VALÈNCIA. Dos muros infranqueables conectan un paseo cultural dentro del Centre del Carme. En la Sala Zero del museo Patricia Gómez y María Jesús González franquean los muros del psiquiátrico de Bétera a través de De lo abyecto, una muestra en la que envuelven la sala de sus paredes para contar la historia de quienes las habitan. Ahora, en la Sala 2, el fotógrafo valenciano Raúl Belinchón hace un viaje similar a través de Algo parecido a la libertad, una exposición fotográfica en la que se acerca a los presos de la cárcel de Picassent para conocerlos en su intimidad más pura y para contar su historia traspasando las paredes electrificadas.
Ambas muestras logran “encerrar” al visitante -en el mejor sentido de la palabra- dentro de una realidad que se aleja mucho de la imagen que se vende en la ficción de estos espacios. Dentro del psiquiátrico y de la prisión conviven cientos de personas y realidades que merecen ser contadas. Todos estos artistas consiguen trasladar al museo estos relatos, en un viaje físico y emocional que siempre se ve limitado por las paredes y que ahora se articula dentro del Centre del Carme.
En su muestra Belinchón busca desestigmatizar la imagen de los presos, para ello se acerca a estos perfiles a través de cuatro bloques clave: objetos modificados, retratos, el momento del último rayo de luz y las instalaciones. Para conseguir capturar todo esto visita incansablemente la prisión durante tres años, ganándose semana tras semana la confianza de los protagonistas de su muestra: “Al principio entraba pero sin sacar la cámara, poco a poco fui limpiándome y vaciándome de los prejuicios que llevaba sobre el espacio. Prejuicios condicionados por los clichés del mundo penitenciario, de lo que nos cuentan en el cine y las series”, y una vez liberado pudo sacar la cámara. Lejos de la primera imagen de “intruso” que podía tener Belinchón con el paso del tiempo logra hacerse con los presos consigue que le cuenten las historias de su vida, en uno de los bloques les retrata acompañando la imagen de un texto sobre el momento más feliz de su infancia, haciendo que el visitante de Algo parecido a la libertad les conozca.
En la inscripción de Ramón, de 27 años, se puede leer este como recuerdo más feliz de su infancia: “La primera vez que empuñé un arma de fuego con nueve años de edad para cometer un atraco, con fuga de la Guardia Civil incluída”. Belinchón confiesa que historias como esta le hacen reflexionar a la hora de hacer las fotografías, tanto en la trayectoria del preso como sobre la vida que han llevado, algo que en según qué casos no se diferencia tanto con el “mundo exterior”: “El mundo penitenciario no deja de ser una representación de lo que tenemos fuera, sorprende mucho el cambio entre la imagen que tenemos del espacio -la más morbosa- y lo que es en realidad. Me sorprende el trato tan humano con ellos y como al final salgo de este espacio con una sensación de que aquello es algo más parecido a un instituto, un lugar de segundas oportunidades y de educación. Si castigas a alguien en vez de enseñarle te va a volver más rebotado a la sociedad”, explica sobre su estancia de tres años dentro de los módulos.
Para no ceder a ese “morbo” que genera el acceso a un espacio tan cerrado lo que hace Belinchón es no preguntar el crimen ni la condena, algo que le mantiene alejado del estigma del preso: “No quería que fuera algo que me condicionara, yo lo que hago es entrar ahí y para dar una visión diferente de lo que sucede. Lo que han hecho lo ha condenado un juez y ellos están ahí cumpliendo, pero como fotógrafo siento que no es mi batalla”.
La lucha que sí que lleva a cabo es la de descubrir el aspecto creativo de la cárcel, para ello fotografía algunos de los espacios comunes (salas de lectura, el gimnasio, el patio y hasta una clase) y los objetos que se les quitan a los presos por su peligrosidad. Sobre una mesa en mitad de la Sala 2 se disponen fotografías de los “cachibaches” que crean para burlar las normas de la prisión de Picassent. Estos objetos varían desde destornilladores improvisados hasta formas originales de colar un teléfono en la cárcel, ya sea dentro de rollos de papel del váter o en botes de desodorante. Estas “creatividades” aportan al relato del fotógrafo un toque artístico único.