo que a mí respecta, que convivo interiormente con ella, que la siento y la pienso aunque no suene físicamente. A menudo pienso musicalmente, también cuando escribo.
- El libro es bello y lírico en su estilo. Usted define la música como una manera de pensar el aire, un modo de aprender la vibración que la atmósfera deja en el oído. No sé si podría ampliar y detallar esta definición tan hermosa...
- Bueno, digamos que está en consonancia con lo que acabo de decir. Agradezco que le haya gustado esta definición, que la música "es una manera de pensar el aire". Es su medio natural, gracias a él nos llegan las vibraciones sonoras y una información que a menudo es imperceptible a los ojos.
- Recuerda sus primeros sonidos y qué le gustaría escuchar cuando vaya a dejar este mundo. En una entrevista reciente, Sandra Ollo, su editora, dijo que Jaume Vallcorba -al que creo que conocía bien- pidió que se escuchara el Réquiem de Fauré. ¿Tiene usted predilección por alguna de las músicas o sonidos?
- Los primeros sonidos que recuerdo son los del violín de mi padre y el de la armónica que tocaba como reclamo un chico que vendía el periódico. Cuando deje este mundo seguramente no estaré para reparar en estas cosas, y quizá piense, como un último relámpago, aquello de Hamlet: "Lo demás es silencio".
- Por último, ¿qué tipo de sonido es el silencio? ¿qué le proporciona a usted y cuándo lo busca?
- Es cierto lo que dice. El silencio también es un sonido. Yo diría que es un sonido que no oímos, pero que está en nosotros. Quizá está hecho de las ondas vibratorias de nuestra conciencia, cuando se encuentra remansada y no necesita nada. Por lo demás, lo que me proporciona es, sobre todo, orden y libertad. Y lo busco cada día.